Hay películas que trascienden los límites de lo estrictamente cinematográfico. En ellas no solo hay que tener en cuenta los aspectos propios de la técnica como el montaje, la fotografía o el guión. En estos casos la forma no es más que una excusa para hacer trascender lo verdaderamente importante: el fondo. En lo referente a la película protagonista de esta reseña, el magnético y muy interesante docudrama kurdo Meteors, esta pretensión no es otra que la de ofrecer un altavoz a un incidente acallado por el Gobierno de Turquía. Esto es, hacerse eco de una coyuntura que sería totalmente desconocida para el mundo de no existir este documento tan bello como aterrador. En mi caso me ha sido imposible documentarme consultando en internet sobre el acontecimiento histórico descrito. Sin duda resulta mucho más fácil tapar que mostrar cuando hablamos del pueblo kurdo. Los asesinatos indiscriminados, los actos de represión, los bombardeos o el hostigamiento sufrido por sus integrantes no parecen ser un foco de atención que preocupe a Occidente. Esta falta de material de consulta, indispensable en mi opinión para contrastar las imágenes de las que hemos sido partícipes, es lo que convierte a Meteors en una película especial. Como una especie de Santo Grial que guía los ojos del espectador hacia parajes que ambicionan denunciar el calvario al que es sometido uno de esos pueblos abandonados a su suerte, esclavo de los mandatos y aberraciones de sátrapas imperialistas así como de otras fuerzas cuyos intereses se desenvuelven en un barrizal plagado de oro y especulación.
Desde esta absoluta ceguera, solo puedo describir las sensaciones y efecto que han tenido sobre mí las imágenes creadas por Gürcan Keltek. Unas imágenes repletas de lirismo. Épicas y atípicas. Hipnóticas. Que trenzan sin ningún tipo de concesión una poesía apocalíptica que evoca directamente a las estampas de Béla Tarr (no solo gracias a una espléndida fotografía en blanco y negro, sino también por esa querencia a encapsular parajes desolados en los que el sonido del viento y otras resonancias ambientales hacen estragos en los sentidos del espectador) con un realismo de trincheras que recuerda al cine experimental de Peter Watkins o igualmente a esos documentales dirigidos por Pier Paolo Pasolini en los que el autor regalaba el micrófono a personajes del pueblo sin ningún tipo de trampa ni cartón, dejando que los mismos se expresasen conforme a su estado de ánimo, sin órdenes ni advertencias con las que atemperar el temperamento y la naturaleza de unos intérpretes que irradiaban verdad. Despojados de esa irrealidad que empapa la ficción.
En este sentido Meteors aspira ese deseo de moldear una píldora que permita atesorar los recuerdos repelidos por el Gobierno turco elevándose pues como un ejercicio de memoria histórica tanto para los desconocedores del hecho en cuestión como para los desmemoriados. Una pieza por tanto incómoda, alejada de circuitos comerciales y aclamaciones populares. Siempre en la sombra esperando conquistar a quienes se dejen arrastrar por su influjo. La película parece emplazarse en la Región de Anatolia. En un período que podríamos situar en los meses de verano del año 2015, estación en la que el Gobierno turco y los mandatarios del Partido de los Trabajadores del Kurdistán estuvieron negociando un alto el fuego tras años de conflicto y refriegas. Año en el que Turquía incendió los campos y ciudades de Anatolia liderando una de las mayores maniobras militares contra los integrantes del PKK que recuerdan los más viejos del lugar. En este paisaje parece situarse la cinta. La falta de información y presencia mediática así parece aseverarlo.
Esta invisibilidad será rota por la mirada de Ebru Ojen, una joven escritora kurda cuyos recuerdos sacados a la luz en una solitaria habitación de hotel sita en una ciudad indescifrable será el elemento sobre el que pivote la trama argumental de la cinta. La primera imagen del film será totalmente deliberada. Un fondo negro, conquistado por una sombría niebla dará paso a una especie de media luna que aparecerá en pantalla. Una media luna negra, quizás no roja pues la sangre derramada por las víctimas de la represión kurda ha sido olvidada por el mundo. Acto seguido se abrirá el primer segmento de los cinco en los que se divide el documental. El más onírico. Titulado Cazadores. Contemplaremos una montería en la que participan una serie de figuras anónimas. Para a continuación meternos en la mente de los cazadores. La cámara se transformará por un instante en los ojos de los batidores. Apuntando directamente con su (nuestra) arma a un grupo de confiadas cabras montesas que pastan y deambulan por el escarpado terreno incapaces de sentir una presencia que las acecha y amenaza en las proximidades. Otearemos con nuestro objetivo la tranquilidad campestre. Las pequeñas trifulcas entre machos con ganas de demostrar su fuerza bruta. Y un horizonte azaroso y cambiante. Cubierto de nubes y ornamentado por unas tenues ráfagas de sol. Y el cazador violará el entorno natural disparando contra las desvalidas cabras. El crimen ha arrancado.
De repente el marco bucólico que bautizaba nuestro cuadro se demolerá. Los humos de las bombas harán acto de presencia. Desde la distancia. Como en esos vídeos de Youtube que muestran la comisión de atentados suicidas así como las consecuencias explosivas de indiscriminados bombardeos. Estamos en mitad de la noche. Las imágenes son potentes aunque no parecen tener conexión entre sí. Se asoman como minúsculos fragmentos de realidad que mezclan la pintura de una casa humeante con incluso la secuencia de un atentado con coche bomba contra un convoy del ejército turco. Representaciones impactantes que quedan sin duda grabadas en la memoria por su crudeza. Que apresan un instante imborrable en la memoria de quienes lo vivieron y sufrieron. Narrando diminutas historias mucho más importantes que la más grande que se nos pueda ocurrir. La película desprende un olor a napalm y azufre ciertamente irrespirable. Pero también consigue cautivar y seducir con la inyección de unas imágenes hermosas y pausadas. Con reuniones de vecinos y niños jugando entre los escombros y las trincheras artificiales con una sonrisa en su rostro que emociona. O a través de esos bailes ancestrales danzados alrededor de una hoguera por una fila de simpatizantes kurdos. La realidad y la ficción parecen seguir una línea muy fina que bordea una frontera común.
Y tras presentarnos a la narradora omnisciente del film, la mencionada escritora Ebru Ojen que todo hace pensar ha tenido que refugiarse en algún lugar de Europa, la película pasará a la acción arrojando directamente al rostro del público una serie de fugaces documentos tomados de breves vídeos grabados con su móvil por la novelista kurda. Compuestos por una serie de testimonios de niños con mente y rostro adulto. De mujeres que maldicen su mala ventura. De adolescentes que ansían la paz. En definitiva, de los que se supone más débiles que demuestran ser los más fuertes mentalmente. Estos concisos reportajes se combinarán con viñetas chocantes. Con secuencias de batallas campales en medio de las calles y casas de la ciudad entre milicianos kurdos y soldados turcos dotados de los más modernos carros de combate. Con manifestaciones sofocadas a descarga de ametralladoras por los militares, convirtiendo en víctima de su fuego a algún temerario adolescente. Con un recorrido por las casas destruidas a consecuencia de las bombas y disparos. Dejando que sea el propio sonido ambiente el que dialogue con nosotros. Ruidos rurales como el del viento, el de los pájaros y el de los chiquillos jugueteando serán contaminados por el estruendo de las detonaciones y estallidos. La visión de las estrellas será empozoñada por las ráfagas de las balas que caminan en mitad de la noche hacia senderos desconocidos.
El montaje del film maniobra en unos terrenos muy complejos. En ocasiones me pregunté si lo que estaba viendo eran distorsiones introducidas por el autor de forma premeditada o si al contrario realmente formaban parte del archivo verdadero y personal de las víctimas del militarismo turco. La carencia de fuentes informativas invita a ello. Así como la concepción formal de la película, que acopla sin ningún tipo de prejuicios lo brutal con lo sereno; la muerte con la vida; la acción real con los parajes oníricos; los disturbios sangrientos con los firmamentos apacibles. Terminando todo ello con el último capítulo dedicado a representar una lluvia de meteoritos que tuvo lugar en las fechas del conflicto. Un corte totalmente abrupto y sorprendente. Las bombas se transformarán por arte de magia en lluvia de Perseidas. Las trazas de metralla en piedras de incalculable valor fuente de atracción de curiosos buscadores de tesoros. La naturaleza convertida así en una especie de Dios que altera con su mano el sendero anormal afrontado por el ser humano. Las nubes volverán a brotar como al principio, haciendo aparecer de nuevo esa media luna pretérita aunque en este caso virada del revés. Toda una metáfora que da cierre y sentencia a un producto que huye del aplauso fácil. Que merece nuestro reconocimiento merced a la osadía de sus responsables.
Una obra militante, valiente y no apta para todos los públicos. Que hace visible a un pueblo invisible. Que hace uso de las nuevas tecnologías para agitar nuestras conciencias sibaritas. Que iza su bandera en favor de los oprimidos. Que asciende hacia los cielos empleando un material que pone nervioso a los poderosos. Un documental para nada al uso. Troceado en migajas tan singulares como exclusivas. Fotografiada en un blanco y negro borroso, afectado por unas nieblas que corrompen el alma. Una pieza que apuesta por la luxación y la deformación de una realidad que no admite ningún tipo de distorsión. Registrando una serie de escenas que por sí solas afectan al corazón, pero que unidas provocan unas secuelas poderosísimas. Exponiendo las persecuciones que sufre uno de esos pueblos temerosos de Dios cuyas proclamas parecen no ser objeto de su supremo interés, no así de una naturaleza que intervendrá para tratar llamar la atención sobre una cuestión que merece todo el interés por nuestra parte.
Todo modo de amor al cine.