Anna es una pluriempleada madre soltera de un hijo autista. Con mucho trabajo y algunas dificultades, es capaz de sacar su vida adelante a la par que mantiene a su hijo Sandro en un internado especial. Sin embargo, Anna mira más allá del día a día y sabe que Sandro necesitará ir a un buen colegio capaz de enseñarle todo lo necesario para valerse por sí mismo en un futuro. El problema, como es lógico, es que el dinero no da para tanto. ¿La solución? Emigrar a Estados Unidos y conseguir un buen trabajo para costear el colegio del niño, sea en Georgia o incluso en el propio país americano. Pero antes de pensar en eso, primero se necesita un visado…
La vida de Anna, película dirigida y escrita por la cineasta Nino Basilia, da lo que promete en su título. Con un ritmo suave, va desmenuzándonos paso a paso la rutina de esta mujer que solo tiene el deseo de dotar a su hijo de un futuro decente. La precariedad y el esfuerzo que requieren sus varios empleos, el desprecio de ciertos funcionarios públicos a su figura o el abuso de algunos aprovechados que quieren sacar partido de su situación se reflejan con naturalidad y contundencia a través de la óptica de Basilia. Esta habilidad para hallar un punto ideal entre lo real y lo dramático permite a la directora sortear situaciones límite, como la curiosa recta final de cinta cuando la tensión alcanza su cota máxima.
Formalmente, La vida de Anna también parece enmarcarse en la línea del llamado cine social. La selección de los planos y de ciertas tomas, amén del rechazo a utilizar recursos musicales extradiegéticos y de la propia estructura de personajes y decorados (rostros cansados y vetustos edificios) remiten especialmente al estilo de los Dardenne y sucedáneos. La comparación con los cineastas belgas crece si tenemos en cuenta el magnífico trabajo actoral llevado a cabo por la mujer que encarna a la protagonista femenina, en este caso una genial Ekaterine Demetradze que siente, padece, ríe y llora al son que pide la cinta.
El film se prueba a sí mismo con la inclusión de ciertas subtramas que parecen alejar a la protagonista de su senda principal. Nos referimos sobre todo al misterio que se cierne sobre ese joven que persigue insistentemente a Anna allá donde esta se dirige. Aunque posteriormente se refuerce su sentido en la obra con el papel que desempeña en actos posteriores, el hecho de abrir la perspectiva de La vida de Anna hacia ámbitos más entroncados con la psicología de la protagonista también tiene sus peligros. Por ejemplo, el hecho de que parezca que con Anna la Ley de Murphy se cumple a rajatabla, ya que a sus consabidas penurias sociolaborales que supera con tesón se le unen una ristra de malas noticias que parecen dar la impresión de que todo sale mal. Eso sí, pese a que en conjunto esta serie de circunstancias parezcan alejar a la película de la esfera real, lo cierto es que Basilia trata cada una de ellas con plena franqueza para no adentrarse en lo meramente artificial.
Uno de los mayores logros de Nino Basilia es hacer que su película refleje las dificultades de la vida georgiana sin reducir el relato únicamente a lo que acontece entre las fronteras del país caucásico. La vida de Anna bien podría ser la pieza cinematográfica que representase a muchas otras madres solteras que tratan de sacar adelante su futuro y el de sus hijos pese a las zancadillas del entorno, obstáculos que se acrecientan en este período de precariedad laboral y económica. Además de sus varias bondades artísticas, el interés del film reside en este hábil acercamiento a una realidad que no suele conseguir la visibilidad necesaria en medios ajenos al cine.