White Settlers es una película que podría funcionar como un onanismo autoral hacia algunos de los preceptos más estandarizados del nuevo cine de terror, más que como un film que pudiera enriquecer o firmar un destacable capítulo en el repaso de todas esas coyunturas. Tenemos varias premisas básicas que en la nueva película del realizador Simeon Halligan se dan de la mano: desde el terror rural como campo de acción para una pareja de londinenses que llegan ante una inhóspita Escocia campestre, los retazos de la casa misteriosa como foco enigmático y hasta un desarrollo que hereda algunos conceptos de la home invasión y el consecuente enlace con el survival. Ante ello Halligan compone una película que navega por todos estas capas quedándose lamentablemente en lo superficial de cada una de ellas, cayendo en muchísimos de los tópicos y clichés de propuestas similares aunque salvándose del encorsetamiento con cierta soltura visual.
El enclave será muy familiar: el choque cultural entre la ciudad y lo rural responderá a la indefensión implícita de una joven pareja con muchos planes de futuro pero que no dudan incluso en satirizar su encuentro con una desconocida Escocia haciendo ciertos flirteos sexuales en el exterior de su nuevo hogar, al que llegan para alejarse de la gran urbe. Reincidiendo en lo reiterativo de su punto de partida, no es forzosa la merecida comparación con otra cinta inglesa con la que comparte ciertos estamentos conceptuales como la también británica Eden Lake; lo que en aquella era un viaje subversivo a la amoralidad en un toque de acción violento y visceral, aquí supondrá un inocente recorrido por los desarrollos típicos de unos protagonistas sumidos ante los efluvios rurales de la Bretaña profunda; que el país ubicado sea Escocia y que el brexit suponga un fenómeno social de reciente impacto, añade a la película de Halligan cierta mirada mordaz hacia el asunto, gracias a la lecturas internas que de su trama y desarrollo parecen ligar con el conflicto británico, algo expuesto de manera más tangente en la conclusión. También tenemos un cariz que añade cierto halo de caricatura a la película: los villanos, lejos de los estoicos rednecks de la América Profunda, aquí emergen de la oscuridad ataviados con unas máscaras de cerdos, poso tebeístico en su factura visual que también recordará a otro icono reciente del terror como es el Tú eres el siguiente de Adam Wingard, como paralelo survival moderno de aires revitalizantes.
En lo estrictamente cinematográfico, la película se desarrolla bajo un fino hilo de suspense donde la fotografía o el uso del sonido acapararán el mayor campo de enganche para el espectador, aunque su evolución adolezca de una carencia de momentos de mayor emoción, no debido a la falta de soltura de Halligan con el medio, sino más bien a la ya mencionada raída intencionalidad de su premisa; quizá el problema en esto es que White Settlers reproduce el esquema de tres actos de las películas de su estirpe con mucho conformismo, fundido en una clásica puesta en escena en la que no se indaga hacia la visceralidad del enfrentamiento e incluso la incomodidad dramática vivida por una protagonista acertada, bajo la piel de una Pollyana McIntosh peleando contra lo predecible de algunos de los hechos narrados.
Con todo, el director parece tener bien aprendido el manual de concepción de este tipo de premisas ya que cabalga por cada una de sus habituales coyunturas con cierta solvencia, agradeciendo aquí la relevancia de una frondosa Escocia rural como elemento instigador hacia la pareja de sufridores; si además añadimos que justo en el nudo de la trama se encontrarán un par de instantes de cierto brío narrativo cuando el elemento malvado haga acto de aparición, sí que hace prometer que el film al menos obtendrá cierto valor de esforzada pretenciosidad hacia su propio (sub)género(s). En conclusión, Halligan se ha quedado corto en su intento de aportar cierto tradicionalismo a una vertiente del horror que pide a gritos una inmersión a las texturas más subversivas del género, pero la solvencia tras la cámara hace ganar interés a una película que, a pesar de sus dos años antigüedad, puede funcionar como visión bufonesca del reciente conflicto británico.