Sin ser tan conocida y aclamada como su etapa estadounidense, merece la pena estudiar y reivindicar los trabajos que el maestro Douglas Sirk (firmados con su nombre germano Detlef Sierck) desempeñó en su país natal siendo reconocido como la gran figura del melodrama de los legendarios estudios UFA en la Alemania nacionalsocialista, punto sin duda llamativo pues Sirk era un conocido izquierdista. Con tan solo siete películas en su haber, todas ellas de una elegancia portentosa y contrarias al dogmatismo ideológico que el Ministro de Propaganda Goebbels trató de imponer en las producciones de la UFA, el autor de Imitación a la vida logró escapar de las garras nazis aterrizando en primer lugar, de igual modo que otros colegas como Max Ophüls, en Francia y Holanda para posteriormente desembarcar en los EEUU convirtiéndose con el paso de los años en el cineasta estrella de los estudios Universal para los que dio lo mejor de sí mismo en una serie de melodramas, muchos de ellos remakes de producciones dirigidas en los años treinta por John M. Stahl y protagonizados por un joven Rock Hudson.
A Sirk el cine americano le debe esa estilización de un género que se encontraba estancado con el ocaso de grandes estrellas como Bette Davis y Joan Crawford. Películas que con una apariencia externa semejante a esos culebrones que posteriormente colapsarían las parrillas televisivas escondían bajo su embalaje unas historias demoledoras y atrevidas, denunciando esa falsedad y mundo de apariencias típico de la clase media americana con un sano uso de unas inteligentes alegorías (como esos espejos que reflejaban las mentiras reacias a exhibirse en el universo terrenal) que destapaban esos instintos imposibles de atar tales como el deseo, la homosexualidad, la falta de libertad que atenazaba a las mujeres por culpa de los convencionalismos sociales, la infidelidad, el odio que explotaba dentro del estamento familiar, el pecado liderado por un capitalismo salvaje así como todos estos desenfrenos innatos que las prohibiciones imponían.
De entre las películas dirigidas por Detlef Sierck para la UFA sobresale con luz propia La golondrina cautiva, junto con La Habanera la última cinta que el de Hannover dirigió en su tierra antes de partir rumbo a otros lares. Y en ella se nota el aprendizaje absorbido por Sierck como alumno de los grandes dramaturgos de su país mostrando en ésta ya una madurez muy sólida adquirida de forma prodigiosa por un autor que estaba dando sus primeros pasos en el universo cinematográfico.
Si bien en un principio el film había sido concebido como un vehículo para el lucimiento de la nueva estrella femenina que los estudios UFA intentaban lanzar, la sueca Zarah Leander con quien Sirk había coincidido ese mismo año en la mencionada La Habanera, el maestro logró sacar los máximos resultados posibles de un guión que más bien parecía un panfleto romántico destinado a conmover al público empleando unas armas fáciles y nada trabajadas. Así, la trama no tenía para nada desperdicio situándose en la época Victoriana, en un Londres bohemio habitado por toda una serie de aristócratas sin oficio ni beneficio cuyo honor dependía de su escalafón militar y también por unas cantantes de la farándula tan románticas como promiscuas.
Entre ellas encontramos a la gran Gloria Vane, una diva del music hall por cuyos huesos se derrite el noble Albert Finsbury, descendiente de una pudiente estirpe cuya afición al alcohol, el juego y las mujeres le ha conducido a la bancarrota. Las malas artes de Finsbury lo obligarán a partir de su patria huyendo de sus acreedores tras haber adulterado un cheque emitido en su favor por un amigo banquero que acabará salpicando a Gloria, quien motivada por su amor ciego y sincero hacia Albert no lo delatará asumiendo el castigo que hubiera correspondido a éste, siendo por ello condenada a pasar varios años de prisión en una cárcel sita en Australia.
Gloria tratará de sobrevivir encerrada entre las cuatro paredes del presidio. Una cárcel habitada por unas mujeres marcadas tanto por la fatalidad como por las cicatrices del amor y regentada por unas funcionarias carentes de piedad. Y a pesar de que este ambiente no parece albergar ningún signo de esperanza, Gloria confiará en la promesa que su enamorado Finsbury le hizo antes de ausentarse, en la cual juró que jamás la abandonaría. Pero nada más lejos de la realidad. Puesto que Finsbury en realidad ha olvidado por completo a su antigua ‹partenaire›, convirtiéndose por contra en un próspero mando militar en las mismas tierras australianas donde Gloria está cautiva siendo su principal aspiración ascender socialmente contrayendo para alcanzar su propósito nupcias con la bella hija del gobernador de la villa, un regente integrante de esos colonos que arribaron a Australia en busca de fortuna y que por tanto contempla con buenos ojos el enlace de su hija con un miembro de la alta sociedad británica.
Sin embargo Finsbury descubrirá la presencia de su antigua novia en la cárcel de la ciudad, silenciando su presencia para evitar que su oscuro pasado pueda ser revelado. Pero Gloria será consciente de la cercanía de Albert, urdiendo un plan para localizarlo a través de una gracia que permite poner en libertad a aquellas presas que aceptan contraer matrimonio con un colono. Pero el ardid de Gloria caerá en saco roto. ¿Podrá nuestra heroína salvar los obstáculos que se la presentarán en el camino y alcanzar así su tan ansiada felicidad?
La golondrina cautiva se eleva como un melodrama espectacular y elegante, terriblemente entretenido y magistralmente interpretado. Desde el punto de vista estético no existe ni un pero que reprochar a una cinta poseedora de una puesta en escena magnética que hace gala de un vestuario y unos decorados tan hipnóticos como ostentosos. En este sentido Sirk supo pintar esa atmósfera romántica propia del siglo XIX mediante una singular combinación de divertidos e inolvidables números musicales, (donde destaca el talento de la sueca Zarah Leander quien se desenvuelve como pez en el agua cantando como los ángeles un par de números de cabaret marca de la casa que tiznarán el ambiente con esa picardía y ganas de vivir que brotan de la revista europea), con una demoledora historia de amores imposibles que destapa las consecuencias que el estricto cumplimiento de nuestros compromisos acarrea. Un relato muy bien trenzado por un Sirk que ofreció todo un recital tanto de arquitectura escenográfica como de diálogo narrativo merced al dibujo de unas imágenes compactas y refinadas que distinguían la sensible mirada de una mente privilegiada que hilaba con una singular sencillez y un enigmático poderío sus criaturas cinematográficas. Escenas muy barrocas y recargadas que embellecían asimismo la pantalla con esos primeros planos de los actores, especialmente de la Leander, retratando igualmente con todo lujo de detalles esos extravagantes establecimientos de cabaret a los que acudía la nobleza europea a desatar sus más bajos instintos sexuales sin ningún tipo de margen para la intervención de la férrea moral.
Sirk se mostró muy dominador y seguro de sí mismo reluciendo esos diálogos cargados de pasión y piedad mantenidos por unos personajes heridos debido a unas cicatrices no siempre visibles en primer plano. Pero también luciéndose en las escenas musicales. Secuencias cinceladas sin apenas cortes de montaje. Planos secuencia ideados para reseñar el talento de Zarah Leander quien conquista nuestra memoria y corazón dando el do de pecho en dos magníficas secuencias musicales; la primera rebosante de alegría y buen humor, en paralelo con la felicidad que empapa a su personaje en los primeros instantes de la acción; la segunda oscuramente crepuscular y decadente, mimetizándose con el dolor y tinieblas que hacen penar al ser humano cuando el futuro parece estar pintado exclusivamente con el color de la derrota.
No se me puede olvidar destacar el tramo carcelario que ostenta el film. El maestro no dejó nada a la improvisación derritiendo su particular forma de concebir la puesta en escena en un vector tan negro como excitante. No solo la atmósfera trazada por Sirk resulta inquietantemente realista, sino que sin duda sobresale su disposición para apiadarse de unas reclusas bosquejadas con un talante muy humano, donde el pasado no importa. Solo interesa el presente y ese perdón buscado y no encontrado por esas víctimas de un sistema machista que acusa con el dedo siempre al elemento más débil de la sociedad. Pocos filmes de este subgénero cuentan con una puesta en escena tan potente y rica en matices, sumando todo ello en el haber del film por el hecho de que éste no pertenece al género carcelario al cien por cien.
Partiendo de los recursos propios del expresionismo alemán, Sirk puso en práctica esas enseñanzas aprendidas entre las bambalinas de los teatros alemanes, desplegando con todo su esplendor y magia los dogmas inherentes a la tradición narrativa europea. Jugando con las luces y las sombras a su antojo. Divirtiéndose introduciendo unos novedosos movimientos de cámara capaces de captar toda la profundidad de los escenarios artificiales que priman en el film. Una dirección de arte que da lustre con su belleza impostada cada rincón escénico de esta hermosa pieza de arte de un modo ciertamente embaucador. Eclipsando la mirada del espectador con el único recurso del manejo de la cámara. Una cámara que se mantiene estática en aquellas escenas que así lo requieren, estas son, las que necesitaban de cierta intimidad para hacer fluir con naturalidad unos diálogos que desprendían cierto aroma a literatura del siglo de oro. Pero que también sabía moverse de forma traviesa cruzando libremente espacios y rincones cuando es a Sirk a quien le interesa alardear de su sentido de puro espectáculo visual. Es por ello que La golondrina cautiva alcanza unos resultados inmejorables emergiendo como la gran obra maestra realizada por Sirk en Alemania. Una cinta tan bonita como dolorosa. Tan demoledora como romántica. Tan entretenida como oscura. Tan pomposa como crepuscular. Una partitura inolvidable que hará las delicias tanto de los amantes del music hall con denominación de origen alemana como de aquellos que simplemente busquen pasar un rato muy entretenido contemplando los laberintos amorosos a los que se tiene que enfrentar un alma atormentada por el desamor.
Todo modo de amor al cine.