Carme no para de soñar con la posibilidad de ser madre. Tal es su pretensión que, en ocasiones, se viste con una prótesis para simular que está embarazada. Pero su marido Vicenç, un importante cargo del ayuntamiento que pretende opositar a la alcaldía, considera que no es el momento de ello. Por otra parte de la ciudad, Sonia se prostituye para ganar algo de dinero y sacar adelante la vida que tiene con Dani, un chaval introvertido y sin ocupación laboral. Estas son las dos líneas argumentales de La arteria invisible, película que dirige Pere Vilà i Barceló. Dos historias paralelas que, como cualquier espectador se imagina en estos casos, acabarán cruzándose.
La arteria invisible es una película fría en su forma, una frialdad que queda reflejada a través del uso de planos fijos en casi toda la película, los cuales a su vez proyectan ese gélido sentimiento que los personajes poseen ante la mediocridad de sus vidas. El sexo es uno de los temas más presentes durante el relato, en varias de sus formas; como deseo, como terapia o como medio para ganarse la vida, los personajes principales y secundarios se ven directa o indirectamente afectados por esta cuestión. Su representación se expresa de manera a veces sutil, a veces explícita, pero posee una relevancia clave en el relato.
Aunque la verdadera cuestión que Pere Vilà i Barceló parece poner en relieve a través de La arteria invisible es la dualidad Dinero-Felicidad. Puedes estar podrido por dentro con independencia de lo que pese tu bolsillo; de hecho, hasta ciertos umbrales (no vamos a ser cínicos aquí) se es más feliz con algo de dinero que con mucho. La consabida oración de “el dinero no da la felicidad… pero ayuda” tiene su aplicación práctica en la película. Es difícil ser feliz cuando tu subsistencia y la de los tuyos dependen de hacer sacrificios como los que realiza Sonia, pero estar en una posición económica demasiado buena te hace querer más dinero y poder, perjudicando a un matrimonio como el de Carme y Vincenç.
Sin embargo, La arteria invisible no deja de ser una vieja historia con ciertos remedos que sirven para actualizarla a nuestros tiempos y con un buen trabajo de puesta en escena. El guión, por sí mismo, no llega a poseer la entereza que debería en ciertas escenas. Al final, queda la sensación de que se ha recorrido una gran distancia en los primeros minutos para llegar fatigado al final de la obra, que nos ofrece un desenlace abrupto. Quizá se podía haber dejado un reguero de tensión con el tema del chantaje, puesto que existían suficientes antecedentes en pantalla (las miradas lascivas de Vincenç a su secretaria, por ejemplo) como para generar la duda en el espectador en vez de zanjar la cuestión de manera tan rápida. Pero, tal vez, en esto también se deje notar ese espíritu aséptico que da sentido al film.
Algunos de estos aspectos quedan solucionados con la propia naturalidad visual de la película; otros, quedan rescatados por la presencia en pantalla de una Nora Navas que, como es habitual, no baja del notable en su interpretación. En cualquier caso, La arteria invisible es un buen acercamiento a esa perspectiva que muchas veces perdemos de vista: la vida va más allá de los propósitos que uno tenga. Todo lo que rodea a este asunto, desde la pérdida de conexión entre ambas partes de las respectivas parejas a la influencia de terceras personas, está plasmado en pantalla de manera muy calculada por su director y conforma un sólido relato que, aceptando su escaso espíritu conmovedor, permite rescatar muchas cosas interesantes en sus casi dos horas de metraje.