Hay directores de cine que tratan de encontrar historias en los detalles de la vida y así estructurar películas reflexivas, sin necesidad de recurrir a grandes presupuestos o elencos actorales numerosos y cotizados. Los recursos son ingeniosos, el objetivo es sacar adelante proyectos que capten la atención de esos pequeños grupos de espectadores que siempre andan a la caza de productos novedosos.
Este es el caso de Natalia Almada y su film Todo lo demás, rodado con mucha austeridad y bastante ingenio. A través de este proyecto cinematográfico se abordar la vida de una burócrata de la tercera edad, doña Flor, a quien el sistema la ha convertido en una especie de objeto que su única función es atender al público. Su presencia en su sitio de trabajo es equiparable a un escritorio, a una máquina, a una silla… en fin, a cualquier cosa inerte, a la cual ya no se le considerará aspectos humanitarios, porque su existencia como tal está invisibilizada.
Y para colocar el panorama más dramático, ella se encuentra sola en el mundo. Vive en su casa sólo con su mascota, un gato a quien entrega toda su atención y cariño, pero de repente lo perderá, surgiendo en su interior la gran interrogante de qué hacer de su vida si ya no hay un motivo para seguir adelante.
Se aprecia que en este filme participaron actores no profesionales, y eso lo hace más realista, porque la espontaneidad es clave para dar sustento a una historia muy personal, en donde se necesita que el espectador intervenga con su criterio para comprender la situación psicológica de la principal intérprete, aunque lo cierto es que la única actriz de la película porque todos los demás que intervienen son seres eclipsados que complementan un vacío existencial.
Todo lo demás es una variante de la corriente del cine independiente mexicano que usa a la violencia física para resaltar una trama. Para esta ocasión, se recurrirá a otro tipo de violencia, aquella que aplica un sistema social mecanizado, desgastado y que obstruye la autoestima, sumada a las propia afectación mental que posee una persona y que derivan en traumas o aberraciones hacia determinados aspectos. En el caso de doña Flor, su permanente anhelo de sumergirse en el agua y disfrutarla no es posible concretarlo por la fobia que siente hacia este elemento.
La fotografía de la película utiliza la técnica de la toma estática, casi no hay zooms ni movimientos de cámara. Deja que las escenas sean fijas, aspecto que puede resultar frío pero que sirve para representar un a una persona que vive en una situación similar, en donde la rutina sirve únicamente para hundirse en pozos depresivos.
Estamos ante un drama psicológico que utiliza una serie de detalles para penetrar en la psiquis de un inexpresivo personaje, que vive su situación en silencio y sin llamar la atención de nadie. La muerte de su gato a los pies de su cama la dejará en un estado de shock casi inidentificable, porque es similar a su estilo de vida. En una reacción pasiva, sólo atinará a cubrir el cuerpo de su mascota y dejarlo allí hasta cuando retorne de la tradicional y tormentosa jornada diaria de labores, utilizando su automatismo cotidiano para justificar su inacción o para desahogarse y darse tiempo de pensar qué hacer en su futuro cuando ya no tiene a nadie más en su hogar.
En el final de la película se podrá apreciar lo que realmente necesitaba doña Flor, tan solo un gesto espontáneo de alguien que le rodea, eso es suficiente para descubrir que tan sólo un estímulo afectuoso pudo hacer que nazca en ella la emoción.
La pasión está también en el cine.