Nabeela vive con su marido en Nazaret. Ella teje chaquetas y otras prendas de abrigo mientras él mira los noticiarios, la prensa y habla por el ordenador con su hijo, un investigador científico emigrado a Suecia. El joven trata de convencer a los padres de que vayan a visitarlo a Europa. Para conseguirlo se pone en contacto con su hermano Tarek, soltero, artista, emparejado con Maysa, una joven empresaria totalmente enamorada de él, a la que no corresponde por igual. Los dos son residentes en Ramallah, del lado palestino. Allí viven también la abuela junto a Samar —la hermana de Tarek— y George, su marido.
Como ha sucedido en este último lustro, la producción cinematográfica israelí continúa llegando a las salas comerciales. En este caso se trata de un film con el valor añadido de que su equipo técnico y artístico, así como los personajes de la historia, son palestinos en su mayoría. Un hecho que no se oculta en ningún caso, al situar la acción en tres escenarios geográficos: Nazaret, Ramallah y Suecia, sin que se incida en su condición de territorios fronterizos, conflictivos o avanzados para captar la atención del espectador, sino que son usados como marco de las relaciones del colectivo familiar de caracteres cercanos que los pueblan. En la primera ciudad los interiores de la casa del matrimonio maduro, el salón, el dormitorio, la cocina y ese ventanal desde el que se contempla la calle, proyectan la psicología de la pareja septuagenaria, con su entorno tranquilo, impoluto, mostrado en composiciones simétricas, planos fijos con dos puntos de interés correspondientes a la mujer y su marido, distanciados por los dos extremos del encuadre y las posiciones enfrentadas, dando la espalda uno a la otra o viceversa. Este juego de composiciones a dúo, da paso después a planos más dinámicos en las secuencias de Tarek y su novia, con ‹travellings› y planos generales que los siguen por las calles de Ramallah. En la casa de Samar los planos muestran a tres y cuatro personajes, imágenes fijas que resultan cómicas por la dirección de las miradas o gestos de la abuela y George. Mientras que la escenas que transcurren en Europa captan la frialdad ambiental de tonos grises, crepusculares, sumados a la rigidez de líneas paralelas, asépticas, ordenadas en el edificio del hermano emigrado a Suecia, visión ampliada en las perspectivas callejeras o la estancia en la cabaña del lago.
No es accesoria esta enumeración del aspecto visual de la película, puesto que Maha Haj proviene del campo de la dirección artística y logra usar los elementos formales a favor del resultado final, situando en el mejor espacio a los intérpretes, tal vez como en un escenario teatral, aunque con la virtud de rebajar las diferencias entre actores profesionales y actores espontáneos, sin que resulten perceptibles en pantalla. De esta manera vemos una sucesión de secuencias que se representan como cromos o fotografías de un álbum familiar, con la evidencia de lo cotidiano y la trascendencia de lo eterno.
Asuntos de familia solo tiene el inconveniente de resultar un título fácil en su traducción porque puede sugerir drama y esconde una buena comedia. Quizás sea esta la mayor declaración política de la directora, Maha Naj, debutante en el largometraje, después de dirigir un par de cortos y escribir varios guiones. Toda una declaración porque trata sin gravedad pero con justicia la soledad, la vejez, la emigración, el destierro ante la invasión en territorios palestinos, el amor y el desamor. Sin cuestionar ese machismo tan admitido allí de la misma forma que en otros países mediterráneos como España, para qué engañarnos. Sin embargo la producción ofrece más de lo que se espera desde su promoción, como un ejemplo muy bien desarrollado de los films compuestos por episodios, en esta ocasión unidos con mucha fluidez, sin dejar cabos sueltos, con una evolución de los personajes sin maniqueísmos, enriqueciéndolos en humanidad durante el metraje, sin que resulten bidimensionales. Con grandes aciertos como son la excursión al mar de George, la búsqueda de los recuerdos de la abuela, la situación sentimental de los padres al borde del divorcio o esos apuntes divertidos acerca de los estereotipos árabes en el cine de ficción. Incluso resultan aceptables los titubeos en la secuencia del tango, la más fallida en su ejecución e interpretaciones. Algo sin importancia porque se trata de una ópera prima sorprendente, una comedia tranquila que perdura en la memoria. Una visión tranquila desde la ventana que nos sitúa a la misma altura de la mirada del hijo solitario, un personaje que observa con cariño a sus padres junto al lago.