Querido cine,
Desde que mi memoria alcanza recuerdo que siempre estuviste a mi lado. Siendo un niño que apenas sabía pronunciar dos palabras te visité por primera vez en compañía de mis padres. No me acuerdo muy bien del sitio ni del lugar, ni tampoco si había aire acondicionado o si las butacas eran cómodas. Pero sí de la presencia de cuatro científicos locos y emprendedores que habían montado una empresa dedicada a cazar fantasmas, entre ellos a un tal Moquete, sucio, verde y feo que dejaba su pegajoso rastro entre todos aquellos que osaban a molestarlo. También asistir con mi colegio los viernes a los Cines Zoco de Pozuelo en esos primeros cursos de preescolar en los que los profesores trataban de mostrarnos las luces de este loco mundo que tan fascinante se presentaba a los ojos de un recién aterrizado al mismo. En aquellas sesiones de las cuatro de la tarde repletas de pequeñajos que asistíamos con los ojos como platos a esas aventuras de Indiana Jones inmiscuido en una serie de intrigas en un templo maldito, también viendo las travesuras de ese niño solitario que leía Historias interminables junto a dragones y hombres de piedra o las peripecias de un tal Marty McFly empeñado en viajar al pasado para reconstruir su futuro.
Y desde entonces nuestro afecto no se ha visto mermado por los diferentes azares que atravesamos todos al crecer. Al revés. Mi amor hacia ti fue robusteciéndose gracias a las enseñanzas de mi padre. Sus palabras e historias narradas con avidez y vehemencia me transportaron a mundos diversos, a parajes que sé que jamás llegaré a conocer realmente pero que forman parte de mi vida. A ese Nueva York de los años treinta donde la única ley la marcaba la metralleta de James Cagney, Paul Muni, George Raft, Humphrey Bogart y Edward G. Robinson. A los desiertos y montañas heladas del ‹far west› americano que tanto amaba mi padre. A las películas de John Ford, Raoul Walsh, Anthony Mann, Delmer Daves, William A. Wellman, Howard Hawks, Allan Dwan y tantos otros maestros del Hollywood dorado. A observar los efectos de la megalomanía tan bellos como los esbozos de ese Lawrence de Arabia, pero también tan oscuros como el fatal destino que martirizó al personaje interpretado por Sir Peter O’Toole. Y también me señaló el camino para pelear siempre hasta el último aliento. Como ese George Bailey atrapado en su pueblo por su bondad, que a pesar de haber caído en los infiernos se dio cuenta que siendo fiel a sus valores siempre será bello vivir.
Pero mi padre tuvo que partir hacia otros lugares demasiado pronto, dejando sus enseñanzas a medias, si bien no finalizadas. En mi adolescencia seguiste conmigo y mis amigos amenizando nuestros anodinos fines de semana colmados de tareas académicas y deseos de libertad. Con el cine de terror de la Hammer, o En Compañía de Lobos como Paul Naschy y Lon Chaney Jr. También con los monstruos de la Universal: los Drácula, Frankenstein, Momias y demás. Y cómo no con ese cine de Mal Gusto gore protagonizado por Vengadores Tóxicos, Madres que comían perros, mutantes con clavos en el rostro que guardaban las puertas del infierno y toda una gama de asesinos en serie que asustarían a la madre más protectora. Me acuerdo de aquellos sábados en los que devorábamos ciclos completos de Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger o Jean-Claude Van Damme así como esas visitas que te hacíamos a las salas de la Gran Vía para disfrutar de Show Girls (a pesar de no contar ni con 16 años), de Mentiras arriesgadas, de secuelas de Junglas de Cristal o de las primeras obras de Tarantino (inolvidables Pulp Fiction, Four Rooms y Abierto hasta el amanecer).
De igual modo a medida que fui madurando aprendí a amarte con locura al descubrir el neorrealismo con Ladrón de Bicicletas. El neorrealismo y particularmente Roberto Rossellini me formaron como persona. Ese era el cine que me cautivaba. El que reflejaba la vida tal como yo la veía. Dura, sucia, carente de glamour, habitada por gente humilde perseguida por la mala suerte, deprimente y fatalista. No existían finales felices en una vida donde la muerte nos espera siempre al final para acabar a golpes de guadaña con nuestra felicidad y tranquila existencia. Pero a pesar de que la perversidad empapaba las atmósferas de las películas neorrealistas me encantaba su esencia: el ser humano. Un séptimo arte que situaba su atención en el hombre con sus miserias y bondades.
No quiero aburrirte relatándote el resto de nuestros encuentros furtivos y rutinarios. Tú los conoces mejor que yo. Contigo las rutinas se hacen soportables simplemente porque no están pintadas con monotonía. Siempre son diferentes, pues la mirada de los diferentes autores que forman tu imaginario son únicas y por ello atractivas.
Y llegados a este punto te preguntarás. ¿Cuál es el motivo de mi misiva? Sólo quería agradecerte tu compañía en los últimos años y sobre todo meses. Nunca me fallaste y estuviste a mi lado en los momentos más tristes de mi vida. Sé que en los que me pueda deparar el futuro podré contar con tu apoyo y cercanía. Resulta gracioso como nuestra amistad se hizo más sólida justo en el momento en que a mi madre se le detectó un cáncer hace ya casi cinco años. Mi desesperación y enojo se vertió en tus lindes. Sin tener ni idea de escribir y tras conversar con el jefe de esta web decidí tirarme a la piscina sin ningún tipo de protección lanzándome a este complejo mundo del “reseñismo” cibernético, un ente totalmente desconocido y ajeno a mi forma de ser, que siempre gustó observar la vida desde un segundo plano sin ostentar protagonismos innecesarios.
Mi labor en esta web ha corrido en paralelo con la cruel enfermedad que mordió el frágil cuerpo de mi progenitora. Y ese camino se hizo menos angustioso gracias a ti. En estos años he descubierto nuevos cines, nuevos directores… en definitiva nuevas historias que me permitieron evadirme y enseñarme paisajes y culturas magnéticas que por un momento me hicieron olvidar el terrible presente que atenazaba mi quehacer diario. Una vida existida en salas de espera con olor a desinfectante, en ingresos hospitalarios de incierto futuro, en operaciones a vida o muerte saldadas con sobresaliente por unos profesionales sanitarios que se elevan como el último eslabón de bondad del hombre. Y mientras mi trabajo remunerado absorbía parte de mi tiempo entreteniéndome y otorgándome un refugio sin el cual no hubiera podido salir adelante, mi otro trabajo no remunerado me propiciaba la satisfacción y alegría de escribir sobre ti. De llenar el blanco de la pantalla del procesador de texto con mis neuras, obsesiones y vicios. Así cada vez que terminaba un texto mi corazón latía con pasión y felicidad, solo por el hecho de estar haciendo algo que me gustaba sin esperar ningún tipo de recompensa por ello. Te amo demasiado para esperar cualquier tipo de retribución o aplauso. Tu ayuda ha sido mi más fiel aliada. Porque cine, has sido mi cómplice en todos estos años amargos. Unos años convertidos en una maratón de picos y valles manifestados por mi tan querido familiar, consumida ella por unos tratamientos que permitieron alargar su vida más allá de lo que todos nos vaticinaban brotando como uno de esos ejemplos de lucha por la supervivencia que tan bien han sido exhibidos a lo largo de tu historia por los grandes guionistas que forman tu hogar.
Sin embargo en diciembre del pasado año la cosa se complicó. Una recaída imposible de recuperar. La vida convertida en una lenta agonía cuyo desenlace es más que conocido. Y en esos minutos de silencio, de oscura soledad, de miedo al futuro, de impasible espera tu sombra me alivió. Me acarició dándome ese cariño que necesitaba. Unos meses donde recuperé la ilusión gracias a las primitivas fantasías de tus locos fundadores Georges Méliès y Segundo de Chomón. Donde me reconcilié con el ser humano observando las propuestas de un maestro desconocido como Tomu Uchida. Donde visualicé el dolor ajeno emanado del cine de Rúnar Rúnarsson. Y confirmé que Don Emilio Fernández fue el mejor cineasta nacido en México. Aburriéndome con La La Land, la cual al menos me sacó una sonrisa al leer los comentarios exagerados de compañeros y gente del cine que afirmaba que habían visto el mejor musical de la historia. Refutando este axioma redescubriendo Desfile de Pascua e Invitación a la danza. Empapándome de la época alemana de uno de mis directores favoritos como Douglas Sirk. Y donde volví al pasado contemplando obras de mis autores favoritos que tenía pendientes. De los William A. Wellman, Allan Dwan, von Sternberg, Ozu, Ermanno Olmi o Kinji Fukasaku.
Sin ti mis horas de espera en el centro de paliativos que ha sido mi segunda residencia en este último mes y medio hubiera sido insoportable. Me diste oxígeno cuando lo necesitaba. Y me hiciste sonreír cuando mi cuerpo no lo anhelaba. Me descubriste unas historias que me permitieron seguir adelante a través del esbozo de unas tramas que reflejaban a personas de carne y hueso moldeadas a 24 fotogramas por segundo que guiaron mis pensamientos hacia cosos donde la cobardía y la derrota no son posibles. Y a pesar de que el día en que se produjo mi pequeña derrota estuviste mirándome desde la lejanía, sentí tu fuerza conmigo. Esa fuerza que viajó hasta el último aliento de mi madre para irse en paz y sin ningún tipo de padecimiento.
Y ahora que empieza una nueva etapa sé que ésta será igual de agradable gracias a que nunca me fallarás. Siempre estarás a mi lado albergándome en tu fantástico reflejo. Decía Jean Luc Godard que la gente que ama al cine, o sea que te ama a ti, es gente enferma. Creo que tiene razón. Pues un cinéfilo es un enfermo. Un enfermo de piedad, de bondad, de pasión por la vida. Alguien sensible al que le afectan las injusticias y que por tanto le oprime vivir en una sociedad contaminada de corrupción y malicia. Pues tú cine eres abrigo de los que sienten el frío del alma humana, ofreciendo ese socorro necesario para aquellos que solo perciben la oscuridad al final del túnel. Para los deprimidos y hastiados. Para los utópicos e idealistas. Tu amparo mira igual a reyes que a mendigos. Y es por eso que eres el más grande arte que jamás ha existido, existe y existirá.
Muchas gracias por todo amigo.
Todo modo de amor al cine.
Muy emotivo Ruben y un gran homenaje tanto a tu madre como al cine. El cine también tiene la propiedad de unirnos a desconocidos que parece que coincidimos en nuestra pasión cinéfila. Un abrazo.
Muchas gracias. Sin duda, el cine es un refugio que nos acoge y enseña a seguir adelante. El arte más grande jamás creado. ¡Un abrazo!
Muy bonitas palabras Rubén. Sin duda cuando el cine nos cautiva llega a convertirse en un fiel compañero y una pasión que nos hace ver la vida de manera diferente. Un abrazo y que la fuerza del cine te acompañe siempre. ¡Saludos!
Gracias Mayra. Un fiel compañero siempre. Un abrazo.