Recién devuelta a la comedia romántica (pues no olvidemos que Susanne Bier ya había realizado incursiones en el género hace bastantes años), lo que sin embargo ha acostumbrado a predominar en el cine de la cineasta de origen danés son esos dramas tan crudos como humanos que nos recuerdan nuestra propia esencia con una naturalidad que deja impasible por lo fácil que le resulta implicarnos en sus historias cuando quizá ni siquiera parece que estemos envueltos en ellas todavía. Cintas como Hermanos, la que nos ocupa hoy: Te quiero para siempre, o incluso su incursión Hollywoodiense con Cosas que perdimos en el fuego atestiguan ese talento innato para acogerse a la faceta más dura del drama y lograr que funcione sin necesidad de tener que manipular los elementos de base para que el espectador reaccione, pésima costumbre que practican tantísimos guionistas y directores con el simple objetivo de ser aclamados al nivel que sea más allá de ofrecer un trabajo honesto e cómplice al público.
Buena parte del mérito de que Te quiero para siempre funcione a esos niveles lo tiene el guionista y también cineasta Anders Thomas Jensen (Las manzanas de Adam), que pese a estar en los primeros compases de su carrera cuando escribió su primer largometraje para Susanne Bier (aunque ya venía de hacer lo propio con el Wilbur se quiere suicidar de Lone Scherfig o el Mifune de Søren Kragh-Jacobsen, otra propuesta dogma como el título del que hablamos), pareció ofrecer un giro de inflexión a la carrera de una cineasta que hasta ese momento no había definido un recorrido que se movía entre la comedia (romántica), el drama y el thriller, y a partir de ahí empezaría a obtener una cohesión más que palpable que lo dotaría de coherencia, enriqueciendo así el cine de una Bier que desde entonces sólo se ha despegado de él en su escapada a la Meca del cine.
Te quiero para siempre es un drama encuadrado en la corriente Dogma ’95 fundada por Lars Von Trier y Thomas Vinterberg que, como buena película dogma que se precie, se salta sus cláusulas a la torera como hizo el mismísimo fundador, Von Trier, en su Los idiotas (recordemos que los films adscritos al Dogma no podían emplear música extradiegética y el film del danés sí lo hacía). Pero dejando de lado lo intrascendente de un movimiento cinematográfico (?) cuya principal retribución era un diploma que muchos (Bier entre ellos) sacaban al principio del film con el habitual tembleque de la cámara en mano (otra de esas condiciones), lo que resulta verdaderamente interesante en Te quiero para siempre era el empleo de esas características para dotar al film de atributos que nos acercan a sus personajes.
Personajes que, como suele ser habitual en la obra de Bier, será difícil que encuentren lugar o momento plácido en el relato, y es que la danesa nos introduce en la vida de Joachim y Cècile, una pareja que ha decidido casarse cuando, de pronto, le atropellarán a él en un accidente que tendrá graves consecuencias. Quien iba al volante, Marie, casada con Niels, un médico con el que ha tenido dos hijos y una hija, se verá ciertamente afectada por el suceso, lo que provocará un acercamiento entre Niels y Cècile. A partir de ese momento, diversos temas de lo más interesantes saldrán a la palestra para ser abarcados con tacto e inteligencia, y es que tener entre manos asuntos como la tetraplejia o el engaño matrimonial y saber conferirles esa direccionalidad, sin hacer uso de la brocha gruesa ni dejarse llevar por los más pueriles tópicos tiene su mérito.
Pero es que además, el drama que compone la cineasta sabe sorprender por las sendas que toma, alejándonos en todo momento de lo habitual y poniendo sobre la mesa conflictos como el de esa niña que presencia el atropello junto a su madre, cuya culpa es explorada a través de una sugestiva vertiente al sentirse ella responsable de todos los sucesos que desencadenará ese accidente, o perspectivas tan interesantes como la de esa madre de familia, que lejos de sentirse recelosa porque a su marido la reclame una paciente, lo alienta a ayudarla sin barajar tan siquiera otras consecuencias. Así, sus personajes se expresan con propiedad ante una situación de lo más atípica donde lo más importante es quizá ese sentimiento entorno a la vida de una persona que puede haber quedado derruida. Esa persona, Joachim, reacciona con rechazo e incluso de un modo déspota ante su nueva condición, aunque su reacción es la de pagarla con su prometida, creando un distanciamiento entre ambos que sólo romperá para abordar finalmente la situación como un adulto, en lugar de a través de esa negación que no beneficia a nadie.
Ante una galería de personajes tan repletos de aristas, nos encontramos con un reparto encabezado por un Mads Mikkelsen que en aquel momento sólo había trabajado con cineastas como Windign Refn o el propio Thomas Jensen, y abordaba aquí uno de sus primeros papeles relevantes para desatar un torbellino emocional que pocos actores podrían suscitar como él. Su par, la también danesa Paprika Steen, ofrece una replica repleta de intensidad y energía que, sinceramente, poco tiene que envidiarle al tremendo papel de Mads Mikkelsen. Por otro lado, el fabuloso Nikolaj Lie Kaas aborda con compostura un papel complicado y quizá el menor de los cuatro, mientras su pareja ficticia Sonja Richter, demuestra en su debut en largometraje tener las suficientes tablas como para no descompensar el film a nivel interpretativo, pese a ser con diferencia la peor (que no por ello mala) interpretación de todas, quizá fomentado por un papel a cuyos matices no sabe dar tanta fortaleza.
La elección formal de Bier, que como ya comentaba se ceñía a un Dogma cumplido a medias, da el enfoque idóneo a Te quiero para siempre gracias a esa cámara en mano que nos aproxima a los personajes con más fuerza, o a esos injertos de primerísimos primeros planos o planos detalle granulados que la danesa emplea para retratar el anhelo, las sensaciones y los sentimientos de los protagonistas con mucha pericia, logrando que ese acercamiento se torne progresivo y nos veamos sumergidos en el drama casi sin quererlo. Porque Te quiero para siempre es una de esas cintas donde identificarse es fácil: es humana, es cercana y el dolor se puede palpar, no tanto por un ajustado guión o unas grandes interpretaciones (que también), sino por el hecho de saber hacernos vivir el drama del modo más terrenal posible, y acompañarlo, incluso viéndonos sumergidos en él hasta el punto de pensar cual sería nuestra reacción ante una situación así, aunque sinceramente, nos baste con el talento de Susanne Bier, Anders Thomas Jensen y un puñado de actores en estado de gracia.
Larga vida a la nueva carne.