En la primera sesión de cortometrajes de la competición nacional de DocumentaMadrid, se muestran cuatro películas con cierta relación entre ellas. En las cuatro obras se puede encontrar referencias autobiográficas y una mirada muy personal e íntima. Esto aporta cierta vida a las obras, que es algo que he echado de menos en muchos de los largometrajes de estos días atrás, que resultaban artificiosos y poco sinceros.
Sub Terrae (Nayra Sanz Fuentes)
Los movimientos de la cámara van atravesando con lentitud y miedo los pasillos de un cementerio, vamos avanzando entre pájaros negros, profundizando en las tinieblas. Hasta llegar a la cima, donde encontramos una impactante imagen, las ruinas del mundo. Un mundo destruido del que no queda nada, los pájaros negros gritan y vuelan de un lado al otro. Una imagen terrorífica, que muestra la verdad de este sistema, lo que hemos creado. Una imagen del futuro, captada en el presente, que nos muestra los primeros pasos, hacía el destino que nos espera si seguimos inmersos en este sistema capitalista, que es el sinónimo perfecto de la destrucción. Un infierno del que todos somos partes, las ruinas en las que se sostienen esos bellos rascacielos.
No hablo rumano (Rocio Montaño)
La directora emprende un viaje a Rumania para filmar un documental sobre los gitanos, tomando como partida las raíces de un chico al que conoce de solo cuatro días y que cree tener familia gitana. El viaje comienza con normalidad, hasta que el egocentrismo del personaje comienza a florecer, en su intento de convertirse en famoso. Empieza a querer tomar todas las decisiones del documental, buscando convertirse en el personaje principal. Esto los distancia, cada vez más. En un formato de diario la directora va plasmando, en pequeños textos lo que sucede fuera de cámara, sus reflexiones y sus miedos. Las reflexiones dotadas de mucha personalidad y con algunos momentos de humor, comienzan a alejar la mirada del espectador del personaje, para dirigirla hacía la directora —que se convierte poco a poco en el personaje principal—. Las tensiones entre ambos le obligan a tomar una decisión: seguir rodando lo que le diga quedando desvinculada del proyecto o tomar las riendas y plasmar lo que para ella ha significado ese viaje. La película da un giro, al igual que lo dio la percepción del viaje que tenía Rocio una vez que llega Rumanía. Una película cargada de sinceridad, que con pocos recursos consigue transmitir los sentimientos de la protagonista/directora.
Cabeza de orquídea (Violeta Blasco, Germán López, Carlotta Napolitano, Angélica Sánchez y Claudia Zegarra)
La vaginitis es una disfunción femenina, de la que hay poca información. Angelica decide hacer uso del cine como terapia para comprender mejor su cuerpo y como se siente. Junto con otras dos mujeres, reflexionan sobre su sexualidad y comparten experiencias. A través de las imágenes buscan comprender su sexualidad. En un ejercicio de terapia cinematográfica, la cámara les ayuda a profundizar en sus sentimientos y de esta forma conocerse mejor. Un trabajo que transmite y permite comprender al espectador las emociones y sentimientos de las protagonistas.
Dies de festa (Clara Martínez Malagelada)
La directora acude como todos los veranos a Sitges donde trabaja como estatua viviente. Vestida de Mary Poppins, camina por las calles de la ciudad donde le invaden recuerdos del pasado, se reabren heridas que aún sangran y observa el ambiente festivo y familiar de la ciudad. Sin profundizar en detalles, se manifiestan los problemas familiares de la protagonista, nos muestra su dolor sin explicar su causa. Un retrato autobiográfico, a partir de una ciudad; la directora nos muestra Sitges desde sus ojos y desde su relación mas intima con la ciudad. Sin embargo, en ciertos momentos muestra demasiado esas heridas, restando la fuerza que conservaba, todo el misterio en torno a su pasado. Aunque en ciertos momentos oculta el carácter autobiográfico, en otros se sincera por completo con el espectador, haciéndole participe de una conversación familiar.