«La sensación que retumba tras el último encuadre de esta película es la de un grito ahogado, una súplica que no llega.» Habría que buscar alguna constancia del año en que se comenzó a gritar en el cine, aunque seguramente esto ya se viera desde las silenciosas imágenes del mudo con sus primeros planos y bocas desencajadas. Con el paso al sonoro, durante las décadas posteriores cada vez se ha gritado más en el cine, sobre todo en los años ochenta y noventa gracias a las arengas de sargentos a sus marines o las que lanzaba un vociferante líder escocés a sus seguidores en busca de la libertad. Incluso en Perdona bonita, pero Lucas me quería a mí —primer largo estrenado en salas comerciales ,de Félix Sabroso y Dunia Ayaso— los chillidos y otras voces histéricas resonaban en su pista de diálogos. Aquello sucedía en 1997. Casi dos décadas más tarde el director y guionista realiza en solitario esta inesperada El tiempo de los monstruos, una película en la que no hay unas voces por encima de otras salvo algún grito puntual justificado por el guión. Un salto sin red disfrazado de comedia, aunque pulse códigos narrativos cercanos al género del terror.
“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en este claroscuro surgen los monstruos». Esta es la cita de Antonio Gramsci que precede, sobreimpresionada sobre un fondo negro, al inicio. Antes de presentar a Víctor, un director de cine a punto de suicidarse, que como última voluntad convoca en su mansión a una actriz fetiche, a su guionista de confianza con su mujer, una dibujante. A ellos se unen Clara, la esposa y mecenas del cineasta, junto a una pareja de empleados del hogar. El cuadro de personajes lo cierra un invitado extraño, un dentista, el actual compañero sentimental de Andrea, la intérprete que bebe vino de la misma forma que respira. Si existiera un purgatorio en este mundo, todos ellos parecen haber llegado allí.
Aunque ya esté firmada en solitario, la propuesta del realizador canario es otro eslabón que sirve tanto como nueva obra de una filmografía elaborada por las dos cabezas de una pareja creativa, al mismo tiempo que resulta ser el emocionante homenaje a Dunia Ayaso, fallecida pero presente en Marta, el personaje que interpreta Carmen Machi. El reparto se mueve por las distintas habitaciones y estancias de la elegante y gigantesca casa a la que acuden para rodar El hermano de Raúl, la última película de Víctor. Sin apenas más argumento que sustente el metraje del film, se desarrollan los encuentros, conversaciones, sospechas, amenazas, accidentes y otras situaciones en las secuencias breves, dinámicas a pesar de una caída leve de ritmo hacia la mitad del film. Gracias a la dirección interpretativa, el trabajo del elenco con Javier Cámara, Machi, Candela Peña, Pilar Castro apoyados por Yael Barnatán, Jorge Monje, Julián López y Secun de la Rosa. Ocho personajes que funcionan tan bien con el grupo al completo como en las escenas de menos personajes. Intérpretes que dotan de solidez a sus caracteres erráticos y desorientados por el curso de los acontecimientos. Sí, puede ser que el tributo que rinde al teatro sea más fuerte que el mostrado al mundo cinematográfico, paradójicamente, ya que se trata de cine dentro del cine. Sin embargo la manera de plasmar las entradas y salidas de los personajes o su ubicación dentro de los encuadres. Los amplios decorados que parecen escenarios dispuestos a la representación, a las acciones, a desplazarse entre los objetos de un atrezzo que apenas utilizan, unos espacios que a pesar de su grandeza y estilo, los oprime. Un elogio vivo al teatro dentro del cine. Las referencias narrativas se justifican con esa inspiración en juegos metalingüísticos como los Seis personajes en busca de autor de Luigi Pirandello, además de otras muestras del teatro del absurdo. Tampoco son solo estos los referentes. Personalmente creo que también circula por la película la esencia de Niebla, la novela de Miguel de Unamuno. En cuanto a la condición claustrofóbica que, como menciona uno de los personajes, parece El ángel exterminador, remite asimismo al espíritu de la canadiense Cube en los momentos que se percibe la sensación de peligro. Incluso el envoltorio visual, sumado a los giros de guión, evocan el juego de suspense de la original La huella de Mankiewicz. En todo caso no se trata de un listado de guiños que Félix sabroso despliegue como fanático de aquellos largometrajes, sino de influencias que ayudan a la ejecución de su obra.
El tiempo de los monstruos no es la gran película de la temporada que nos hubiera encantado ver, pero sí una destacable con la ausencia de pretensiones, más propia de gran parte de las films españoles contemporáneos que adolecen, ya sea por imposición de los grupos audiovisuales que los sustentan y promocionan, con la voluntad del exceso. No busca competir con las dimensiones de estos productos que cuentan con publicidad desde varios meses antes de su estreno, movidos por la ambición de llegar a recaudar taquillazos nacionales o foráneos. Tampoco emplea un presupuesto abultado que exija esos ingresos, sino uno más económico, un presupuesto medio que saca un partido excelente al trabajo musical de una banda sonora expresiva, ajustada a las imágenes, evocadora, compuesta por el venezolano Daniel Belardinelli. Unida al magnífico estudio cromático y textura fotográfica logrados por David Azcano y su equipo, dignificando el registro de imagen por medios digitales. Por supuesto ampliados por el departamento de arte en ese oficio de representar lugares y dotarlos de vida.
Gran parte del resultado final se debe a la valentía del cineasta para llevar a cabo una película que se separa del grueso de la producción española actual, una apuesta que resulta cautivadora, familiar e inquietante, más fácil de ver que de digerir. Una obra personal pero no hermética. Diferente, misteriosa, propicia en una temporada española de films negros o thrillers a elegir. Un catálogo de planos simétricos, laterales y mecanismos de sobrada reputación en el género fantástico y el terrorífico que enriquecen formal y argumentalmente la evolución cinematográfica de un ya solvente director de actores, capaz de mostrar a estrellas en series televisivas que le dan una vuelta de tuerca a los personajes que los hicieron famosos.