Sin querer pecar de conspiranoicos, es evidente que controlar la mente de la población sería el sueño de dirigentes estatales, grandes empresarios y otra gente que reúne poder y/o dinero en ingentes cantidades. Saber qué cosas circulan por la mente de la gente y reconducir eso hacia las metas que tu país o empresa desea se convertiría en un triunfo que marcaría un antes y un después en el comportamiento humano. Aunque sea una cita ya repetida, es inevitable recordar lo que contaba George Orwell en 1984. Pero… ¿No estamos ya viviendo algo realmente próximo a esa esfera? A través de las redes sociales, buena parte de los ciudadanos mundiales expresa el qué, cuándo, dónde, cómo y por qué de su día a día, y lo hacen voluntariamente (por más que exista una “presión social” detrás). Estos datos son públicos y, como tales, las empresas y políticos pueden observarlos para decidir sobre el futuro de sus acciones y hacia qué lugares deben reconducir sus propósitos. Es, en cierta manera, la antesala de 1984.
Toda esta reflexión viene a cuento de El círculo, nueva película dirigida y escrita por James Ponsoldt, un cineasta del que merece la pena rescatar Aquí y ahora (The Spectacular Now), vivaz historia sobre la curiosa relación entre dos jóvenes. Pero su último trabajo, adaptado a partir de una obra de Dave Eggers, se sitúa a años luz de ese planteamiento. En El círculo, la empresa denominada así se nos muestra como un excepcional lugar para trabajar. No es de extrañar que Mae Holland, en su primer día allí, quede embobada con todo lo que tiene a su disposición: gimnasio, spa, canchas de deportes, restaurantes y un sinfín de cosas más, sin olvidar las fiestas y actividades que cada fin de semana se acumulan allí. Un lugar en el que, básicamente, se vive para trabajar. Pero la tarea principal del Círculo es lanzar sus tentáculos para mantener su posición como la empresa más reputada de Internet, un reconocimiento conseguido, sobre todo, por el sistema TrueYou, una especie de red social que va más allá de esta concepción y se convierte casi en una segunda vida. Como si de un capítulo de Black Mirror se tratara, refiriéndonos especialmente a aquel episodio de Nosedive (en opinión personal, el segundo mejor de la 3ª temporada), el Círculo, a través de su jefazo Eamon Bailey, instaura con TrueYou y diversos gadgets una plataforma en la que la intimidad de cada uno se convierte en un bien público.
Pero, a diferencia de la citada serie, El círculo se queda en la superficie del problema. Tras el buen planteamiento, mucho menos fantástico de lo que se puede imaginar (de hecho y paradójicamente, este es el principal error en el que cae el film), la película se regodea en analizar las consecuencias que el abrupto uso de esta red tiene sobre los personajes de la cinta y no tanto en el origen y desarrollo de la misma. El acaramelado catastrofismo choca entonces con la fuerte y justificada crítica que la cinta inicialmente estaba dispuesta a acentuar, pero que finalmente se queda en un cúmulo de hechos demasiado tendenciosos y que reflejan a los seres humanos como un rebaño todavía mayor que el que vemos hoy en día en muchas situaciones.
En el plano actoral, Tom Hanks desempeña el papel de Eamon Bailey con el piloto automático en marcha, tanto para lo bueno como para lo malo, pero Emma Watson logra ir un paso más hacia delante de su registro habitual y su interpretación de Mae Holland se convierte en una de las mejores sorpresas que nos deja la película. La mayor de todas ellas es, obviamente, comprobar que no somos pocos los que asistimos con cierto temor a la influencia que las redes sociales poseen para crear pensamientos colectivos únicos, capaces de desterrar la necesaria meditación individual sobre la sociedad que nos rodea. Dicho así suena pretencioso y petulante, pero en realidad cualquiera puede comprobar que el “bienquedismo” y la falsa solidaridad, como muestra El círculo en la secuencia de la polémica animalista (escena que, por cierto, antecede al declive de film), inundan Twitter y otras redes sociales cuando surge una polémica de cualquier signo y temática. Lástima que la película de Ponsoldt no termine de encajar las piezas para ofrecernos el retrato más perversamente veraz del mundo de Internet y se quede en un entretenido maremágnum de buenas intenciones.