Thomas Fowler, veterano corresponsal inglés de la prensa en Saigón, es un hombre de mediana edad que disfruta en compañía de su novia Phuong. La situación política se desarrolla con hostilidades entre los comunistas y las colonias francesas de Vietnam. Mientras tanto, el reportero escribe sus artículos, pasea por cafés, restaurantes y visita a otros colegas de profesión. Hasta que llega Alden, un exportador norteamericano del sector del plástico. Un treintañero que se une a la pareja para socializar, pero se enamora compulsivamente de la joven compañera de Fowler. Las relaciones entre los tres se complican hasta un desenlace trágico durante la celebración del año nuevo.
Se puede apreciar la modernidad de El americano tranquilo desde la secuencia que abre la película. Con un estilo documental, en unos exteriores naturales llenos de sonido, grandes dragones en procesión, fuegos artificiales y música callejera, con el desfile de celebración por el comienzo de otro año. Mediante el tiempo presente, la introducción anticipa un asesinato determinante como avance de un largo flashback que vertebra todo lo que sucederá después en el film, el relato de lo que ha conducido a ese crimen. Es una forma de conseguir la atención del espectador de la misma forma que en Perdición, El crepúsculo de los dioses o en alguna cumbre de Hitchcock. Un recurso que por los años cincuenta se solía emplear en cintas de suspense, o quizás en alguna cercana al cine negro, como es el caso de las de Billy Wilder. Una manera de crear la expectación acostumbrada desde los años setenta con los éxitos de taquilla planetarios, el cine de acción, terror o fantástico de los ochenta, noventa, junto a diversos productos. Así hasta la actualidad. Esa larga secuencia genera un punto de interés porque ya se presenta al trío de personajes principales, dejando claro el triángulo amoroso en liza, mediante unos pocos diálogos que aclaran la relación afectiva del cincuentón y la joven nativa. Lo que vemos tan bien rodado y montado, se encuentra mejor escrito desde el guión y la novela original de Graham Greene, que adapta Joseph L. Mankiewicz, también director.
Transcurridos casi quince minutos, con un breve fundido encadenado y la acción volverá al pasado, narrada por la voz en off del periodista que interpreta Michael Redgrave. Gracias al respeto que demuestra por el material literario, el cineasta aprovecha las descripciones del escritor británico, porque lejos del uso sarcástico de los monólogos de cualquier detective carismático encarnado por Bogart, Mitchum y asociados, la voz de Fowler tiene una riqueza descriptiva y sugerente cada vez que interviene para situar la escena. No deja de lado el humor o la ironía británicos, pero los utiliza de forma más compleja y atractiva apoyados por las disquisiciones del protagonista.
Es curioso ver cómo se dinamita un esquema argumental de romance a tres bandas, la situación política de conflicto prebélico, elementos a los que se une la investigación de un posible homicidio que implica a los personajes, argumento parecido al de Casablanca como arquetipo y modelo de muchos films posteriores. Se rompe porque a los autores del largometraje, tanto a Mankiewicz como a Greene, su inspirador, les importa más la relación entre el inglés y el norteamericano, una aproximación casi antropológica, determinada por el carácter de cada uno de ellos. En el caso de Fowler, con una educación posiblemente protestante, gran cínico, observador, sin compromisos vitales, inteligente y vividor. Frente al impetuoso Alden, toda una radiografía del estilo de vida USA hecha persona con su sinceridad, verborrea, competitividad, origen tejano, aspecto atlético y un presumible pasado como joven héroe de guerra, que mantiene intacto cuando salva a su oponente. La elección de los actores que dan presencia a los dos personajes resulta muy coherente, sobre todo en el caso de Audie Murphy, auténtico soldado multi-condecorado en la Segunda Guerra Mundial, en uno de sus mejores papeles.
El largo mantiene el tipo, a pesar de haber cumplido casi sesenta años, debido a un tratamiento de las relaciones humanas desde una perspectiva contemporánea. De la crítica velada al intervencionismo de los países más poderosos, con Estados Unidos, Francia y Reino Unido a la cabeza, por ese afán colonizador, estratégico, explotado en tierras lejanas, de las que apenas se sabía nada. También a las subtramas que desencadenan los hechos, como el atentado en una concurrida plaza llena de gente, una matanza con explosivos demasiado común a las noticias de cada día. También por su acercamiento al movimiento comunista, ese enemigo en la sombra que da pie a una de las mejores secuencias de acción de la época; el ataque a la torre de vigilancia en la que se esconden los protagonistas. Una escena en la que se gradúa la sensación de amenaza, se muestran los ejes de movimiento con toda claridad, concluyendo la resolución del peligro con tensión y verosimilitud. Un ejemplo de la capacidad del cineasta no solo para rodar conflictos de raíz dramática o teatral, sino cine con nervio, de la misma forma que hizo en su Operación Cicerón o en Odio entre hermanos.
Como sucede con los grandes directores del período clásico de Hollywood, aunque sea ya uno relativo a esa segunda generación de autores del cine sonoro que, como Wilder o John Huston, escribían o colaboraban en el guión y la producción, Joseph L. Mankiewicz consiguió premios, éxitos de taquilla y también un sonado fracaso con Cleopatra, pero siempre se implicó totalmente con su pasión por narrar la historia que tenía entre manos. Sin la necesidad de componer imágenes perdurables que permanezcan en la retina o memoria del espectador y cinéfilos. Con la maestría y generosidad de conseguir interpretaciones, primeros planos, reacciones y diálogos de sus impecables repartos, que sí permanecen entre los recuerdos imperdurables de una filmografía contundente de veinte obras.
El americano tranquilo es un film de espionaje, antes de Bond, en el cual ni siquiera hace falta mencionar el oficio de espía. Un entretenimiento serio, apasionante, dirigido al público considerado como seres inteligentes, de la mejor manera en el cine comercial de los cincuenta. Una película de la que se pueden hacer nuevas versiones como la del año 2002 dirigida por Philip Noyce, titulada en esa ocasión El americano impasible. Incluso servir como modelo para filmografías casi enteras de cineastas similares a Sidney Pollack en sus historias de amor. O de multitud de estrenos recientes. Tal vez por esta y más razones que desvelarían mucho la intriga, merece la pena revisar o verlo por primera vez.