Las vías narrativas establecidas y transformadas a lo largo del siglo pasado han encontrado una extraña dirección debido a estructuras y formas entabladas con un celuloide cada vez más esquivo, dirección que se ha visto alimentada por cineastas y perspectivas de la más variada índole, y que ha percibido en el cine oriental algunos de sus mayores estímulos. No es de extrañar, pues, que ciertas cinematografías emergentes hayan despertado ofreciendo miradas impropias del medio e incluso lejanas a una realidad cada vez más difuminada, orientada a relatos en los que la ficción anida en un fantástico inseparable del estrato central de la misma. Es en ese contexto donde se manifiesta la imagen de una de las cinematografías mentadas, la tailandesa, que ha encontrado en autores como Apichatpong Weerasethakul, Pen-Ek Ratanaruang o, incluso, el más reciente Nawapol Thamrongrattanarit, una ventana a través de la que explorar los motivos de un cine con inquietudes narrativas primigenias, casi ajenas a aquello que por memoria o situación les ha correspondido. Prabda Yoon, como autor surgido de esa corriente fomentada por un cine que se desarrolla y continúa dando pasos que bien podrían antojarse inaugurales —aunque ni de lejos lo sean—, no hace sino rastrear los avances de esos autores inmediatamente anteriores, pero al fin y al cabo complementarios. Un hecho que podría pasar desapercibido, pero que más allá de lo que supone enlaza a Yoon con su implicación para con el crecimiento de esa obra, no en vano el aquí debutante precisamente colaborara en la escritura de dos de los mejores trabajos de Ratanaruang —Vidas truncadas e Invisible Waves, esta última con un guión totalmente obra suya—.
Transitando un género —esa sci-fi ajena— mediante el que confrontar esa realidad —de un estado, de un país e, incluso, de un cine—, Motel Mist entabla un misterioso diálogo donde fracciona a nivel narrativo un discurso dispuesto en la extrañeza y ductilidad de un universo permeable y, por tanto, alterable. Es así como Yoon propicia una colisión ya no entre las particularidades de una reflexión ante la que avanzar y retroceder para comprender sus marcas, también entre los fundamentos de un entorno modelado por las inquietudes genéricas de un autor que ni mucho menos se detiene ante la obviedad de aquello ya definido, sino más bien busca entrelazar y complementar un carácter arraigado pero propio.
La confrontación de una realidad socio-política casi siempre percibida en torno a esa corriente de cineastas tailandeses de nueva hornada —cuyo carácter se evidenciaba en su máximo esplendor con el Paradoxocracy de Ratanaruang, a la postre saboteada en su país—, pues, entronca así con una percepción acerca de las herramientas y respuestas del medio que queda constatada no únicamente en un acercamiento genérico mutante, tan deforme como abigarrado, también a través de la exploración realizada por el propio Yoon a partir de un discurso cuyo sino se establece mediante el mismo escenario y la complexión de unos personajes que sirven al cineasta de bisturí quirúrgico en más de una ocasión. Ese escenario, ese marco implementado, no deja de suponer para Motel Mist una suerte de extensión de los fundamentos de una cinta cuyo carácter —el que colinda con lo fantástico— va más allá de sus propios márgenes, estableciendo elementos —el selfie, la red social…— que nos devuelven en realidad a un punto más tangible de lo que en un principio se podría suponer, y logra que esa disertación articulada en torno a un universo ilusorio surta un efecto tan conciso ante el cual basta una imagen para sintetizar: la de esa niña vagando por un ambiente ajeno a ella, y su conclusión final. Imperdible.
Larga vida a la nueva carne.