Presentada en el Festival de Rotterdam, António um dois três constituye otra prueba más del excelente estado de forma en el que se encuentra el cine portugués (en este caso en co-producción con Brasil, país natal de su jovencísimo director, el brasileño y veinteañero Leonardo Mouramateus). Igualmente ofrece una perfecta muestra de la enorme influencia que ostenta en esos nuevos realizadores que anhelan convertirse en consagrados cineastas el coreano Hong Sang-Soo, pues este es un film que respira esa levedad, sencillez y repeticiones de actos de la vida cotidiana ligados al amor, el desamor, el sexo, el arte y sus misterios que se han convertido en la seña de identidad del autor de En otro país, cinta con la que António um dois três comparte más de un paradigma.
La película se observa como una especie de adaptación resquebrajada de la novela corta de Fiódor Dostoyevski Noches blancas, recreada ya en el cine por Luchino Visconti con título homónimo y por Robert Bresson en su espléndida Cuatro noches de un soñador, si bien ese good for nothing con pretensiones artísticas y terriblemente romántico protagonista del relato y los filmes mencionados aquí presente el rostro de un despistado joven desmembrado en tres personajes (un estudiante de informática que abandona sus estudios por pura vagancia, un novato director escénico y un actor y guionista de teatro que aspira a establecer una historia que aúna en un solo acto las dos tramas que hemos contemplado con anterioridad protagonizadas por los mismos personajes pero cada uno de ellos observados desde una perspectiva diversa) quien tratará de conquistar a la esfinge que perturba sus sueños (una brasileña que será acogida una noche en casa de su ex-novia y que tiene previsto viajar a Rusia —aunque en el último vector esta propuesta será revertida por la de una brasileña que ha regresado de Rusia tras estudiar fotografía residiendo en el piso de la vecina de la ex del héroe protagonista—) en tan solo tres noches en lugar de las cuatro propuestas por los viejos maestros. Además esa seducción se verá facilitada gracias a que cada intento partirá desde cero. Un inicio que nada tendrá que ver con los otros tres, pero conectado con los mismos a través de unos intérpretes que recompondrán su cuerpo y alma tejiendo una sucesión reiterada de acontecimientos atrevidos y joviales con Antonio y sus allegados como principales ejes sobre los que pivotar una intriga que simplemente ambiciona fotografiar la belleza de esa juventud azarosa que no para quieta en ningún momento, promiscua y enriquecedora que alberga esas ganas de gozar que procuran los pequeños placeres de la vida que tan solo pueden ser degustados por los moradores de esta fugaz etapa vital.
En este sentido el film narrará las vivencias de Antonio, un post-adolescente con alergia a la responsabilidad, demasiado iluso y soñador. Uno de esos chavales que aún creen en el amor y sus efectos reparadores frente al gris que ocupa el lugar de aquellos que han decidido renunciar a sus sueños acomodándose a una vida vacía y monótona que evita el riesgo. Antonio odia por ello el orden de sus estudios de Ingeniería Informática. Le gusta el caos que linda con los recuerdos de su ex-novia Mariana. Adora lo desconocido que brinda su nuevo objetivo: seducir a Deborah, una chica carioca frágil y muy atractiva que hipnotiza sus sentidos. Pero para alcanzar su propósito deberá sortear una serie de obstáculos. Entre ellos un padre severo y riguroso ofuscado al enterarse por una carta anónima (quizás enviada por el propio Antonio) que su vástago ha abandonado sus estudios. Unos amigos inestables e indefensos ante el enorme reto que supone levantar una obra de teatro. Y una ciudad, Lisboa, que emerge como un inquilino silencioso que no toma partido en cada uno de los conflictos que tienen lugar en sus rincones. Una urbe bella y anacrónica que se convierte en un personaje más de la trama con sus obstáculos visibles e invisibles.
La película gira alrededor de una estructura narrativa emparentada con ese cine del coreano Hong Sang-Soo basado en la repetición enfermiza de escenas, actos y hasta conversaciones (también de esa joya del cine croata que aterrizó este año en nuestras pantallas titulada Bajo el sol). Incluyendo artificios que saben a cine añejo de los Rivette y Godard (como esas escenas en las que los actores mirando a la cámara deciden traspasar la frontera irreal de la pantalla para dialogar en el espacio real de la sala donde se encuentra su interlocutor). Plasmando esa sencillez y sentido moral no exento de un fino humor emanado de las Comedias y Proverbios de Éric Rohmer. Todo esto jugando con un esquema cimentado en tres episodios que como esa literatura de cajas chinas se van englobando uno en los otros en una inspirada partida de metalenguaje fílmico, pero hilados de un modo que cada uno de ellos compone un línea alterada que cambia el enfoque y mirada de cada uno de los personajes que intervienen en los tres cuentos con el mismo nombre y relaciones, pero con distintas ocupaciones y deseos.
António um dois três se eleva por tanto como un placer gozoso al más puro estilo de las cintas de Rohmer. Una película que huye de complejidades y motivaciones trascendentales. Que se ampara en la libertad y en la frivolidad para convencer. Si bien tampoco renuncia a establecer una especie de metáfora que trata de reunir en una única habitación dos frentes no siempre tan distantes como son la realidad y su reflejo irreal, este es, el cine, el arte, el teatro como formas de expresar una realidad alternativa que se expande entre los rayos de realidad que machacan nuestra anodina existencia. Un film que a algunos les podrá parecer flojo, ligero y poco innovador, un calco de un estilo de hacer cine que ha sido explotado por ciertos autores en los últimos ejercicios. No obstante, la película sale ganadora del envite merced a su falta de pretensiones y a su espléndida radiografía de la juventud con sus bondades y defectos pintados sin ningún tipo de maquillaje.
A veces silenciosa. A veces muy dialogada y cargante. A veces ensimismada. A veces loca y agresiva. A veces fría. A veces calurosa. A veces superficial. A veces simbólica. A veces realista. A veces artificiosa. Y es que su propio artificio (el hecho de edificar el esqueleto del edificio a través de una elaborada fantasía narrativa trenzada por tres historias que caminan en paralelo sin tocarse del todo) termina convirtiéndose en esa semilla que hace brotar un árbol robusto y muy entretenido apoyado en esa comedia que abraza el absurdo para reírse de nosotros mismos en un plato muy equilibrado y sabroso cocinado por un Leonardo Mouramateus al que se le abre un futuro más que prometedor como director de cine.
Todo modo de amor al cine.