Raíces fue una de las responsables de mi enamoramiento del cine mexicano suscitado ya hace varios años. Me sabe mal el malditismo que envuelve a esta obra maestra más allá de las fronteras norteamericanas. En mi opinión ésta es sin lugar a dudas una de las cinco mejores películas de la historia del cine azteca, resultando imposible no caer bajo sus influjos una vez contemplada. Quizás gran parte del olvido viene motivado por haber sido producida en una época convulsa para el cine del país hermano. Si bien Luis Buñuel triunfaba en el extranjero, el modelo de producción ubicado en los grandes estudios del Cine de Oro se encontraba en una era crepuscular esperando una adaptación que jamás pudo llevarse a cabo, punto que provocó su desaparición a principios de los años sesenta. En medio de esta crisis institucional, algunos productores independientes decidieron abandonar la protección de los magnates cinematográficos mexicanos abriendo una brecha que prendería en una forma de hacer películas distinta, bebiendo de múltiples influencias como el neorrealismo italiano, el incipiente cine independiente estadounidense o fundamentalmente la técnica ligada al imaginario soviético.
Bajo estas fuerzas nació Raíces, una obra considerada pionera en el cine mexicano al haber nacido al amparo de un pequeño estudio independiente que contó con un muy escaso presupuesto para sacar adelante el proyecto. Ante este entorno de escasez Benito Alazraki y su equipo decidieron hacer de la carencia una virtud, optando por escarbar los paradigmas del neorrealismo extremo filmando así en localizaciones exteriores y empleando a actores no profesionales. En este sentido, la poderosa arquitectura visual y escénica que ostenta Raíces es sencillamente espectacular, mostrando la belleza salvaje de los paisajes mexicanos al más puro estilo soviético y aspirando esa maldición impregnada de miseria que persigue a los auténticos protagonistas de la cinta: los indígenas mexicanos que liderarán los cuatro cuentos de El Diosero que estructuran el contenido del film, un texto de profundas connotaciones reivindicativas acerca de la dignidad y pureza de la raza mexicana escrito por Francisco Rojas González.
Partiendo de un material de gran calibre, Alazraki cogió la batuta para traducir las letras de Rojas González en imágenes, dialogando con el espectador con suma naturalidad, trasladando a la pantalla unas historias fatalistas y empapadas de humanismo aparcando el sensacionalismo barato a un lado, mirando por contra de frente al público sin ningún tipo de rubor con la pretensión de hacernos partícipes de la amoralidad y violencia desatada en los alrededores de los poblados indígenas, vertida fundamentalmente por la población blanca y mestiza quien mira con desprecio a sus vecinos y originales moradores de tierras americanas.
Esa dualidad modernidad /tradición será el punto de partida con el que arranca el film a partir de una serie de imágenes de estilo documental que captan la grandiosidad de los rascacielos ubicados en las grandes urbes de México, centrando el ojo asimismo en esos viandantes que pasean por las avenidas y diversos rincones de la urbe sin prestar mucha atención a sus semejantes. Con un sublime aroma a retrato documental de una época, Alazraki situará la cámara en los mercados, centros financieros y tiendas de un México moderno, cosmopolita y mestizo, reflejando el caos que acompaña el rutinario deambular de unos habitantes que parecen haber olvidado sus orígenes entre el ruido de los coches y el sabor a alquitrán.
Esta breve e intencionada introducción dará paso a la narración de las cuatro fábulas que componen Raíces, abrazando de este modo ese género de película de episodios que explotó en la década de los cincuenta y sesenta como una moda de colorido muy diverso. Cuatro cuentos que ostentan unas armas muy profundas, cargadas de filosofía y reflexión. Pues como hemos comentado la película ambiciona fundamentalmente hacer visible lo invisible. A esa minoría marginada por otra minoría de raza blanca, latifundista y frívola así como alimentada de odio y racismo, que continuamente imparte lecciones de moralidad utilizando subterfugios como la religión, el dinero y el poder para esparcir la cultura del miedo. Por ello uno de los objetivos perseguidos por sus creadores fue el de divulgar la figura del indígena como la de ese esclavo aparentemente libre pero atado a la miseria y a una vida disminuida a la mera subsistencia. Pero lejos de compadecerse de las desgracias expuestas, la película optará por ensalzar los valores y creencias de una raza orgullosa de sus orígenes que camina con la dignidad como bandera y que encara los problemas con los que se enfrenta a diario con una determinación envidiable.
De una forma muy sutil cada cuento retratará una temática que golpea sin piedad la sombra del indígena americano. Así, con Las Vacas observaremos la marginalidad a la que se ve arrastrada una pareja de campesinos, Martina y Esteban, que acaban de ser padres en paralelo a la extensión de una feroz sequía que ha provocado la total pérdida de sus cosechas y con ella la de su único medio de subsistencia. A pesar de su miseria el matrimonio no contará con ningún tipo de auxilio, siendo rechazados por viles comerciantes capitalistas que no tendrán compasión de nuestros protagonistas sino que buscarán aprovecharse de su desgracia. Un encuentro casual del Martina y Esteban con una pareja de ricos terratenientes que igualmente acaban de ser padres y que ofrecerán a la desventurada mujer indígena la posibilidad de entrar a trabajar como nodriza en su finca a cambio de abandonar a su marido e hijo por una suculenta cantidad de dinero, sumergirá en una compleja dicotomía a Martina, quien deberá elegir entre venderse como madre de alquiler para poder salvar de una muerte segura a su retoño o rechazar la oferta para salvar por contra su dignidad.
Con el segundo capítulo, titulado Nuestra señora, Alazraki plasmará el racismo inherente a la raza blanca reflejado en una estudiante estadounidense de antropología quien arribará a un poblado indígena para terminar su tesis doctoral acerca de la raza. Sorprendida de los usos y costumbres típicos de los pobladores, especialmente de sus salvajes festejos carnavalescos que engloban viejas tradiciones como caminar descalzos sobre la lumbre o el extraño folclore de nombrar a los hijos recién nacidos con el del animal que pisa por primera vez la estancia familiar la noche en que se produce el nacimiento —suceso que provocará que un niño sea nombrado como bicicleta merced a la huella del neumático del vehículo propiedad de la joven—, ésta acabará afirmando que los indígenas constituyen una raza inferior ajena a la razón presente en el mundo civilizado e incapaz de admirar la belleza de las monumentales obras pictóricas del Renacimiento, a pesar del robo de un lienzo imitación de La Gioconda por un grupo de exaltados pueblerinos objeto de estudio por parte de la universitaria estadounidense. Una vez publicada su tesis, la universitaria retornará al lugar origen de su tratado constatando que buena parte de sus prejuicios estaban totalmente fundados, potenciados por su innato racismo y rechazo a lo diferente.
Llegamos al tercer episodio, para mi gusto el más potente y fascinante: El tuerto. Con ciertas premisas que evocan a una obra tan mítica como Los olvidados de Luis Buñuel, la temática de la crueldad será la cocinada en este plato. Crueldad en contra de un niño indígena objeto de burlas por sus compañeros por el mero hecho de ser tuerto. Ofuscada por la pena de su hijo, la madre del niño tratará de buscar todos los remedios posibles para sanarlo de su ceguera del ojo derecho, acudiendo así a un curandero sin poderes, al refugio de la religión a través de sus penitencias a la Virgen, a su participación en multitudinarias procesiones o su penitencia a la figura de los Reyes Magos, implorando como único regalo la recuperación de la vista de su pequeño. Sin embargo en medio de una celebración pagana con fuegos artificiales, un accidente provocará la ceguera del ojo sano del niño, hecho que será visto por su madre como una gracia divina. Ese milagro que permitirá que su hijo no sufra las burlas de sus semejantes al quedarse completamente ciego.
Finalizamos nuestro recorrido con el último cuento, La potranca, epopeya que pintará la violación cometida en contra del pueblo indígena por parte de la raza blanca. Nos cuenta la historia de Xanath una bellísima indígena que trabaja como dama de compañía de una mujer blanca casada con un vehemente y maduro arqueólogo llamado Eric que se encuentra estudiando las pirámides mayas. La hermosura de Xanath obsesionará a Eric, quien perseguirá sin descanso a Xanath con el fin de saciar sus más bajos instintos. A pesar de los continuos rechazos de la joven, el lascivo burgués blanco conseguirá alcanzarla en las orillas de una playa, violándola como un animal en celo enajenado de su cordura. Sin embargo, la adolescente conseguirá zafarse de su captor golpeándolo con una piedra, revelándose en contra del crimen. A pesar de ello, no contento con su crimen Eric ofrecerá una ingente suma de dinero al padre de Xanath para tomarla como concubina. Sin embargo, en la cultura indígena no hay esperanzas para la corrupción exaltada por el hombre blanco.
Al enorme potencial semántico que ostenta el film se une una exuberante rubrica formal gracias a una fotografía naturalista lustrada con un montaje al más puro estilo Dziga Vertov donde los planos fijos de los cielos cubiertos de nubes, los contrapicados de primeros planos de los rostros de personajes del pueblo sin afán de protagonismo y esa puesta en escena que mezcla los horizontes exentos de modernidad con el encapsulado de los intérpretes en las tomas dialogadas supone todo un logro desde el punto de vista técnico. Y es que Raíces puede considerarse una obra neorrealista extrema que supo captar sin artificios ni maquillaje al alma del pueblo indígena señalando sus tradiciones —inolvidables las secuencias del Carnaval del vector Nuestra señora, las procesiones místicas de eminente sentido documental de El tuerto o la escena de la persecución entre las ruinas mayas del segmento La potranca—, su forma de enfrentarse a un entorno hostil así como su orgullo y decencia, contra la perversión y prostitución de los dogmas de convivencia seguidos por los habitantes del mundo occidental. Todo este envoltorio propicia que nos hallemos ante una de las joyas indiscutibles del cine mexicano de todos los tiempos.
Todo modo de amor al cine.