Hablar de lo mejor de un año que hemos dejado atrás nunca es fácil. Sabes que quedarán atrás esas pequeñas películas reivindicables que no hicieron el suficiente ruido, y que incluso quizá ese sea el motivo por el cual en un top puedan entrar películas que de otro modo no lo harían. Es más, incluso en ocasiones puede llegar a ser molesto, por esa absurda manía de cuantificarlo todo y ordenar algo que en realidad tampoco requiere tal orden: porque cualquier detalle, mínima revisión o leve obsesión puede llevar a una película a parecer algo más de lo que realmente es. He ahí el motivo por el cual he preferido hacer de mi lista un rincón sin prioridades. Es decir, un espacio en el que compartir esas películas que han tenido cierto significado para mi este pasado año, pero sin otorgarles más o menos relevancia.
Espacio aparte, eso sí, para el cine de género, aquel que siempre consigue levantarme el ánimo y que ha dejado títulos tan estimables como Trash Fire, la vuelta de un Richard Bates Jr. que parecía dejar atrás prioridades con la menor Suburban Gothic, pero que ha vuelto a su humor ácido, ennegrecido, para culminar con otro de esos films que casi se sienten como una rara avis dentro del panorama, o como I Am Not a Serial Killer, que nos devuelve al Billy O’Brien que algunos descubrimos con Isolation —el más pausado, atmosférico, tenaz y extraño—, The Eyes of My Mother, un lienzo independiente donde el horror no es sino una extensión familiar, algo ya dialogado en el cine de terror, pero logrado con una autenticidad y talento reseñables por el debutante Nicolas Pesce, y la australiana Safe Neighborhood, una inteligente y perfectamente ejecutada vuelta de tuerca al género, con momentos que no hacen sino gozar al máximo al aficionado al terror, y algunos personajes impagables.
Dicho esto, ahí van algunos títulos a reivindicar (o no) que han hecho de mi 2016 cinéfilo, algo mejor de lo que habría imaginado haciendo un balance final:
El abrazo de la serpiente (Ciro Guerra)
Si Ciro Guerra se había distinguido por ser uno de esos cineastas de un tan críptico como atinado lenguaje, ahondando en los pormenores de una sociedad (la de su país) siempre expuesta, con El abrazo de la serpiente se le llegó a achacar que quizá tomaba decisiones demasiado precavidas a lo largo del metraje —contrapuestas, claro está, a esa conclusión tan extrañamente disonante, pero acertada—, pero lo cierto es que si había mejor forma de abordar un fondo tan importante y necesario como el encauzado por Guerra en su tercer largometraje, servidor ni lo conoce, ni lo desea: basta con disfrutar de un film tan sugerente y milimétrico como afilado.
El extraño (Na Hong-jin)
El autor de The Chaser y The Yellow Sea había dado sendos momentos de arrebato a un género que así lo requería. Así, y si lo cinematográfico se tornaba veraz, y esa veracidad era cuarteada por el propio cine, con El extraño, Na Hong-jin demuestra que puede continuar avanzando desmarcándose por completo de sus anteriores thrillers. En su nuevo trabajo es el cine de género su principal estilete, y tanto la profusión de temáticas genéricas como la extraña e irónica cantidad de tonos alcanzados sirven para arrojar una cinta donde nada es lo que parece, ni siquiera el propio prisma de un cineasta que va más allá de lo que en todo momento parece.
El incendio (Juan Schnitman)
En ocasiones hay una escena que te lleva al borde de la inquietud. Algo así me sucedió con la apertura de esta El incendio, cuya pulcritud se desarticulaba ante una especie de volcán emocional a punto de estallar. Una pulcritud en la imagen que también chocaba con el estilo un tanto seco, bronco, del propio Schnitman, pero que al fin y al cabo no deja de ser un arma de doble filo: esa presunta frialdad contrasta con el comportamiento de unos personajes que no sujetan sus emociones, las destripan y se las arrojan entre ellos como si no hubiese mañana. Algo que podría sonar tremendista, incluso propenso a forzar el drama, la emoción, es contenido con mucho talento por sus protagonistas, una maravillosa Pilar Gamboa y un perspicaz Juan Barberini, que no hacen sino verbalizar las virtudes de un cine cuyo nombre no se nos puede escapar: Juan Schnitman.
El tesoro (Corneliu Porumboiu)
Revisando una carrera como la del cineasta rumano, es fácil ver como el lenguaje siempre se ha interpuesto en una visión poco o nada plácida sobre el medio. Ya no en sus inicios, donde ya sugería que la cámara debe ser una herramienta a tener en cuenta, sino más adelante incluso en cintas tan (presuntamente) anecdóticas como The Second Game. Ese lenguaje, sin embargo, también ha sabido transmitir enunciados mucho más importantes, trascendentes del medio, y es lo que precisamente hace de El tesoro una película tan valiosa: porque, si en una era donde lo tenemos todo al alcance de la mano, perdemos la inocencia que nos reivindica como lo que somos, ¿qué nos queda? Impagable Porumboiu.
En defensa propia (Daniel Barber)
El western siempre ha sido un arma de lo más interesante para ahondar en temas y conductas que precisamente se desmarcan de lo que a priori supone el género. Ver en manos de Daniel Barber, que ya desperdiciara a Michael Caine en un ejercicio que se prometía tan interesante como Harry Brown, no hacía sino aliementar las dudas acerca de qué podría hacer un cineasta como él en un terreno tan importante. Y lejos de trazar mensajes consabidos y reescritos hasta la extenuación, Barber compone un panorama post-apocalíptico casi sin quererlo para hablar sobre nuestra propia esencia, sobre aquello que somos y debemos aceptar (o no) para continuar. Todo un logro para abordar un western feminista que es de todo menos aquello que presumíamos de antemano: obvio.
La Academia de las musas (José Luis Guerín)
Entrar en un panorama como el que marca y describe José Luís Guerín no es fácil. Enfrentarse a un personaje como el descrito, entrar en el juego trazado con tenacidad por el cineasta y terminar obteniendo una reflexión que va más allá de lo descrito parecería una quimera en primera instancia. Pero Guerín sabe muy bien el terreno que maneja, y si cuestionar todo el texto se propone como una auténtica necesidad, nadie como él para llevarlo a cabo. Es así como el cineasta expone una desidealización que nos lleva desde el amor al propio lenguaje para terminar sumiéndonos en una espiral de la que es difícil salir, si no fuese porque la propia mentira es el mecanismo más imprevisible que existe.
María (y los demás) (Nely Reguera)
El drama como género siempre ha encontrado en el cine español una serie de vicios a los que aferrarse para evolucionar (o, mejor dicho, estancarse). Es por ello que el debut en la dirección de Nely Reguera supone toda una revelación, y es que si a lo medido e inteligente de todos y cada uno de los pasos que da la cineasta se une un modo impecable de resolver cada pequeña arista del guión, no podemos sino agradecer estar en terreno desconocido. Ello y una Bárbara Lennie que a estas alturas ya no sorprende a nadie, hacen de María (y los demás) una de esas pequeñas joyas a las que el cine español necesita, algo un tanto triste teniendo cuenta que talentos como el de Nely Reguera son capaces de emerger con tal facilidad.
O Ornitólogo (Joao Pedro Rodrigues)
Resulta difícil hablar por segunda vez sobre un film como O ornitólogo, pero viendo la evolución de Pedro Rodrigues como cineasta, también inevitable. Y es que echando la vista atrás nos percatamos de que el portugués ya era capaz de crear contextos y distorsiones genéricas con un talento inaudito, pero lo continúa haciendo incluso desmarcándose de tonos y formas pretéritas, y acudiendo a un terreno en el que todo parece tener lugar, pero que no se sostiene por su arbitrariedad, sino por una capacidad innata por desarmar al espectador y jugar con unas expectativas que más que colmadas, se ven rebasadas en O ornitólogo.
The Duke of Burgundy (Peter Strickland)
La devoción por lo visual y sensitivo en el cine de Strickland han marcado un camino propio que seguir, y a través del que sugerir. Ya no por el trabajo que dio a conocer su cine internacionalmente, Berberian Sound Studio, sino por un debut donde ya se deducían unas formas que en The Duke of Burgundy ha depurado. Ese sello expuesto y desarrollado por el cineasta británico, nos lleva pues a un nuevo espacio en el cual ese cine sensorial alcanza su máximo exponente y desvela una proyección donde las ideas y su cohesión otorgan el mejor de los escenarios.
The Neon Demon (Nicolas Winding Refn)
Era una de las grandes esperadas, y los (también esperados) abucheos en Cannes no hicieron sino alimentar la impaciencia. Porque es lógico, NWR afila un estilo que crea odios y pasiones, y lo hace con un tino que ya no sostiene lugares o atmósferas, también sostiene un discurso implementado poco a poco sobre la imagen y sus posibilidades tan propio como brillante. The Neon Demon no deja de ser, pues, la sublimación de un estilo que ya parecía estarlo con su Sólo Dios perdona, pero que alcanza cotas, aunque distintas, verdaderamente estimulantes en una de esas cintas que no hay que perderse. Ni aunque sea para odiarla y continuar constatando que Nicolas Winding Refn tiene algo único.
Larga vida a la nueva carne.