La estadística muestra que hay bastantes divorcios entre personas jubiladas, al menos un número suficiente como para no ser considerados como una mera anécdota. Y, sin embargo, algunos no hemos conocido un matrimonio entre cónyuges de más de 65 años que se haya deshecho por causas ajenas a la muerte de una de las partes. Es más, parece difícil imaginar que, habiendo llegado a esas alturas, la unión acabe con un final infeliz. Pero tampoco requiere demasiado esfuerzo el imaginar motivos por los que esta situación llegue a suceder: el hartazgo de estar juntos toda la jornada, que uno de los dos (o ambos) se haya vuelto más cascarrabias con la jubilación, la búsqueda de una pareja más joven…
Con todo, el argumento de Maravillosa familia de Tokio (Kazoku wa Tsurai yo), la nueva película del japonés Yôji Yamada (director de Una familia de Tokio, en la que echó mano de los mismos intérpretes que en esta última) nos deja descolocados a muchos en un principio. Tomiko le cede repentinamente a su marido Shuzo una hoja que este debe firmar para que se produzca el divorcio matrimonial. La noticia no tardará en propagarse entre la curiosa familia, compuesta por una pléyade de personajes que abarcan hijos con sus respectivos cónyuges, algún nieto e incluso una prometida, todos implicados en solucionar el entuerto hasta el punto de que el divorcio no parece una cuestión a resolver por dos personas, sino a través de un concilio que implique a toda la familia.
Como no podía ser de otra manera dado lo llamativo del argumento, Maravillosa familia de Tokio utiliza el humor para ir desentrañando la curiosa situación planteada. Cierto es que se trata de un tipo de humor basado en buena parte en chascarrillos un poco infantiloides, con secuencias muy japonesas en el sentido absurdo. Pero, al fin y al cabo, los gags logran el objetivo de implicarnos en esa maraña familiar, de comprender y empatizar tanto con la abuela que desea cambiar de aires como del abuelo cascarrabias, como del resto de miembros de la familia, algunos más comedidos y otros de costumbres excéntricas.
La película no repara tanto en ese intimismo típicamente nipón que el propio Yamada ya exhibió en, por ejemplo, La casa del tejado rojo. Es obvio que el propio contexto de la cinta ya invita a sumergirnos en una esfera personal, pero la liviandad y el humor con el que se trata la temática de la cinta hace que sea difícil llegar a conectar con los protagonistas a base de impulsos dramáticos. Acertada decisión la tomada por el cineasta a este respecto, ya que intentar ponerse trascendental en un film que ya había planteado su contexto humorístico, podría haber fulminado la verdadera intención de la película.
A este respecto, es necesario comentar que hay bastantes reminiscencias del cine del maestro Yasujirō Ozu incluyendo, por cierto, un homenaje bastante bonito en la parte final y que consigue entrelazar esta película con Cuentos de Tokio, obra que sigue siendo la referencia indiscutible de muchos realizadores japoneses. Es sabido que resulta algo cansino mencionar este mítico film al analizar una obra japonesa contemporánea, pero verdaderamente en Maravillosa familia de Tokio existen decenas de conexiones con ella. No en vano, su antecesora Una familia de Tokio ya era una especie de homenaje/remake a la película de Ozu.
Más allá de influencias y homenajes, Maravillosa familia de Tokio consigue valerse por sí misma gracias a su capacidad para tratar un tema serio de manera desenfadada y no ser ridícula en el intento. No es la mejor obra de Yamada ni tampoco se cuenta entre la hornada de las más recomendables producciones niponas de lo que va de década, pero sí es una película con la que resulta sencillo empatizar y sonreír (aunque sea con chistes arcaicos) en varias secuencias. Dos virtudes nada despreciables.