El realizador Tobias Nölle propone con su primer largometraje, Aloys, una visión de la soledad inteligente y demoledora. Este peculiar director suizo compone un personaje aparentemente simple que irá sacando toda su complejidad a la luz tras un chispazo que desencadena sus pasiones y que será el detonante sobre el que gire la narración. La manera mediante la cual Tobias Nölle muestra el desarrollo de un personaje que va de lo simple a lo complejo tiene una base común y muy usada (antihéroe abatido presentado mediante muestras de su existencia vacía y neutra; el antihéroe toca fondo; tras tocar fondo el antihéroe asciendo hacia nadie sabe dónde), pero la importancia de este cineasta recae en que oculta este esqueleto, manteniéndolo bien al fondo, para erigir sobre él una historia extraña e impecable a la que se añade una estética que lo hace único.
Tobias Nölle nos presenta a Aloys, un detective tímido y aislado que tras la muerte de su padre cae en la apatía. La exposición de la monotonía de su día a día no cae en el exceso. Aloys es exhibido grabando la vida de aquellos a quienes ha de espiar y llegando a su casa para manejar el material registrado sin dar muestras de emoción alguna. Solo pasa el tiempo. Es una noche en la que se excede con el alcohol cuando, tras quedarse dormido en el autobús de cristales empañados que usa habitualmente, se da cuenta al despertar de que sus cintas y demás instrumentos de trabajo han sido robados. Inmediatamente después de este suceso, una mujer, Vera, le llamará para establecer un juego en base a unas reglas que ella impone y que pivotarán en torno al empleo de la imaginación. A partir de aquí tendrá lugar una historia de amor fuera de toda convención y norma. Teniendo como vía de comunicación entre ambos el teléfono móvil, ambos deberán hacer uso de la escucha para construir cada uno su propio mundo en el que se encuentren con el otro para así suplir esa ausencia de contacto físico y visual. Después de tocar fondo, el antihéroe Aloys ascenderá sin techo medido. Nadie sabe dónde va a parar. El deseo surge en él cambiando su lineal vida.
El empleo de la imaginación es llevado al extremo por Tobias Nölle. Fantasía y realidad llegan a ser confundidas avanzada la película. Es aquí donde la idealización de la persona amada es identificada con la disociación entre mundo objetivo y alucinación, con un grado esquizofrénico. El cineasta suizo parece preguntarse, ¿a quién amo realmente, a la persona física y material o a la proyección mental que he creado a partir de ella? O, una vez que me apoyo de manera permanente en esta ilusión, ¿a qué mundo pertenezco? ¿Al construido por mi o al preexistente? Nolle no responde, tan solo pregunta mientras te engatusa con sus crípticos personajes y con su peculiar uso del color. Será su primer largometraje, pero esta obra sobre el dilema entre aceptación o rechazo de la realidad objetiva, basada en los cuerpos solitarios que terminan tendiendo hacia una ineludible unión, da muestras de genialidad y grandeza de espíritu, así como su estética hace entrever una sensibilidad extremadamente refinada.