Primer film dirigido por la pareja de directores noveles, Affonso Uchoa y João Dumans, introduciendo en el festival de Rotterdam un curioso ‹road movie› oscuro que se adentra en el interior de un obrero marginal y silencioso.
Ouro Preto, Brasil. André, un adolescente brasileño de clase media baja, descubre casualmente el diario de un vecino que acaba de fallecer por causas misteriosas. El film se despoja del relato de André y nos adentramos en la historia del autor del cuaderno: Cristiano. Un narrador tranquilo, al estilo Miguel Gomes en Las mil y una noches, nos guía por la vida reciente del fallecido. De esta manera, la gran mayoría del metraje se materializa en la puesta en escena de este texto encontrado. Un manuscrito que se vuelve un mapa hacia el interior de un obrero dispuesto a morir de pena.
Datos interesantes. Probablemente la palabra más mencionada por el narrador: miseria. La imagen más recurrente: gente durmiendo. A saber, Cristiano durmiendo, André durmiendo, una enferma durmiendo, obreros durmiendo, putas durmiendo.
La película habita entre el polvo y las máquinas obreras. Sin embargo, la música de taberna le devuelve el brillo al film. En esa interacción entre lo obrero y lo musical, aparecen los restos de las películas de Marlen Khutsiev (En concreto: Primavera en la calle Zarechnaya). Inevitablemente recuerda la arquetípica narración soviética del obrero fornido, que de vez en cuando se deja seducir por la suavidad de la musa. Es precisamente en ese momento, el de la musa, cuando la película se transforma de un fotograma a otro. Deja de ser un film oscuro y se vuelve el delicado romance que te prometieron.
La película tiene una clara vocación musical. Y no es un musical en toda regla, pero podría serlo. Cristiano y sus colegas obreros solo saben expresarse cuando se reúnen a cantar. Todos son silenciosos, todos tienen una historia. Pero es la música lo que las detona, esa función catártica tan característica de la música cantada en portugués (véase la música caboverdiana de las obras de Pedro Costa, aquí).
De esta manera, aparece cierta poesía entre la voz cantante de Cristiano y su ortopédica habilidad para tocar la guitarra. Y, como no podía ser de otra forma, nos canta un blues. En las interpretaciones musicales existe un falso intento de improvisación. Un acercamiento supuestamente neorrealista, que se queda lejos de ser verdad.
El encuadre: Arábia es un film enclaustrado en sus formas. Hay una decisión radical de rellenar los laterales del encuadre. La cámara parece estar atrapada entre paredes. Esta estética de utilizar los márgenes de las puertas, los contornos de las columnas, cualquier objeto vertical… Invade todo el cine latinoamericano desde hace años. Una estética cerrada a la moda y obsoleta. Sin embargo, para suerte del film, esta manera de encuadrar crea un juego interesante ante la concepción tradicional de un ‹road movie›. Un contraste espacial.
Así, se produce un viaje detenido al servicio del narrador. Estos elementos poco a poco llegan a crear un viaje dinámico. Alternancias entre los destellos musicales y los tiempos muertos. Como mencioné antes, este film se detiene, a veces excesivamente, a mirar a gente dormir. O, más bien, mirar a gente que tiene los ojos cerrados. Incluso el film cierra de la siguiente manera: un lento travelling que linda una hoguera y se acerca al rostro de Cristiano que cae dormido (o muerto).