Cuando Khavn de la Cruz, enfant terrible del cine filipino y autor poseedor de un furioso ímpetu creativo (en un margen relativamente pequeño ha dirigido decenas de cortometrajes y largometrajes), decide subtitular el que probablemente sea su trabajo más internacional y ambicioso con la frase Another Lovestory Between a Criminal and a Whore, uno no tiene claro si está siendo terriblemente honesto o simplemente irónico. Porque, ciertamente, Ruined Heart es, sobre el papel, un romance criminal como hay cientos, pero, al mismo tiempo, no es en absoluto un romance criminal al uso. El atractivo de la propuesta de Khavn pasa precisamente por un respeto a las esencias que no está reñido con la subversión y la experimentación. De entrada, porque la película prescinde en todo momento del diálogo, dejando que sea la música la que gobierne el ritmo e incluso la naturaleza (trágica, cómica, romántica, a veces casi terrorífica) de las imágenes, y no al revés. En este sentido, la selección musical, repleta de canciones de corte popular, se antoja excepcional. Ellas marcan el pulso de una narración salvajemente fragmentada, caótica, atravesada de elipsis brutales y anticlimáticas, sin un rumbo claro ni un centro reconocible a primera vista, y cuyo sentido se va dibujando de forma tenue conforme avanza el relato a través de unos pocos personajes apenas bosquejados.
Se diría que el propósito último de Khavn no es tanto contar una historia que ya nos han contado muchas veces con anterioridad, sino utilizarla de pretexto para testar las posibilidades narrativas del medio, volcándose en un lenguaje audiovisual exuberante a través del cual puedan cobrar vida los arquetipos que pueblan la trama. Porque eso son, en esencia, los personajes del film: arquetipos del cine criminal cuya dimensión mítica se intenta subrayar a través de una puesta en escena que se decanta a menudo por el exceso. La inclusión de tiempos muertos, pasajes musicales aparentemente gratuitos, acciones inconexas o difíciles de encuadrar en el fluir natural del relato, parecen estar ahí básicamente para destilar, con la fuerza de sus imágenes, toda la carga poética que subyace en el universo lumpen diseñado por su director, un universo de tintes decadentes, tan irreal y ominoso como un mal sueño o un viaje de ácido en un suburbio de Manila, en el que lo dionisiaco y lo pesadillesco conviven en un mismo plano, a veces rozando una comicidad involuntaria (la orgía durante la actuación, un tanto vana como provocación).
El experimento, siendo sinceros, no funciona tan bien como debería. Ruined Heart a menudo solo provoca desconcierto e incluso cierta indiferencia. En otras ocasiones, por el contrario, consigue pinzar la emoción del espectador con imágenes bellas y sugestivas que beben deliberadamente de la sensibilidad romántica de Wong Kar-wai, algo a lo que no debe ser ajena la dirección de fotografía de Christopher Doyle, en sustitución de Albert Banzon, director de foto habitual del autor filipino. Pero, en su conjunto, el fatalismo romántico de la cinta llega de forma muy diluida, tal vez porque el artificio que rige toda la propuesta (algo que va desde los originales títulos de crédito iniciales hasta el mismo tono enrarecido de la narración) no ha sabido compensarse con una historia de amor que resultase auténtica o que transmitiese, al menos, cierta capacidad de convicción.
La pretensión, pues, de extraer emoción de una serie de elementos propios a la cultura popular sólo se materializa a medias. Hay un loable afán por volcarse en lo sensorial, por desnudar al relato de todo lo accesorio y hacer que respire y exista únicamente a través de música e imagen, con fugas oníricas y metafóricas sutilmente engarzadas a la narración, pero en última instancia Ruined Heart parece más una curiosidad simpática de un autor con hambre de experimentación que una película verdaderamente importante y renovadora, pese al empeño de Khavn y pese a la labor del resto de implicados, incluido un Tadanobu Asano a veces tan perdido como el propio espectador.