Hablar de Adam Wingard en la actualidad es hacerlo del adalid del endogámico movimiento «mumblegore»; del hijo pródigo de un grupo de realizadores, guionistas e intérpretes norteamericanos que, cruzando sus caminos y aunando esfuerzos como si de un equipo de superhéroes se tratase, han conseguido poner patas arriba el panorama del cine de género independiente con sus producciones tan escasas en presupuesto como rebosantes de frescor, talento, y una inteligencia apabullante a la hora de optimizar recursos.
Tú eres el siguiente (You’re Next, Adam Wingard, 2011), fue el largometraje que puso al realizador de Tennessee en boca de los amantes del terror y el fantástico de medio mundo gracias a su hábil vuelta de tuerca al subgénero del «home invasion» —o asalto doméstico—. No obstante, no fue hasta tres años más tarde cuando Wingard alcanzase el olimpo con The Guest (2014): un envidiable ejercicio de nostalgia y estilo en clave de thriller de acción macarra y desenfadado en el que la esencia de los clásicos de la Cannon se da la mano con referentes ochenteros de primera categoría como el James Cameron de la Terminator (1984) original.
Antes de que estas dos cintas le abriesen las puertas de los estudios, y le llevasen a involucrarse en proyectos como la recién estrenada —y tristemente decepcionante— secuela de El proyecto de la bruja de Blair (The Blair Witch Project, Daniel Myrick, Eduardo Sánchez, 1999) —aquí titulado Blair Witch—, o la adaptación a imagen real del manga Death Note producida por Netflix, el director ya había firmado varios largometrajes escritos por E.L. Katz —quien dirigiría en 2013 Juegos Sucios (Cheap Thrills)—: un debut demencial, patoso y gore, hijo bastardo de las producciones Troma titulado Home Sick (2007) y un delirio experimental que, en palabras de su creador, editó bajo los efectos de las drogas y que se estrenó como Pop Skull (2007).
El año 2010 y, más concretamente, el filme A Horrible Way to Die, supuso el que, para el que suscribe, sería el verdadero punto de inflexión en la carrera de Adam Wingard; el puente entre el cineasta pre-púber que se inició como cortometrajista en 2004 y el autor que comenzó a emerger con fuerza con Tú eres el siguiente siete años después.
La que sería primera colaboración de Wingard con su ahora guionista de cabecera Simon Barrett encuentra precisamente su mayor virtud en su libreto: inteligente, sólido, con un gran sentido de la atmósfera, personajes complejos y con la capacidad de generar esa sensación de satisfacción que sólo un buen giro al final del segundo acto puede lograr.
En términos de dirección, A Horrible Way to Die presenta las flaquezas de un director pluriempleado como montador que aún busca su camino y estilo. La fragmentación de la historia, pese a esencial y muy adecuada en términos narrativos, está trasladada con algo de torpeza mediante infinitas transiciones con fundidos a negro, frenando el ritmo hasta límites peligrosos y delegando la captación de la atención el espectador en la absorbente trama. El trabajo de cámara resulta igual de exasperante, no por su atractivo look digital repleto de zooms y desenfoques, sino por un uso desmedido de la cámara en mano y de un movimiento incesante que, espero, en la mente del realizador tenga alguna justificación narrativa más allá del simple artificio para aportar una falsa naturalidad al conjunto.
Donde la labor de Wingard si consigue brillar es en cuanto a la dirección de actores se refiere, transmitiendo el desasosiego de los, de un modo u otro, desequilibrados protagonistas encarnados por los habituales del movimiento A.J. Bowen —The House of the Devil, (Ti West, 2009)—, Amy Seimetz —The Sacrament (Ti West, 2013)— y Joe Swanberg —Proxy (Zack Parker, 2013)—. Unas interpretaciones que aúnan lo mejor de esta estimable A Horrible Way to Die y que sirvieron como antesala —ya que el trío de actores volvería a coincidir en ella— a la Tú eres el siguiente que proyectó al bueno de Adam a nivel internacional.