Crecer, madurar, implica también equivocarse, aplazar o descartar (consciente o inconscientemente) sueños de juventud, ceder ante algunas debilidades de las que nos creíamos a salvo, adoptar nuevos vicios y nuevas costumbres… En definitiva, cambiar. Pese a aspectos inmutables de nuestro carácter o personalidad, el yo que fuimos rara vez coincide con el yo que somos actualmente, entre otras cosas porque cuando somos jóvenes no paramos de proyectar, de imaginarnos en futuro, de modo que cuando llega la hora de contrastar ambas imágenes (la idealizada y la real) difícilmente logramos que encajen, lo que puede provocar cierto grado de frustración dependiendo del carácter y las expectativas de cada cual. De todo ello habla este cortometraje de Daniel Romero en clave de thriller fantástico y de terror: de cómo el transcurrir de los días modula nuestra existencia mientras el recuerdo (por otra parte, probablemente adulterado por la nostalgia) de tiempos mejores nos confronta con nuestra propia derrota.
Es una frase recurrente, cuando se habla del pasado y del paso del tiempo, aquella que dice «si te vieras hace veinte años, no te reconocerías». Suele señalarse con ella más la decepción que supone nuestro presente que la superación de un pasado poco satisfactorio, quizás por ese efecto distorsionante de la memoria que nos incita a maquillar, hasta hacer presentables o directamente deseables, unos días pretéritos que tampoco es que fueran el colmo de la felicidad. En cualquier caso, se señala con ello una amargura presente que existe, que es real aunque sólo sea por comparación (si imaginas muy nítidamente el porvenir, es fácil acabar decepcionado cuando este se desvía siquiera un milímetro de lo esperado). Los protagonistas de Cambio, una pareja atrapada por asfixiantes imperativos profesionales, viajan al lago al que solían ir cuando todo les iba mejor con el propósito de recuperar ese brillo de estabilidad y plenitud que marcó su relación en aquellos años, sólo para darse cuenta de que ya nada sigue igual.
La frase que hemos mencionado antes sirve a su director, recurriendo a la literalidad, para enfrentar a los personajes consigo mismos o, más exactamente, con quienes ellos eran cuando las cosas fluían armoniosamente entre los dos. No conviene contar demasiado, tan sólo apuntar la inteligencia de la premisa y el atractivo que supone enmarcarla dentro del cine de terror. Abordando lo fantástico con intenciones claramente psicoanalíticas (como parábola terrorífica, tiene un regusto freudiano muy claro), Cambio logra inquietar al espectador al tiempo que perfila con total transparencia (e ahí, quizás, el mayor reproche: las intenciones están muy a la vista y el corto acaba sabiendo a poco) una metáfora sombría y turbia sobre el modo en el que el tiempo nos cambia, y sobre la carga de malestar que almacenamos cuando sucumbimos a dicho cambio. El modo dispar en el que ambos personajes reaccionan ante lo imposible ayuda a hacer más atractivo el contenido de este curioso trabajo, que en poco tiempo sabe tocar temas importantes y darles una conclusión inquietante y aguda.