Con gran sorna y mucho humor negro, Marco Bellocchio, se reivindica haciendo doblete en el festival compostelano con dos títulos en los que el tratamiento a la Iglesia Católica subyace a la corrupción sistémica de una sociedad moralmente podrida, tan reconocible para los italianos como nos puede resultar en España la nuestra. Se mire por donde se mire esta alegoría no nos resultará ajena.
Sangue del mio sangue es la primera de las dos propuestas de Bellochio en Sección Oficial del programa de este año. Si bien la película ya pasó por Venecia en 2015 y por la sección a concurso en Sevilla también el año pasado, no es hasta 2016 cuando aparece en las carteleras españolas presentándose a valoración del premio del público en Santiago en esta edición de Cineuropa.
Bellocchio comparece además en este certamen con Fai bei sogni, que inauguró la última Quincena de Realizadores de Cannes en su reciente edición y que se proyectará en los próximos días aquí en Santiago.
Rodeado en Sangue del mio sangue, como habituales, de actores que repiten con el italiano, entre ellos sus hijos, Pier Giorgio y Elena Bellocchio —él en el papel protagonista masculino de la primera mitad y como el Federico de la segunda, y ella en una breve intervención rebasado el ecuador de la cinta—, destaca un inmenso Roberto Hertilka, quizás su actor fetiche en una especie de lacónico Nosferatu —el Conde— además de la destacable actriz ucraniana Lidiya Liberman como Benedetta.
Las lecturas de esta cinta, calificada por muchos como una de las libérrimas del italiano, serán abiertas a criterio del respetable. No obstante, la idea que subyace a sus dos historias, fragmentadas por un salto temporal de varios siglos deja a las claras la intención de Bellocchio por retratar la depravación endémica de una Italia sojuzgada por la mafia eclesiástica de antaño y por el poder burócrata del Estado en la actualidad.
Bellocchio plasma en esta cinta una huella genética indeleble: del hampa católica en un país en el que hacen y deshacen a su antojo los jerarcas religiosos para proteger sus grandes farsas, nace la mamandurria de funcionarios corruptos y mafiosos rusos campando a sus anchas en una sociedad donde pese a las embestidas de la decrepitud y la vulgaridad, la belleza perdura en la juventud de la mujer, encarnada en Liberman y Elena Bellocchio.
Dos historias. Dos tiempos.
El primero: Una gran mentira orquestada para salvaguardar la honorabilidad de un religioso de clase acomodada que se suicida al sucumbir enamorándose de una monja, Benedetta. No podrá recibir sepultura en campo consagrado por haberse quitado la vida. La curia de religiosos, en complicidad silente con las monjas del convento de Bobbio, usará como chivo expiatorio a Benedetta, que será acusada de brujería y sometida a todo tipo de pruebas, a cada cual más absurda, para forzarla a una confesión. Ha de reconocer su pacto con el diablo, de manera que sea ella quien cargue la culpa para purificar el alma de su amante. El hermano gemelo del cura, el soldado Federico —Pier Giorgio Bellocchio— se hará pasar por el suicida, para colaborar a torturar más la resistencia de Benedetta. Claro que él, acabará enamorado también de esta mártir, especie de Juana de Arco, complicando más si cabe una dramedia ya de por sí irracional, pero tratada con mucha mordacidad y elegancia.
La ignorancia, la intolerancia sobre la belleza femenina, su perenne asociación al mal satánico que corrompe el alma y la hipocresía por bandera. La mujer, cuyo cuerpo es el envoltorio impuro de la perversión de los deseos carnales a los que hombres de buena reputación no pueden resistirse… Toda esa doble moral que a resultas de una manipulación atroz del estamento eclesiástico culpabiliza a la fémina, la verdadera víctima, en una caza de brujas sin cuartel —pero que Belloccio describe con gran sentido del humor— da paso, sin previo aviso, a un salto de varios siglos para llevarnos nuevamente a Bobbio, en el segundo acto.
El segundo: Cambiamos de siglo, pero no de localización. El mismo convento de Bobbio —pueblo natal de Bellocchio— ahora abandonado y en ruinas será objeto de la especulación inmobiliaria. Pero un viejo Conde, un vampiro —Roberto Hertilka—, se esconde en él, en un retiro voluntario por apartarse de la mundana vulgaridad de ese pueblo, escenario de tantos cientos de años de perversidad, donde ahora residen seres pintorescos y grotescos que llevados metafóricamente a nuestros días, cualquiera puede reconocer.
Esta segunda mitad de Sangue del mio sangue ha creado confusión en el público, no lo negaré. Habrá a quien le resulte ininteligible. Porque Bellocchio ha roto todos los esquemas previstos pillándonos por sorpresa. Y como escribe Pablo García Márquez en esta misma web, «hemos llegado a un punto de humor tan negro que igual ni es humor ni es nada».
Hay una enorme ruptura en la película, en el aspecto más puramente formal. Pueden esperarse grandes cosas de esta obra, pero nunca ortodoxia. De eso nos percataremos pronto, en cuanto suene el «Nothing Else Matters» de Metallica en pleno siglo XVI.
Personalmente creo que lo más destacable de la cinta, además del momento impagable con el dentista, es que frente a todo este oscurantismo puritano que Benedetta sufre, un juego de amoríos y deseos, realmente deliciosos, desafiarán con desparpajo a la hipócrita moral de clases privilegiadas, caballeros de armas y religiosos. Tres estamentos que aúnan todo el mal y perversión en esa Bobbio del siglo XVI, empero haciendo de la devoción a Dios su escudo de impunidad.
En definitiva, aquella corrupción se apodera de la Italia de hoy día, en pleno siglo XXI, haciéndose hueco en el seno de los poderes públicos. De aquellos lodos, estos barros. De ahí la inspiración de Sangue del mio sangue —Sangre de mi sangre—. Aunque el título también puede ser sencillamente un guiño a los hijos de Bellocchio, por su participación en la cinta.
Párrocos, brujas, puritanismo, hipocresía, corrupción: las grandes mentiras de nuestra Historia como tierra abonada y contaminada para la mala hierba que crece a mansalva, sin embargo, sin evitar que asomen, entre toda esa sucia maraña, flores como Benedetta, que inquebrantablemente, seguirán resistiendo a la maleza. Porque ni la juventud ni la belleza pueden exterminarse por mucho que intenten fumigarse.
Estupenda.