Hay un método muy concreto para saber si alguien ha conectado con el cine de Jared Hess: si alguna vez has deseado bailar al ritmo de Canned Heat de Jamiroquai con el estilo de Napoleon Dynamite, o sientes la necesidad de tener una camiseta que grite desde el pecho eso de «Vote for Pedro», Hess es tu hombre. Si te parece una ridiculez, tal vez este universo de dientes visibles y perdedores autoconscientes no ha reservado un espacio para ti.
Napoleon Dynamite es solo la punta del iceberg con la que todo el mundo localiza a Jared, pero detrás de su imaginería se encuentra también su hermana Jerusha Hess, con quien firma la mayoría de guiones. Ambos son capaces de arrancar algo de humor al patetismo diario explotando a esos personajes que van del estatismo buscado (los sosos heredarán el mundo) hasta el histrionismo más afectado para decorar sus historias.
Sobre la inventiva funciona Gentlemen Broncos, un homenaje al libreto de ciencia-ficción y la imaginación desbordante de sus creadores. Tan sencillo como un adolescente con un héroe en su mente que viaja a una convención de jóvenes escritores como base para derramar toda la hipocresía de escritores acabados y seres aprovechados sobre él —que el escritor al que adorar se apellide Chevalier siendo un completo fraude no es casualidad—.
Así nos movemos desde un inicio entre una vida de adolescente aparentemente normal y apagada (con sus excentricidades típicas de la comedia gris) que se llena de complejidades al aumentar la capacidad de implicados, mientras se mezcla la novela escrita en imágenes, con Sam Rockwell dispuesto a recrear a Bronco o a Brutus (todo depende del narrador elegido). La sátira hacia las novelas río de sci-fi, la obsesión con los cuerpos femeninos (o la mutación dedicada a los mismos) y la escatología más recurrente para arrancarnos muecas son solo algunos de los detalles que cimentan este Gentlemen Broncos. Los personajes que aparecen son excesivos y sus rarezas los envuelven como entes propios, no hay duda que cada uno se lleva a un entusiasta detrás.
Lo cierto es que Jared Hess no se conforma con manipular planetas lejanos asolados por «guerra e infección», toda forma de arte tiene aquí su espacio y a la vez su extraño homenaje llevado, cómo no, al límite de la jocosidad/burla, que siempre funciona en su lenguaje. Desfilan por nuestros ojos patronajes imposibles a partir de sedosos camisones ‹big-size›, un fanatismo por la recreación audiovisual —director excéntrico mediante— o titulares de prensa al más puro estilo amarillista, pasando por el arte de las portadas de libros. Todos los dones artísticos en regla para nuestro deleite.
Los aprendizajes de vida dan para una novela aparte, porque Benjamin es protagonista y a la vez el ser más normal en esta historia, uno a modo de esponja capaz de absorber todo lo absurdo que es el mundo creativo y sus alimañas, para después sacar partido de tanto despropósito.
Porque todo parece un sinsentido, pero los Hess tienen siempre claro el espíritu del divertimento indie a partir de un tema del que avanzar y al que volver, para perder la noción de la historia por el camino unas cuantas veces. Una progresión loable, pero siempre queda la posibilidad de centrarse en los pechos que disparan láseres o en quienes lloran frente al espejo para contemplar mejor la desolación, porque ya sea en base o en profundidad, Jared Hess sabe rodearse de gente sin capacidad de avergonzarse que pueda llevar a cabo cualquier locura adornada hasta el más mínimo detalle: música y color siempre con gusto.
Y lo que nos reímos aquella tarde…