Las momias vuelven a salir de su letargo para habitar en los grandes cines con una nueva versión de La momia. Nosotros no vamos a ser menos y le dedicamos una grandiosa sesión doble donde estos disecados no-muertos os harán temblar. Comenzamos con La maldición de la momia que dirigió Michael Carreras en 1964. Por otra parte nos enfrentamos a La venganza de la momia, con Paul Naschy como monstruo en la película de Carlos Aured rodada en 1975.
La maldición de la momia (Michael Carreras)
El hervidero de propuestas en que se convirtió la Hammer allá por los años 80, aunando bajo su espectro desde temáticas —piratería, prehistoria, sectas, aquelarres…— hasta personajes populares de la literatura —más allá de los míticos monstruos como Frankenstein o Drácula, pasaron por su prisma Sherlock Holmes, el Dr. Jekyll o incluso Robin Hood—, y reuniendo tanto talentos conocidos —Terence Fisher, Val Guest o Roy Ward Baker— como a reivindicar —Freddie Francis, John Hough—, dejó una estela que, incluso anticipando todo ese genio dispuesto en sus filas, todavía a día de hoy es capaz de dar frutos de lo más interesantes indagando entre aquellos títulos que no tuvieron la disposición y prestigio de los grandes nombres de la productora británica.
De entre ellos, y constatando que hay un autor concienzudo y minucioso tras ella, destaca una de tantas aportaciones que la Hammer realizó en torno al personaje de la momia —que encontró en La momia de Fisher probablemente su gran referente— con La maldición de la momia. Dirigida y escrita por un cineasta a la sombra de tantos, Michael Carreras, fue capaz de urdir una relectura de lo más interesante acerca de una leyenda que, sin embargo, el cineasta británico pormenorizó en pos de un sugerente juego de espejos donde realidad y mito se encontraban para dar paso más. Lejana al horror habitual en este tipo de obras, pero cercana a una suerte de intriga alimentada en todo momento por esa vía inspirada entre verdad e ilusión, como desterrando un aura fantástica apegada siempre al personaje central pero recibida con medias tintas por sus testigos más cercanos, La maldición de la momia encuentra una perspectiva a través de la cual indagar en el mito sin estimular su figura, sino más bien sosteniendo esa percepción de leyenda, de aquello intangible y raramente comprensible.
A través de esa mirada, Carreras construye un film que encuentra en su puesta en escena una de sus grandes virtudes, tejiendo así una magnética atmósfera sustentada en un notable ejercicio narrativo donde el modo de determinar cada acto resulta crucial en una cinta en la que incluso cada estímulo posee un significado concreto. No hay premura en desmenuzar durante su último y diligente acto esa codiciada imagen de la momia, y todo lo que parecía un prólogo estirado —no exento, claro está, de estimables incentivos— termina por cobrar sentido gracias a una conclusión que, sí, quizá peque de querer dar un giro de tuerca final al propio universo de la momia, pero en realidad resulta consecuente y hace de La maldición de la momia una de esas pequeñas joyas ante las que cualquier aficionado al género querrá perder el tiempo, en especial si aquello de (re)seguir siempre el mismo trayecto les aburrió y buscan una visión distinta, trenzada a través de un talento visual que, escondido tras los Val Guest & cía, no tiene desperdicio alguno.
Escrito por Rubén Collazos
La venganza de la momia (Carlos Aured)
Si hay algo de lo que recurrió el infatigable Paul Naschy, en su empeño por nutrir de títulos al entonces emergente fantaterror español, fue de los iconos clásicos del terror. Aunque fuese su hombre lobo Waldemar Daninski el que le inmortalizaría como la figura más popular de esa pequeña pero incombustible industria patria que tenía por empeño enfatizar el fantástico, Naschy rescató en La venganza de la momia otro de esos personajes clásicos venidos del folclore más añejo y que también la Universal convertiría en símbolo para el terror en los lejanos años 30. En esta ocasión Paul recurrirá para la dirección en uno de sus partenaires habituales, Carlos Aured, quien desarrolla una historia que, recuperando la tradición popular de viejas leyendas del antiguo Egipto, nos relata la recurrida maldición perenne en el tiempo centrada en un faraón homicida que será traicionado y envenenado; esto despertará la perpetua estampa de Amenhotep, quien clamará venganza a través de los siglos. Por supuesto, será el propio Naschy el que se guarde para sí este papel, añadiendo un capítulo más a sus mil rostros encarnados en el cinemabis hispánico.
Un reparto de enorme encanto (Jack Taylor, Fernando Sánchez Polack, Helga Liné o el propio Naschy en doble papel) sostendrá esta cinta que recuperará en el espectador las consignas contextuales y estéticas de ese cine patrio abocado hacia el fantástico. Tendremos el ímpetu peculiar de la recuperación del espíritu ‹pulp› de este tipo de historias clásicas, aquí revistiéndose de una Inglaterra victoriana (no faltarán exteriores rodados en la propia Londres) y basándose en el componente grisáceo, perturbador y nebuloso con los que siempre se le atañen a la urbe este tipo de tramas que cabalgan con el terror y la investigación policial con sistemática convergencia. En esta ocasión, y aunque Carlos Aured tenga en ciertos momentos algunos problemas de ritmo muy habituales en el resto de sus obras (quizá también en el empeño de Naschy de resarcirse en su megalomanía hacia el propio género), en La venganza de la momia se destacará ante todo el buen hacer y sentido de la producción en los aspectos más visuales hacia el terror (en especial algunos de los momentos de asesinatos y/o rituales), así como un diseño de producción sentido hacia las vicisitudes más clásicas del género. Aún con ingenuos apuntes estéticos (comenzando por la propia efigie construida de La Momia, fisonomía de Paul Naschy mediante) y una carencia argumental que podría dar sensación de maremágnum de ideas, la película acaba de funcionar en base a la ingenuidad creativa venida del tándem director/actor.
La venganza de la momia supondrá un visionado agradable y sentido para quien sepa entrar en el empeño por rescatar la vena más clasicista del terror en base a las formas de sus iconos, aunque la comparación con su modelo pueda restar encanto a la propuesta. Aún así, resulta interesante de ver ese empeño por nutrir de ese sentido tan megalómano en la concepción del horror proveniente aquí por Naschy y Aured, y que enriquecieron toda una pequeña industria que tenía por objetivo acentuar el peso del fantástico en nuestro país, huyendo de esa habitual delimitación hacia cinematografías foráneas.
Escrito por Dani Rodríguez