Suecos, policías, sin trabajo aparente… y con mucho humor. ¿Y es que hay algo mejor que mitigar la falta de quehaceres con una buena dosis de risas y cierto ingenio? Eso debió pensar un Josef Fares —cineasta ya experto en esas lides donde lo cómico sobresale por encima de cualquier otro cometido, y de ello da fe una corta carrera donde ya ha acometido la comedia desde distintas perspectivas, como en su debut, Jalla! Jalla!, o en su último trabajo hasta la fecha, Farsan— que, embebido del espíritu de aquellas Loca academia de policía —y tantas otras— que revolucionaron el panorama policial allá por los años 80, decidió otorgar su particular perspectivas en la Kops que nos ocupa, y que bien podría ser reverso ideal de lo nuevo del cada vez más prolífico Dany Boon. Para ello, el sueco de origen libanés se unió a su hermano —un Fares Fares cada vez más de moda, en especial tras su participación en la saga del Departamento Q acompañando a Nikolaj Lie Kaas, y este mismo año gracias al protagonismo en The Nile Hilton Incident, cinta sueca que triunfó en Sundance— y a un actor, Torkel Petersson, cuyas apariciones en el panorama distan mucho de las de su ‹partenaire› para la ocasión, capaz de conferir el contrapunto más tronado y gamberro al film.
Pero no sólo de rentas vive el hombre, y como repetir el patrón paso a paso de la comedia policial norteamericana hubiese resultado insatisfactorio, Josef Fares optó por trasladar un espíritu nórdico, cercano al buen rollo e incluso de alguna comunión a un terreno a través del que fácilmente se podría haber diluido cierta negrura en un tono tenue que, existiendo de algún modo, no solapa otras virtudes de esta Kops. Así, y con una galería de personajes bien definida que incurre en algunos tics —como no podría ser de otro modo, vaya—, el trabajo de Fares funciona en un propósito —por naíf que pueda resultar en ocasiones, algo que quizá conecta con una extraña honestidad desarrollada desde buen comienzo— que no es otro que el de llevar aquello conocido y explotado hasta la extenuación a un ámbito a través del que lograr figuras ciertamente más empáticas, incluso cuando el descalabro y el absurdo se apoderan de sus constantes porque ya no hay vuelta atrás y hasta frustraría unas expectativas que, llevadas a la parcela de lo estrafalario, no se pueden rebajar ante personajes como el de Benny.
Puede que en algún momento Kops pierda su esencia por el camino al realizar concesiones que no entran sino en los parámetros donde decide jugar Fares, e incluso la efervescencia que pudiera poseer su obra se desvanezca por momentos ante unos roles tan predeterminados —en ese sentido, no es un gran favor que Fares Fares y Torkel Petersson asuman gran parte del peso humorístico, por geniales que resulten sus apariciones—. Aún así, su segundo largometraje maneja con maña las frecuencias principales que constituyen el género, y es en ese manejo donde logra unos resultados satisfactorios, sabiendo modular sus fundamentos en la catástrofe y, mejor todavía, llevándolos a un extremo que en su falta de prejuicios y su forma de abrazar la insensatez más pura y dura, encuentra un inesperado paradigma por mucho que, en el fondo, el sueco esté deseando mimar a sus personajes, algo que consigue en una conexión tan sorprendente como, para qué negarlo, llena de encanto.
Larga vida a la nueva carne.