A lo largo de la historia del cine existen películas que deben estar por encima del bien y del mal. Sí. Puede que hayan envejecido no del todo bien. El paso de los años afecta a todos marcando con arrugas irreparables tanto la piel del hombre como los acetatos de las bobinas cinéfilas. Sin embargo no sería justo criticar este hecho. Me refiero a aquellos films que marcaron el camino a seguir a otros que quizás guarden mayor popularidad o magnetismo entre la crítica y el público. Pero estos primeros gozan del encanto reservado a los pioneros, a aquellos que arriesgaron con el fin de saciar su sed de conquista a sabiendas del incierto resultado de su aventura. Este es el caso de El pirata negro, obra precursora (sin lugar a dudas) de todo el cine de piratas que tan de moda puso Hollywood en la década de los treinta hasta bien entrado el decenio de los cincuenta. Todos los paradigmas del género se hallan insuflados en esta cinta adelantada a su tiempo que ejerció una enorme influencia en los célebres artesanos de la época dorada del cine americano. En los Walsh, Curtiz, King, Siodmak y demás artistas eternos.
El pirata negro es El capitán Blood con ciertas salpicaduras de El Halcón del mar, sazonada con la guasa de El temible burlón y el romanticismo de El hidalgo de los mares. Pero también contiene el frenesí de El cisne negro y la intriga de El Capitán Kidd, sin olvidar la espectacularidad de Piratas del mar Caribe de DeMille. Y es que he tenido la suerte de haber visto todas estas películas antes que su antecedente y por tanto he disfrutado como un niño recordando las mejores escenas de todas estas películas condensadas en una sola pieza, lo cual convierte a la cinta protagonista de esta reseña quizás en la joya más homenajeada (que no plagiada) de la historia del cine de aventuras. En ella está el duelo con sable en la playa maquetado por Curtiz en El capitán Blood. Los malabarismos increíbles del Lancaster de El temible Burlón. La impactante escena del pirata en caída libre rasgando las velas del barco mimetizada en los años cincuenta por el Errol Flynn de La isla de los corsarios. La secuencia subacuática rodada a todo color por DeMille en Piratas del mar Caribe. La trama romántica de El hidalgo de los mares o El cisne negro y las intrigas palaciegas y de suplantación de personalidad de La mujer pirata. Todo en un solo paquete. ¿Quién puede dar más? Es por ello que El pirata negro debe ser reivindicada como la película total del cine de piratas. Por tanto llama poderosamente la atención el olvido en el que ha caído esta obra, silenciada por manuales y listados de cine varios. Algo que puede ser debido al malditismo que ostenta su director, un Albert Parker del que nadie se acuerda hoy en día. Y eso a pesar de que en su elenco se presenta un Douglas Fairbanks en el mejor momento de su carrera, mostrando una forma física envidiable aparte de un carisma innato.
Ello se nota en el envoltorio. Resulta fácil adivinar que éste fue un producto diseñado para el lucimiento de la gran estrella del cine de acción en la época muda, que venía de cosechar aplausos y elogios tras interpretar a El zorro o Robin Hood por poner un par de ejemplos de personajes míticos. Por ello los magnates del viejo Hollywood invirtieron dinero y esfuerzo en construir una superproducción con todos los ingredientes precisos para abarrotar las salas de cine y endosar sus carteras con pingües beneficios a mayor gloria del divo Fairbanks. Y esto lejos de ser un pecado se manifiesta como una virtud, puesto que la película conserva ese aura encantadora y moderna que la mantiene fresca y sin tener fijada ninguna fecha de caducidad a pesar del paso de los años.
Porque este es un film poseedor de un ritmo diabólico, exento de esos planos fijos estáticos tan en boga en las producciones datadas en los años veinte, fluyendo hacia adelante sin ningún freno. Con una fotografía hipnótica y pomposa. Pintada a través de unos planos que quitan el hipo, vanguardistas y repletos de esa fogosidad necesaria en toda película de acción. Así, los fantásticos planos generales sitos tanto en las interioridades como en la borda de la nave son sencillamente soberbios. De hecho, si no conociésemos el origen del film y no notáramos la ausencia de diálogos podríamos pensar que estamos viendo una película de los años cuarenta con toda seguridad. En virtud de un montaje milimétrico, trazado a través de unas secuencias ligadas como los ángeles por los técnicos de la Elton Corporation que supieron diseñar unos innovadores movimientos de cámara que sentarían cátedra en siguientes décadas. Asimismo cautiva el empleo de un incipiente technicolor que se difumina sin control, pero que explota con toda su belleza en los ojos del público sus efectos alucinógenos.
En este mismo sentido cabe destacar la excelente ambientación atmosférica que detenta la película. Esos piratas feos, desharrapados, famélicos, viscerales, toscos, mutilados… un emblema copiado letra por letra en todas las propuestas insertas en el género. Esa opresión que rotula el peligro que escudriña a babor y estribor. Esas fantásticas secuencias de acción a espada y cañones armados, colmadas de ese carácter atlético marca de la casa Fairbanks, a simple vista rodadas en la profundidad de los mares, si bien seguramente obra de un genio del diseño de arte. Ese hábitat sádico, egoísta y traicionero impreso en las miradas inquisidoras de esos piratas que no se fían ni de su propia sombra, siempre maquinando como asaltar los tesoros escondidos o aprovecharse de los avatares del destino en forma de rehén con cuerpo de princesa. Potenciando la crueldad inherente al universo pirata exhibiendo una violencia explícita muy sorprendente en los tímidos años veinte. Para el recuerdo la secuencia que abre el film que mostrará la toma de un barco enemigo y la posterior ejecución a golpe de polvorín de la tripulación a sangre fría, o la truculenta secuencia final en la que Fairbanks pondrá al descubierto su verdadera personalidad en la que podremos disfrutar de todo un recital de sablazos, degollamientos y tiros a quemarropa que harían las delicias de cualquier fanático del ‹exploitation›.
Puesto que El pirata negro se asoma como un recital de violencia y romanticismo sustentado en una textura visual simplemente insuperable, sin ningún tipo de censuras ni ataduras que combina con mucho acierto un relato aventurero repleto de acción con una trama romántica de intrigas palaciegas dentro del barco pirata que sin duda marcó todo un referente al que acudieron sin ningún tipo de rubor los especialistas del cine de género del sonoro. Recomendable sin duda para todos aquellos que crecieron, como es el caso de un servidor, viendo clásicos de aventuras los sábados por la tarde en compañía de sus padres.
Todo modo de amor al cine.