De todos los elementos que se presentan de manera recurrente en la obra de François Ozon, la ruptura de la armonía de un hogar por culpa de la llegada de un tercero es uno de los más notables. Este paso de la unidad aparentemente inquebrantable al posterior resquebrajamiento en una multitud de problemas es tomado por el director francés como una base interesante sobre la que erigir sus características tensiones emocionales y sexuales así como sus desenlaces melodramáticos. Es en su aclamada obra En la casa (Francia, 2012) donde este mecanismo se hace evidente. En ella, una familia estable (no digamos típica porque en las relaciones personales que retrata Ozon siempre hay ciertos rasgos peculiares) compuesta por una galerista de arte y un profesor consciente de (y quemado por) la simpleza de los estudiantes millenials, centra su atención en un joven que destaca por sus cualidades literarias y por su personalidad compleja. Este chico, haciendo uso de sus capacidades para la manipulación, se adentrará de manera progresiva en ese núcleo familiar para dinamitarlo desde dentro. La gracia de Ozon no radica solamente en la maestría con la que desarrolla este proceso, sino también en su atención a cómo vuelan los pedazos para estrellarse de nuevo contra la tierra. Ozon parece disfrutar diseñando cada gesto, palabra y paso que el curioso chaval da para engatusar al matrimonio, absorber todo el jugo posible y destruir todo sin miramiento alguno en último lugar.
Aunque de manera más sibilina y sin buscar la maldad presente en En la casa en ningún momento, encontramos también en Une nouvelle amie (Francia, 2014) este componente invasor del que venimos hablando. En ella, las relaciones entre un hombre llamado David que acaba de perder a su mujer, el hijo de ambos y la amiga de toda la vida del matrimonio se verán modificadas por la aparición de una personalidad que cada vez va adquiriendo más peso a lo largo de la narración hasta el punto de llevar la situación al lugar en el que el dilema entre mantener los vínculos tradicionales o actualizarlos se vuelve ineludible. Mientras la amiga de la recién fallecida se dispone de manera natural a hacer compañía al recién viudo para hacer así el luto más leve; así como también se propone aportar el cariño suficiente al bebé para cubrir en cierta medida la ausencia de la madre, verá como la colaboración desinteresada se desplomará al darse cuenta de que el hombre ya está acompañado y su hijo ya ha encontrado una nueva madre. Esta presencia inesperada no es otra que la identidad actual que, tras un periodo de germinación, ha terminado por imponerse en David. Esta nueva personalidad definida supondrá un giro radical en la comunicación de todas las piezas y donde las soluciones tradicionales que se estaban llevando a cabo ya no valen, dejando así un papel en blanco sobre el que los personajes van caminando cada vez con más soltura.
Es en Frantz (Francia, 2016) donde François Ozon insiste en este procedimiento de nuevo. De manera más limpia y clara, el realizador de París plantea el rumbo que toma la vida anodina de un matrimonio de alemanes y Anna, su nuera, ante la llegada de Adrien, un francés misterioso. Anna va a depositar todos los días flores sobre la tumba de su novio, quien da nombre a la película, después de que este haya muerto en combate. La existencia de esta joven alemana, así como la de los padres de Frantz, con los que vive, parece estar regida por la rutina. El día que el francés decide llamar a la puerta de la familia los patrones establecidos y uniformes que constituían sus vidas caen para ser substituidos por una serie de irregularidades y dilemas. Si con El silencio del mar (Francia, 1949) Jean-Pierre Melville trató está invasión de un sujeto de un país enemigo en el hogar del país derrotado (aunque ambientándola en la II Guerra Mundial) disipando en la medida de lo posible cualquier tipo de conflicto por medio del silencio, Ozon se recreará precisamente en las posibilidades que ofrece el choque jugando con la palabra, ya sea escrita o hablada. La evolución de esta conexión que rompe la armonía para buscar otros lazos y caminos será desarrollada con un pulso que desbanca los ejemplos anteriores.
Esta cuestión del invasor y el hogar como víctima, que según nos dice el director aflora de manera inconsciente en sus obras sin ser intencionado, vuelve una y otra vez, aunque en diversas situaciones y percibida desde diferentes puntos de vista, a manifestarse en la filmografía de Ozon. Se escucha que su próximo proyecto consiste en un thriller-erótico donde el carácter casto de Frantz parece que brillará por su ausencia. Esperemos su llegada para ver de qué manera perversa devora esta vez el gusano la manzana.