La música de fanfarria compuesta por Malcolm Arnold resuena sobre un rótulo de tipografía elegante con el título del film —Dunkirk— sobre fondos grises y neutros. Después de unos completos créditos del equipo técnico y artístico, la primera secuencia nos sitúa en Francia, en una sala de cine improvisada en alguna población rural. Allí los soldados ingleses contemplan la proyección de un noticiario de los últimos avances en Europa. Es una buena manera de presentar a los personajes de la unidad comandada por el cabo Tubby, un grupo que se quedará en la retaguardia después de ser olvidado por los mandos de su tropa. Comienza para ellos una odisea muy peligrosa hasta llegar a la costa de Dunquerque.
A finales de los años cincuenta el cine bélico tenía conflictos recientes en la vida real, como la Guerra de Corea. Pero continuaba explorando las dos mayores guerras del siglo veinte. Aunque un año antes Stanley Kubrick abordase la Gran Guerra desde los Senderos de gloria que tan justamente mostraban la crueldad de los altos mandos y la barbarie sufrida por los soldados rasos, con un tono muy antibélico, en 1958 se hizo esta superproducción británica que homenajeaba al ejército y población que padecieron la matanza y retirada de Dunquerque. Con un presupuesto más amplio que los del cine inglés, un reparto coral en el que destacan los tres personajes interpretados por John Mills, Richard Attenborough y Bernard Lee. El primero es el cabo que —por ser el único soldado con galones— debe hacerse cargo de sus hombres mientras huyen de los tanques, militares y aviación alemana que persiguen aliados y civiles franceses, obligados al exilio belga. Al otro lado del Canal de la Mancha esperan los ciudadanos británicos de un pueblo pesquero, encabezados por John Holden, un comerciante que ha sacado provecho con sus repuestos para lucrarse económicamente por el desabastecimiento de material. Y Foreman, otro habitante de la localidad portuaria próxima a Dover, totalmente implicado en el rescate de los soldados.
La película está narrada con dos acciones paralelas que suceden alternativamente. La primera en el campo de batalla francés. La segunda con la formación de una fuerza naval civil, compuesta por yates, pesqueros y naves de recreo de los habitantes cercanos al Canal. En la zona guerrera oscila entre las aventuras, el western y el bélico, géneros por los que transitan los militares perdidos. Mientras que en Gran Bretaña el tono es propio de un drama costumbrista con críticas veladas hacia la neutralidad, el estraperlo y la cobardía. Por fortuna, el film no necesitó ser propagandístico ya que no se produjo en el momento de la contienda. Eso permite que el discurso sea más colectivo que individual, más social que heroico. Por supuesto con el elogio tanto a las víctimas, como a los ejércitos aliados y a los civiles que se implicaron en el salvamento con ayuda de sus embarcaciones. Así vemos cómo evoluciona la personalidad del egoísta Holden hasta llegar, casi, a ser un héroe.
Tal vez Dunkerque sea hoy una obra muy olvidada. Por supuesto que no hay grandes imágenes que permanezcan en la retina, algo que sí sucedía en las filmografías de veteranos de Hollywood con sus visiones sobre la Segunda Guerra Mundial. O entre las pequeñas y enormes producciones bélicas de David Lean, Michael Powell y Emeric Pressburger. Sin embargo el resultado de la cinta es una producción absorbente, en la que no decae el interés, con una sintonía perfecta del trabajo coordinado por todos los departamentos. El uso magistral de los efectos especiales, físicos y fotográficos, tanto en maquetas de barcos y decorados, como en las explosiones y tiroteos. Las creíbles interpretaciones del reparto. Una buena partitura musical que resulta triunfal en la zona británica y Londres, pero contrasta en dramatismo e intimidad en las batallas. Quizás lo más flojo sean los efectos de sonido, con esos disparos que parecen sacados de films del oeste. Sin olvidar el uso de imágenes de archivo para sacar adelante las batidas aéreas de los aviones nazis sobre la playa y la población, algo que de ser rodado en la realidad, al menos hubiera triplicado la inversión de libras. O el empleo adecuado de noticiarios y otras imágenes en Dunquerque, que se superponen con naturalidad a las recreadas para el film.
Leslie Norman fue montador de películas en las décadas de los treinta y cuarenta. Esa profesionalidad se manifiesta en la claridad con la que presenta los acontecimientos de la narración, saltando sin problemas de un escenario al otro. De la invasión por las tropas alemanas a los hogares tranquilos en Dover, con interludios de los altos mandos en los cuarteles. Esa exposición cristalina de las secuencias dramáticas, con personajes que conversan, se alterna sin brusquedad con la acción que sucede en la huída de los militares. Es una exposición paralela, con dos líneas de personajes que no se encuentran hasta la parte final, un desarrollo del guión similar al de las miniseries de televisión. Por suerte el cineasta todavía dirigía largos para las salas de cine, aunque no llegó a la decena en su filmografía, una cifra mucho menor que la total de episodios realizados por él para televisión, en los años sesenta y setenta, series tan famosas como Los vengadores y El santo.
Dunkerque se puede ver hoy como un buen ejemplo de cine bélico que tiene suficiente interés dramático por el tratamiento y la profundidad de los personajes. Con secuencias escalofriantes en las incursiones aéreas sobre la playa. Un acierto al convertir a los enemigos en monstruos de acero, con esos nazis que se esconden detrás de sus máquinas de matar ya sean los tanques, carros blindados o temibles stukas voladores, como si fueran enemigos invencibles. Pero sobre todo se pueden rastrear bastantes influencias con esas lanchas atestadas de soldados que quizás vieran cineastas posteriores. Las matanzas de la playa. La emboscada por parte de las fuerzas germanas a los hombres de Tubby, en una granja francesa. Ese viaje a la locura que deja perplejos al cabo y sus protegidos, escapando de la muerte gracias al rechazo de una tropa aliada que se atrinchera en un bosque, unidad que sufre un bombardeo de los aviones. A la masacre de los emigrantes franceses, a campo abierto, en las carreteras que unen los pueblos. También detalles visuales propios del cine de catástrofes, a las orillas de Dunquerque. Son influencias de las que tal vez tomasen nota Francis Ford Coppola, Steven Spielberg, Irving Allen o James Cameron. Incluso puede que el mismo Christopher Nolan.