La mentira. El mecanismo para vertebrar un género. La hemos experimentado, desarticulado e incluso corroborado, pero siempre ha pervivido en un tejido que la ha hecho suya, como si fuese absurdo disociarla de un terreno casi inherente a ella. Pero esa farsa no siempre se ha edificado desde sus fundamentos, y lo argumental se ha desviado en torno a una necesidad, a un jugueteo tan válido como tramposo que no hacía sino inquirir soluciones más allá de la naturaleza del propio relato. Na Hong-jin establece ese engaño a través de un contexto factible, y el rumor se instaura como artefacto central de una crónica esquiva. La mentira, más que dejar de existir, se torna transparente, y ya sólo queda creer, lo que los propios personajes —como el espectador— alimentan en busca de respuestas, en busca de una reproducción real de aquello que ciertamente rechazan, pero sin lo que no pueden coexistir.
Escepticismo y superstición. Pilares básicos de un universo ficticio cuya realidad no hace sino desmontar una sociedad voluble, apocada a comprender sus propias mentiras. El engranaje se acciona y las consecuencias de unos actos retraídos por una voluntad aletargada no hacen sino avivar. El horror emerge entonces como articulación del miedo, un miedo fomentado por las creencias, la especulación e incluso el más puro de los agnosticismos, y aquello sostenido termina siendo un simple artilugio sin capacidad de reflexión. Na Hong-jin no propone una distancia entre la patraña y la realidad: todo está modulado desde un prisma en el que la verdad es sólo aparente, y el engaño nunca termina de mostrarse como tal —no, por lo menos, a sus protagonistas—. El extraño no impone a partir de sus imágenes cuando podría, lo hace desde el temor más cercano, aquel en el que resulta imposible hallar respuestas, pero sí una naturaleza capaz de definir causas y consecuencias.
El thriller de Na Hong-jin no requiere así un traslado óptimo desde su raíz como tal, en El extraño se construye a través de una raigambre genérica que no nos lleva al epicentro del horror porque no lo pretende, nos lleva a la representación de ese horror. El coreano toma así una distancia con el género embrionario de su relato, y lo hace desde unos personajes que se sienten dominantes, no dominados, nada más lejos de la realidad. No hay un temor real —más que aquel que crean, que alimentan cuando ya no pueden racionalizar lo ocurrido—, sino más bien una representación abstracta detonada a través del sentimiento. Es aquello, por tanto, que aterroriza —la pérdida—, lo que termina generando una respuesta más allá de realizar conjeturas o esgrimir chismes intentando reconstruir lo irreconciliable.
El refugio en lo irracional no es sino una respuesta consecuente a un horror también irracional, por desconocido e indeterminado. El extraño indaga en los mecanismos del miedo como respuesta a un estatus ilusorio, ficticio. Aquello que nos rodea y nos comprende como seres no deja de ser una farsa, y así lo dibuja Na Hong-jin en un cuadro inestable. Una farsa de la que se alimentan no sólo ese temor y sus propias leyendas, también una sociedad inclemente. Una farsa que comprendida desde la distancia, y relevada de los dispositivos de género que provee el coreano, continúa siendo igual de terrorífica y reveladora. Una farsa de la que se apodera, algo ya habitual en el cine del autor de The Yellow Sea, un desgarrador y sobrecogedor drama liberado entre instantes, desoladores gemidos y gestos anquilosados. Una farsa cuya única esperanza se atisba en un halo de humanidad que rasga la superficie y nos devuelve de nuevo a esa mentira, nuestra mentira.
Larga vida a la nueva carne.
Lo extraño como lo ajeno se siente aquí, conforme se va desarrollando la trama, en una parte más que reconocible y cercana de lo que pudiera parecer.
El arco dramático y de transformación del protagonista se inicia con un apocado y torpe policía, cuya labor funcionarial realiza sin pasión en un tranquilo pueblo rural, y finaliza en un ser desquiciado y visceral, que se convertirá en un extraño de sí mismo, reflejo de un mal que desea excomulgar de la vida de su pequeña hija.
Este es un punto de vista más desde el cual contemplar “El extraño”, un insólito film de terror. Y decimos insólito por más de un motivo. Veámoslo con otro giro. El primer tercio se eleva sobre los cimientos del cine negro, policíaco, diríamos que criminal. Pronto los elementos se van hundiendo cada vez más en la ciénaga de un horror malsano. Llueve a mares en muchas escenas. Una atmósfera opresiva se va conjurando a modo de oscuro embrujo. El género criminal se presenta de esta manera como el desarrollo natural hacia la maldad.
Notable diseño de producción, escenografía cuidada al detalle, desafiante nivel técnico y artístico… La exigencia planteada por parte de los creadores de esta obra coreana no desfallece en ninguno de los más de 150 minutos de duración.
Tal vez el “pero” más reseñable sea cierta incoherencia a la hora de cuadrar la tesis que plantea el guion. No es cuestión de materializar la corporalidad de las almas (algo que pone sobre la mesa la película con una cita inicial del Nuevo Testamento) pero (y aquí viene el “pero”) la historia peca de tramposa en determinada escena clave. Se perdona, sobre todo teniendo en cuenta la corriente principal que está tomando el género en los últimos años con títulos como “La bruja”, “Hereditary”, “Lo que esconde Silver Lake”, “Saint Maud”, “Relic”… y los que seguirán llegando.
Es el mal, tal como lo entienden a día de hoy muchos cineasta.
Es el mal.
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