Después de la caída del muro de Berlín, con el consiguiente final de aquello que se denominó Guerra Fría, parecía que el thriller de espionaje (o más popularmente conocido como cine de espías) había dado carpetazo definitivo tras haber colapsado las salas cinematográficas de medio mundo con todo tipo de productos y subproductos desde una etapa que empezó en los cincuenta hasta culminar a principios de los años ochenta. Sin duda la producción de este género se nutre del ambiente político que se respira en el mundo. Su época de esplendor se benefició de las tensiones que nacieron durante el desarrollo de la II Guerra Mundial y ese miedo a la infiltración del monstruo nazi en los EEUU así como la posterior partida de ajedrez jugada en los despachos internacionales combatida entre el bloque occidental y el soviético una vez finalizada la contienda mundial.
Sin embargo en los últimos años estamos asistiendo a un reflorecimiento del cine de espías. El miedo que se expande por las naciones occidentales es un buen caldo de cultivo para ello. Parece que el enemigo actual no es tan concreto como el arcaico. Un ente invisible, solitario, calificado como terrorista, ligado a la religión islámica, pero también tocado con fantasmas del pasado ante el pánico que emerge por el posible desplazamiento del liderazgo mundial desde nuestro amigo americano hacia el contrincante de antaño, este es, la Federación Rusa y sus satélites.
Esta es la línea en la que se mueve la película estonia The Spy and the Poet, dirigida por el cineasta Toomas Hussar y presentada en el certamen Karlovy Vary del pasado ejercicio. La trama sigue una vertiente bastante clásica y por ello quizás algo monótona. Un hastiado y solitario (además de antiguo adicto a la bebida) alto cargo del servicio secreto estonio conocerá por un casual a una bella joven de etnia gitana de la que se enamorará locamente por mediación de un loco poeta que intenta sin éxito alcanzar la eternidad con su arte.
Lo que en principio aparece como una relación de amor sincero que acaba de aterrizar en el triste corazón del agente estonio para apaciguar su vacío existencial en realidad brotará como una farsa ideada por el servicio de espionaje ruso con el fin de acceder a una serie de documentos secretos que custodia su anacoreta víctima. Descubierta la trampa por parte de los colegas del ingenuo espía, estos avisarán a su compañero del embrollo colocando una serie de cámaras y micrófonos de seguimiento en el apartamento que da cobijo a la pareja con el fin de que éste pueda infiltrarse en el comando enemigo y acabar así con la red de espionaje montada por el rival. Sin embargo el amor que se asentará en la relación de los supuestos enamorados complicará el final del enredo. Un desorden que se acrecentará merced a la aparición de ese fracasado poeta que terminará cruzando su camino con el de la investigación no investigada. Todo un gazpacho que hará las delicias de los fans de este tipo de cine.
El punto fuerte que ostenta el film es sin duda su elegante puesta en escena. Muy refinada y estilizada. Un aspecto visual que emparenta a la cinta con ese cine de Hollywood que otorga más importancia al disfraz exterior que al aspecto intimista del relato. Planos perfectamente planificados apoyados en unos encuadres que buscan hipnotizar al espectador con chispas de artificio no siempre bien conectadas con aquello que se pretende mostrar. Porque el hecho de ambicionar soportar las virtudes de la película meramente en lo visual castiga la vertiente narrativa. Una narración deslavazada atravesada por una serie de personajes no muy bien perfilados que empapan de confusión la mirada del público. Así, las dosis de comedia negra no consiguen reforzar la débil construcción de una intriga a la que le faltan cimientos suficientes para soportar el edificio principal.
Da la sensación que el director buscaba cincelar una sátira alrededor de la política internacional haciendo énfasis en esas relaciones de enemigos íntimos que alimentan tanto a Rusia como a Estonia. Sin embargo el sendero de indefinición que ampara el film lo hace naufragar en un mar de caos y fuertes marejadas que rebela la falta de pericia de un poco sólido Hussar para centrar el tiro, pues finalizada la película no sabremos muy bien si hemos asistido a un producto de acción y espionaje o por contra a una obra que prefiere sentar cátedra en los terrenos de la comedia negra más surrealista y cáustica. Esa falta de concreción es el punto que castiga a un film que por otro lado se contempla con cierto agrado merced a su estupendo embalaje exterior resultando por tanto un dulce amargo pero también interesante.
Todo modo de amor al cine.