Pierre, joven al que le falta un año para cumplir los dieciocho, acude al instituto por el día. Después toca la guitarra cuando ensaya con su grupo de rock. Alguna noche sale de juerga. Se levanta cansado y va en bicicleta a clase. Esta es su vida cotidiana, salvo el día que descubre, durante el trayecto a la escuela, a unos hombres que lo fotografían y espían desde un coche,
En pocas líneas ese es el arranque del nuevo film de Anna Muylaert, un argumento que conecta con unos temas tratados antes, como son las relaciones entre distintas generaciones y la noción de familia. En cuanto a las tramas sobre conceptos sociales o humanos que aborda en sus funciones de coproductora, guionista y directora, demuestra su condición de autora. Visto así habría que incluirla en el mismo grupo de cineastas que forman otros profesionales afines, como puedan ser Ken Loach, Fernando León de Aranoa y Susanne Bier, por citar unos pocos. Sin embargo, la brasileña trabaja de otra forma un guión susceptible de resultar efectista y lacrimógeno.
Partiendo de una situación dramática tan desalentadora como es la de los niños robados al nacer, en concreto sobre un suceso tratado en la prensa y medios de información de Brasil, hace años. Anna Muylaert afronta su film con la premisa de no recurrir al comodín del rótulo “basado en hechos reales”, que tantas veces da pánico al verlo sobreimpresionado en pantalla. Ella escoge un material dramático que ya lleva implícito su género y decide no cargar de intensidad unas escenas que la tienen de por sí. Tampoco sobredimensiona de realidad el conjunto, para dar un discurso hiperrealista tan increíble como, por ejemplo, el fantástico en un film de superhéroes.
La opción más acertada es la que crea manteniendo el protagonismo de Pierre o Felipe, según lo llama su segunda familia. Un adolescente a punto de llegar a la mayoría de edad que termina el bachillerato. Una persona en plena ebullición emocional, ambivalente en sus atracciones sexuales, desnortado en su deriva emocional y arrasado en la imposición de unos nuevos padres y hermano, que lo son desde el punto de vista legal pero no el afectivo. La directora mantiene el foco en el personaje sin ceder a la tentación de condenar a unos u otros adultos, sino que los muestra tanto con sus virtudes y defectos, así como con su bravura y su miedo. Para narrarlo en pantalla recurre a una estructura cronológica lineal de secuencias al corte, con ese plano secuencia inicial en el que la cámara sigue a Pierre durante una fiesta, bailando con una chica, al mismo tiempo que otro amigo flirtea con él. A continuación descompone en planos medios y detalles la conclusión del baile de chica y chico en un baño, lugar en el que vemos por primera vez que el protagonista, además de maquillarse, lleva un liguero femenino. El largo continúa con alternancia de secuencias en las que los planos cercanos y otros más abiertos transmiten el punto de vista en evolución de Pierre, una confusión e inestabilidad emotiva entre las secuencias más dinámicas por el montaje y otras de mayor duración con su puesta en escena. El mejor caso de las extensas es aquella que se desarrolla en el vestuario de la tienda de ropa, con los padres reales y el hijo perdido mientras se prueba una prenda de vestir. Un plano general de conjunto que bascula desde la comedia hasta el drama con una sencillez y efectividad que demuestran la maestría cinematográfica de su realizadora.
En otros momentos del film, Muylaert otorga importancia a los personajes de la hermanastra que, a pesar de su corta edad, manifiesta una madurez sorprendente. O ese hermano que recorre una gama de sensaciones, desde un rechazo competitivo ante el recién llegado a su hogar, pasando por la comprensión posterior y el cariño final.
Madre sólo hay una tiene su mayor debilidad en un título que resulta poco trabajado en su evidencia, aunque pueda ser efectivo como reclamo comercial. El largometraje es un producto muy digno sobre temas espinosos, propensos al tremendismo. Un ejemplo de lo que se podría lograr dentro de la programación de cualquier canal de televisión mayoritario, si en las largas tardes de los fines de semana tuvieran el arrojo de difundir una película que retrata la integridad, dudas y sentimientos juveniles dando en la diana, en lugar de los telefilmes o producciones comerciales oportunistas, proclives al chantaje sensiblero, que monopolizan las parrillas catódicas. Claro está que programar un film tan estimulante, con un reparto fotogénico, aunque retratado de forma naturalista con el apoyo de la buena labor del equipo de maquillaje por una lado. Y el registro de una fotografía que no oculta el grano, tan expresivo como desterrado del cine desde la irrupción de la imagen digital. A ver quién es el valiente que no programa una tv movie como la de cualquier sábado o domingo, llena de actores y actrices que parecen sacados del catálogo de unos grandes almacenes, con personajes que se encuentran más cómodos en una situación de riqueza familiar conseguida de golpe que con otra de clase media. Así no se venderían perfumes, teléfonos móviles ni coches y esos son los que pagan, por supuesto.