El punto de partida Glory se puede explicar en muy pocas líneas, además de parecer sencillo e ingenuo en primera instancia: un ferroviario búlgaro encuentra una importante suma de dinero y decide entregárselo a la policía. Por ello, el Estado le regala un flamante nuevo reloj, que encima no funciona como él esperaba; su antiguo reloj, es perdido en pleno acto por una ejecutiva del Ministerio… Lo más interesante de una película como Glory es el cómo este precepto es desarrollado en pantalla de una manera totalmente medida, estructurada y milimetrada, como un paradigma dramático en el que se busca una conmoción en base a ciertas lecturas de fondo, cosa que consigue a pesar de que las imágenes de sus secuencias jueguen en la proposición de un poso de aflicción elemental. Muchos son los aciertos de la película, aunque hay uno que destaca por encima de todos: la relevancia impostada hacia su protagonista, efigie pseudo fantasmal inmiscuida en una Bulgaria decadente (tanto a nivel político, con sus chanchullos burocráticos, tanto en un rural paisaje ferroviario sumido en el declive); dibujado desde la dejadez, tanto física (desaliño casi más digno de la mendicidad) como mental (su trabajo, y así es presentado, consiste en la cansina cotidianidad de ajustar los raíles del ferrocarril), y con ingenuidad perenne, Tzanko (un colosal Stefan Denolyubov), quien además ve aumentado su autismo emocional en su tartamudez, ve como elemental el encontrar el reloj que la secretaria política Julia Staykova le ha extraviado, ya que como presente venido de su propio padre verá en él un valor sentimental incalculable, que le hace inmovilizar todo lo que esté a su alcance para recuperarlo. En su trayecto, ya que Glory, dentro de sus reiteraciones escénicas, constituye una especie de ‹road movie› hacia el sentimiento (paralelamente, Julia vive un periodo de crisis matrimonial propiciada por la búsqueda incesante de quedarse embarazada), se verá aupada por lo sobrio de una puesta en escena y por algunas de las lecturas que de ella bien se pudieran sacar, algo en lo que se pide una implicación extrema por parte del espectador.
La diferencia entre dos sectores diferenciables de la sociedad búlgara será el principal motor con el que transcurrirán dos narraciones paralelas que convergen conjuntamente: desde la composición más primitiva, con Tzanko alejado de todo tipo de tecnología (su moderno reloj le provocará un rechazo instantáneo, siendo su principal pasión el cuidado de sus conejos) hasta la historia con la que seguimos a Julia, cuyo craso error a la hora de perder el reloj de nuestro protagonista desencadenará toda una retahíla de situaciones a varios niveles; aquí veremos desde la capacidad de poder y manipulación de una pobre alma perdida como es Tzanko por parte de los medios (como candente actualidad, aquí el Gobierno búlgaro vive sumido en cierta corrupción y una consecuente manipulación de opiniones), hasta la visión de un personaje solemne, de expresión casi gutural, pero que en su condición de víctima (sufrirá un manejo constante para propios intereses) logrará infundir un retrato absolutamente fatalista respecto al poder y su aprovechamiento de lo ajeno. La dupla de directores de Glory, Kristina Gozeva y Petar Valchanov, enriquecen el relato con el dilema moral de la buena acción ante un sistema ya corrupto por origen, explorando un imaginario mezquino del que sacan dos coyunturas totalmente opuestas: la vertiente más urbana y suburbial de la sociedad, en contraposición respecto el mimetismo y falsedad del sector político.
Lo mejor de Glory es que ambos campos de acción se juntan y se complementan, componiendo además un personaje principal cuya aparente solemnidad esconderá un infortunio sentido y provocado por lo parco de un espectro social con el que se confronta. Su separación narrativa parece responder a la incompatibilidad de sentimientos de dos personajes pertenecientes a dos espacios sociales tan enfrentados; cuando Glory pretende unir ambos destinos en su conclusión la película se volverá completamente loca en sus herramientas narrativas de sugerencias y manipulaciones hacia el espectador, en la más lograda de las intenciones, originando intrigas que no son y preceptos que no se desarrollan; en ambos casos, sin ser necesario, ya que en la ambigüedad de su desenlace queda aún más afirmado el discurso de una película sobre la invalidez de la honradez en una sociedad que se dibuja como repugnante.