Este día de Navidad ha traído la noticia de la pérdida de uno de los cineastas más emblemáticos del cine de nuestra querida Argentina. Y es que con Eliseo Subiela se va uno de esos autores imprescindibles y singulares nacidos en tierras americanas. Resulta difícil etiquetar el arte del autor de Hombre mirando al sudeste. Su alma era la de un poeta que empleaba las cámaras y focos de los platos cinematográficos para escribir esa prosa más propia de la literatura latinoamericana de los setenta colmada de romanticismo y de esa mirada onírica que se preguntaba sin obtener respuesta cual era el sentido de la vida. Así, ese realismo mágico que impregnó las páginas de los libros de García Márquez, Juan Rulfo, Pablo Neruda o Carlos Fuentes fue adaptado por el bonaerense para trasladarlo a la pantalla del cine a través de una mirada plena de simbolismo, dando lugar a esa grafía tan especial y distinta que ostenta su filmografía.
La conexión entre cine y poesía resulta muy clara en la obra que nos ha legado Subiela. De hecho uno de los principales referentes que tuvo el autor de Pequeños milagros fue su amigo y cómplice Mario Benedetti, quien apareció en un pequeño papel interpretando a un poeta fácilmente identificable en El lado oscuro del corazón. Esta mirada evasiva de la realidad más cruda, tan evasiva que en las mejores películas de Subiela el elemento fantástico siempre jugaba una parte muy importante en el significado del libreto, fue uno de los puntos más atacados por sus detractores, quienes a menudo se burlaban del excesivo lirismo místico que empapaba los complejos y heterodoxos argumentos tejidos por el cineasta argentino.
Eliseo Subiela debutó en la dirección en 1963 con un corto documental titulado Un largo silencio. Este debut fue una declaración de intenciones. En una década como fue la de los sesenta en la que cineastas como Rodolfo Kuhn, Fernando Birri, Manuel Antin o Leopoldo Torre Nilsson apostaban por radiografiar la realidad argentina desde un prisma muy pesimista y demoledor, Subiela decidió acometer esta óptica derrotista desde el lirismo y la fantasía mediante un documental perturbador e hipnótico, Un largo silencio, que narraba la vida de tres pacientes afectados por dolencias psiquiátricas totalmente apartados de la sociedad por un gobierno incapaz de atender a su ciudadanía más necesitada y desfavorecida.
Dos años más tarde Subiela volvería a situarse tras la cámara para filmar otro corto emblemático. Y es que Sobre todas las estrellas daba voz a esos dobles de cine que arriesgaban su integridad física sin buscar más recompensa que disfrutar del riesgo a la vez que del inspirador sabor del arte cinematográfico. Ese mismo año, 1965, Subiela contribuyó como ayudante de dirección a la construcción de una de las obras maestras del cine argentino, la fascinante y neorrealista Crónica de un niño solo de Leonardo Favio, obra que pese a su ropaje neorrealista extremo contenía igualmente alguna de las escenas más poéticas y bellas del cine latinoamericano de los sesenta. Subiela siempre consideró a Favio como su gran referente a la hora de hacer cine y sin duda el aprendizaje que ambos compartieron en esta obra maestra marcaría la carrera del dúo en esos terrenos de la poética fatalista poseedora de una sensibilidad fuera de lo común.
En 1969 Subiela colaboró junto a un grupo de amigos y autores afines en la realización del documental Argentina, mayo de 1969: Los caminos de la liberación, un documento de elevada carga reivindicativa que supuso todo un compendio en contra de la dictadura de Onganía.
Tras esta arriesgada producción, Subiela torció su trayecto hacia el mundo de la publicidad, empleo que ejerció a lo largo de los años setenta, siendo su arte silenciado en esta década por esa dictadura militar que fue un obstáculo insalvable para su alma opositora. Así Subiela retornó a la dirección en 1981 con la película La conquista del paraíso, una extraña obra que aspiraba esa prosa acallada durante más de diez años de silencio.
Este reencuentro con el cine fue la lanzadera perfecta para cimentar en sus tres siguientes proyectos sus tres obras más aclamadas y populares. Así con su siguiente película Subiela tocó el cielo de los grandes circuitos internacionales de cine. Hombre mirando al sudeste forma parte por méritos propios de la historia del cine argentino como una de sus obras más personales y abstractas. Premiada en San Sebastián y Toronto la obra narraba la historia de un cansado psiquiatra cuya rutinaria existencia se verá alterada con el internamiento de un joven que se cree un extraterrestre. Cargada de un íntimo tono trascendental y metafísico, el guión ahondaba en una profunda reflexión acerca de los límites que conectan la locura con la realidad, y asimismo la moraleja de que en ciertas ocasiones es preciso sembrar en los terrenos de la paranoia para poder alcanzar esa felicidad que la triste sustancia cotidiana destruye. La magnética puesta en escena tendida por Subiela posibilitó la inmortalidad en la memoria de muchas de las escenas de la obra, ello ayudado con la maravillosa partitura clásica que incluía esa imprescindible secuencia adornada con el himno de la alegría.
Tras este éxito sin precedentes, Subiela volvería a tocar el cielo con Últimas imágenes del naufragio, obra poderosa y fatalista que volvía a otorgar el protagonismo a un escritor sin inspiración que terminará buscando la misma fijando su mirada en otra perdedora carente de fe y esperanza, cuyo intento de suicidio será recolectado por aquel para tratar de salvar del naufragio a estas dos almas atormentadas ateos del amor. Subiela desplegó todas sus armas narrativas, casi más propias de la literatura que del cine, para dar forma a quizás su obra más personal y poética, captando esa tristeza depresiva gracias a unos personajes mágicos que trascendían los márgenes de la realidad.
No contento con haber producido estas dos obras maestras, Subiela orquestaría su cierre de partitura maestra con El lado oscuro del corazón, película de gran calado popular que se alzó con el premio a la mejor película en Montreal. La cinta igualmente sería importante en el devenir de la filmografía del bonaerense ya que supuso su encuentro con el que se convertiría en su fiel compañero y actor fetiche Darío Grandinetti. En ella volvería a recorrer los hilos poéticos y trascendentales de sus dos obras anteriores, legando el protagonismo de nuevo a un poeta fracasado que ha vendido su alma para tratar de sobrevivir. Sin embargo su delicadeza retornará al conocer a la que él creerá será la mujer de sus sueños anhelados de amor y sexo en paralelo a las poesías de Mario Benedetti que acompañarán el trayecto vital de nuestro peculiar y a veces infantil héroe cervantino. Obra poseedora de un lirismo desgarrador, su retórica se apoyaba sobre todo en el talante metafórico de un relato tan bello como descarnado.
Si bien buena parte de la crítica tildó El lado oscuro del corazón como una obra vacía y pretenciosa, Subiela no se amilanó ante los ataques, continuando con su poética extravagante en No te mueras sin decirme adónde vas, otro film alegórico y a veces surrealista protagonizado por Grandinetti dando rostro a una especie de inventor propietario de un viejo cine que parece haber encontrado la fórmula para crear una máquina capaz de filmar nuestros sueños. Acompañado de otro amigo inventor, el vacío que acompaña a su insípido matrimonio encontrará relleno con la presencia del espíritu de la mujer de sus sueños, un alma reencarnada con el fin de acompañar a su amor a lo largo del tiempo y del espacio. Subiela vertió su ternura y buen humor en esta historia de fantasmas, robots con voz de Gardel y sueños imposibles para proseguir con su peculiar estilo ajeno a turbulencias.
Las siguientes películas del argentino supusieron un pequeño paso atrás en su trayectoria. Y es que ni Despabílate amor, Pequeños milagros ni Las aventuras de Dios lograron el favor de la crítica ni tampoco del público tal como sí lo habían alcanzado sus cuatro anteriores producciones. Obras que fueron calificadas de pretenciosas y egocéntricas merced a la persistencia de Subiela por forjar sus poemas con ese tono surrealista y espiritual tan complejo y disidente.
Subiela trató de salir de este bache acometiendo la secuela de El lado oscuro del corazón con la que arrancaría el siglo XXI, en coproducción con España, donde se situaría la trama protagonizada por el original poeta construido por Grandinetti. De nuevo el surrealismo y el carácter onírico que pregonaba el guión volvería a chocar con el ambiente crítico, resultando un nuevo fracaso comercial.
Ello indujo a Subiela a buscar refugio en el mundo de la televisión, no retornando al séptimo arte hasta el año 2005 con otra coproducción hispano argentina titulada Lifting del corazón. A pesar de contar en esta ocasión con un marcado tono de comedia, Subiela no renunció a su personal sello, introduciendo algunas escenas plenas de romanticismo poético que sin duda agrandaban la hilaridad de sus secuencias más delirantes.
Dos años más tarde el argentino volvería a contar con el favor crítico con el drama situado en los márgenes de la oda existencialista El resultado del amor. Detentando algunas de las obsesiones del cine de Subiela como la de ofrecer el protagonismo a dos marginados por su sensibilidad artística que trataban de encontrar un mínimo resquicio de felicidad mediante el ejercicio del amor, la película podría catalogarse como la última gran obra del cineasta argentino, incluyendo en la misma un nostálgico guiño a Hombre mirando al sudeste con la aparición de un personaje que evocaba a aquel interno fascinado con el universo extraterrestre.
Con No mires para abajo Subiela urdió un poema erótico y de alumbramiento del sexo, narrando la historia de amor entre un joven adolescente y su bella vecina, una filósofa de la vida que iniciará al opaco aprendiz de funerario en las artes de la lujuria y el buen vivir. El alto voltaje erótico de alguna de sus escenas se condimentaba con ese aire trascendente y a veces surrealista tan del gusto del autor argentino.
Subiela cerró su filmografía con el drama experimental Rehén de ilusiones y con el extraño e inquietante falso documental Paisajes devorados.
Un ataque al corazón ha terminado prematuramente con la vida de uno de los poetas del séptimo arte. Precisamente un fallo de ese corazón tan protagonista de las historias de Subiela. Un corazón ardiente, sensible y siempre dispuesto a sentir el amor como medicina a la crueldad y desesperanza existente en la realidad más cotidiana. Un artista seguidor de ese realismo mágico que buscaba entornos alejados y fantasiosos para extender su arte hacia fronteras inexploradas. Descanse en paz.
Todo modo de amor al cine.