En un claro ejemplo de perseverancia ideológica sin caer en la repetición, Los decentes retoma la esencia de la anterior película de su director Lukas Valenta Rinner, Parabellum, y con ella expande las obsesiones que quedaron plasmadas en este trabajo. Los decentes presenta el empaque narrativo del que Parabellum carecía por tratarse este del estudio de una condición precisa anclada en un espacio y tiempo determinado, lo que justificaba el letargo de sus secuencias y su lento y progresivo avance. En esta nueva incursión en el largometraje, el cineasta comparte el periplo de Belén, una tímida trabajadora doméstica recién incorporada a una familia argentina de clase alta, al descubrir a escasa distancia de su finca de trabajo una comunidad nudista y entregada a los placeres naturales de la cual acabará formando parte.
Esta premisa permite a Valenta Rinner retomar su obsesión por la degradación burguesa, el escape de las grandes urbes o el fracaso de la colonización de los espacios naturales. Evidenciando la estructura social que precipita el declive humano a través de esos desalmados complejos residenciales, se moldea un discurso crítico sobre la represión del individuo cuya integración en el sistema neocapitalista le obliga a vivir de rutinas y actos superficiales, negándole su libertad e independencia. La secuencia que muestra al joven tenista llorando desconsolado al saberse inútil en su único cometido, el de ser un deportista de éxito, ejemplifica el postulado del cineasta. Se trata, como ya viene siendo costumbre en las críticas del sistema actual, de dejar en ridículo a ese estigma que es la burguesía presuntamente liberal pero de raíz conservadora, que intenta eliminar todo trazo de la libertad asociado a la falta de pudor.
En este sentido, Valenta Rinner hace suyas las teorías “rousseaunianas” acerca de la supresión moral del ciudadano en la sociedad actual, y su necesidad de regresar al estado natural, para dar forma al mensaje que ya se intuía en su anterior película. La jerarquía de clases elimina la capacidad humana que posibilita la relación con el entorno y con uno mismo, generando unas relaciones artificiales que se basan en una absurda continuidad del cruel modelo establecido. En Los decentes, los y las trabajadoras domésticas acuden a tristes cursillos en una oscura cocina para aprender a hacer cupcakes y así tener contentos a sus jefes, mientras que son incapaces de mantener un encuentro sexual o sobrellevar una simple conversación entre empleados por no saber qué decir, o por no tener nada que contar.
A diferencia del fatalismo de Parabellum, el cineasta plantea una vía de escape a lo anterior. La comuna naturista donde ingresa la protagonista cual Venus de Botticelli sobre su concha, pudorosa y virginal aunque rebosante de belleza, simboliza el renacer del individuo y lo aleja de las estructuras sociales que lo corrompen. En este lugar, las construcciones no invasivas de piedra y madera contrastan con la arquitectura fría, metálica y acristalada de la zona residencial. Los estanques, fuentes y jardines son espacios de reunión, de diálogo o contemplación, y no de mero adorno como ocurre en los chalets minimalistas donde trabaja Belén. La comuna es, por lo tanto, el elemento de realismo mágico del relato, ya que revierte el código de conducta a extramuros de la parcela que la acoge, lo silencia, crea su propio código y convierte en cotidiano todo lo que ocurre en sus márgenes, sin que secuencias como la charla sobre sexo tántrico o la orgía final con los presentes maquillados de animales genere un ápice de extrañeza, sino más bien de calor humano. Cabría mencionar aquí el letrero colgado en la puerta de entrada al recinto, que reza “Mantenga la puerta cerrada, se puede escapar la magia”.
No obstante, es llegado el último tramo del largometraje cuando Valenta Rinner atesta su golpe de gracia. Los integrantes de la comuna, viendo peligrar su hábitat por parte de aquellos que quieren negarles su existencia, deciden poner en marcha una masacre simbólica y acabar con la miseria de la Sodoma materialista de la mano de las fuerzas de la naturaleza. Lo que en Parabellum implicaba la supervivencia individual aquí se refleja en una acción común. El mensaje es mucho más pesimista en su fondo puesto que la salvación implica una expiación general de la que no hay escapatoria, pero no es así en su planteamiento escénico, que consigue introducir pinceladas de patetismo para mirar por encima del hombro a los más despreciables. En definitiva, mientras que el discurso de Parabellum funcionaba a través de la contemplación y el tedio, en Los decentes funciona gracias a una mala hostia reprimida que revienta en su clímax. Esperemos que este cineasta siga explorando estos terrenos en sus futuros títulos.
Película aburrida, previsible, con un viejo y gastado relato de «clase» . Personajes estereotipados, los que tienen dinero son idiotas y los otros son iluminados. Un bodrio para pseudozurditos y hippies mediocres y perdedores.