Grave [grav] la v se desliza hacia la f.
A lo largo de una juventud de comidas en bandeja he apreciado el frenetismo al ver alimentos mezclados, condicionando un sabor o la pura integridad del comensal ante sus gustos o creencias. También he podido observar el placer ante un nuevo bocado, eso que algunos (no solo los comerciales de chicles) expresan como «explosión de sabor» que dilata sus pupilas al tiempo que las papilas gustativas y desencadena una serie de impulsos neuronales adaptados a la felicidad. Ambas reacciones duran segundos pero en Grave (Raw, Crudo, todo depende del lugar donde la podáis conocer) marcan cambios irreversibles.
Descubrir el mundo que existe fuera del entorno reconfortante y familiar en el que crecemos puede ser una experiencia totalmente salvaje. A Julia Ducournau le obsesionan esos pasos que dan las jóvenes al abismo, uno que les acerca más al futuro papel de mujer. Lo hizo con su corto Junior y repite con Grave. Es una metamorfosis continua la que centra sus inquietudes, obligándola a buscar una forma de expresarla fuera de todo prejuicio, llevando a su terreno un lenguaje anárquico, con múltiples interpretaciones y de gran pureza.
La naturaleza nos sitúa en nuestro lugar en un momento determinado, algo contra lo que no siempre es necesario luchar, sólo adaptar con pautas. Es entonces cuando centramos nuestra atención en Justine, una más entre una multitud de novatos, perdidos en un edificio frío y hostil que pronto las hormonas tratarán de caldear. No es una locura acomodar esta historia en una escuela de veterinaria, un lugar de formas asépticas plagado de batas blancas impersonales donde fluyen sangre, vísceras y muerte entre animales. Justo aquellos que no pueden elegir ven modificados sus cuerpos por el hombre, que como un animal más, no sabe controlar sus instintos más básicos.
Porque Justine descubre algo más que el mundo que hay ahí fuera, Justine es el pilar de esa metamorfosis de la que siempre nos habla Ducournau, vive los cambios con fiereza tanto en su aprendizaje de vida como en su propio cuerpo. Disciplinada y dispuesta a pasar desapercibida pronto excede los límites de la normalidad en un caótico encuentro entre novatos y veteranos que se convertirá en la línea que cruza el autodescubrimiento. Hay un ansia latente, la que nos lleva al canibalismo lúdico, que esconde todo un abanico de posibilidades.
Hay escenas que más que un puro deleite visual son el recurso perfecto para explicar la raíz de esta historia, ese ciclo continuo de cambio y aceptación parece estallar con plenitud en los despuntes más atractivos: no es un simple banquete carnívoro junto a la nevera abierta, o un baile frente al espejo con la canción de moda, son afirmaciones que juegan con los cambios hormonales de la chica corriente —consigue extrapolar la engullición al orgasmo—, y la aceptación de su nuevo estado. Una nueva vuelta de tuerca a la extensa opción de las coming of age con el toque de gracia y la chispa añadida a la mirada.
Hablaba de entorno familiar porque aquí parece ganar fuerza por momentos, la separación se somete a la clásica caja de Pandora de donde todo se esparce, es caos y terror, es plenitud, pero algo queda ligado en su interior y parece una idea magnífica que su cierre nos lleve de nuevo a un punto de partida, no necesario, pero sí una certera declaración de intenciones por parte de su directora volviendo sobre sus pasos para cerrar su propio círculo.
En Grave no sólo se busca documentar la juventud, o ahondar en un terrorífico vicio adquirido y necesario. En Grave la belleza es una provocación continuada que se transforma al ritmo de Justine. ¿Seguirá mutando Justine ahora que ya ha salido de su propia crisálida de sábanas blancas o su directora ha culminado la búsqueda del desarrollo sobrehumano?