Cuatro personas, una casa, estancias, mar, divagaciones, Europa y el Líbano. Un pasado tormentoso y un futuro incierto. Amores, desamores, conflictos de relación que se entremezclan con la situación geopolítica del país. Muchos temas sobre la mesa en un diálogo continuo, nunca estático que parece seguir los vaivenes de las olas que de forma omnipresente constituyen una banda sonora constante, sorda, implacable. Este es el planteamiento que Roy Dib, director de la película, dispone en pantalla, como piezas de un juego de estrategia donde cada movimiento supone una bofetada, un agresión, un reproche.
Con esta disposición formal The Beach House pretende establecer un juego metafórico sobre la realidad dual del país, atrapado en un doble conflicto: el político con la continua amenaza de Israel y el interior, luchando entre la vieja tradición y una modernidad que se abre camino muchas veces, entre las ruinas provocadas por el conflicto. Y es que en el fondo los 4 personajes son vivos retratos de todo ello, esencialmente de las ruinas comentadas. Estamos ante personajes rotos, incapaces de mirar al futuro porque las heridas del pasado no les dejan avanzar. En este sentido la metáfora visual de los cuatro caminando en círculos entre los puntos imaginarios que representan aspectos de la vida supone el mejor resumen de todo ello.
Nos referimos a esta imagen ya que, como decíamos, es la síntesis perfecta de lo que se pretende transmitir y también, en cierto modo el mayor acierto narrativo de la película ya que por lo que respecta a los diálogos el film presenta un problema de fondo importante. Se trata de lo específico de los mismos, de ser demasiado explícitos en su mensaje, impidiendo respirar a la obra y ahogando el posible subtexto. Estamos pues ante una falta de sutileza, de soltar todo lo que se quiere decir en un torrente inagotable que no deja margen a la reflexión notándose en demasía los saltos entre tema y tema sin aparente coherencia ni línea de continuidad, como si al director le urgiera concentrar de la mayor manera posible todo lo que quiere decir y obviara que en la pausa y en la indirecta se obtienen mejores cargas de profundidad reflexiva.
Es por ello que The Beach House, aunque interesante en sus propósitos, resulta fallida en su arquitectura y ejecución. Un film que peca o bien de la inocencia del debutante con ganas de explicar mucho o bien cae en la pretenciosidad de transmitir un mensaje aparentemente cifrado que en realidad es tan obvio como las palabras que se dicen. Ahora bien, Dib sí muestra acierto, y ahí pesa su ‹background› de artista conceptual, en lo que a lo visual respecta, en la habilidad de construir espacios y dotarlos de significados. Una película pues que se queda en catálogo de buenas intenciones y rutina cinematográfica dejando, y eso es quizás lo peor de todo, sensación de irrelevancia en su poso, es decir, que no consigue en absoluto sus propósitos de concienciar y conseguir una inmersión de la audiencia en el mundo que nos quiere hacer comprender.