Como uno de los mayores y más reivindicados artífices de la Serie B de todos los tiempos, Roger Corman es uno de esos cineastas que responde de manera más loable a los cánones en los que se establecen a lo que hoy llamamos como bajo presupuesto: temperamento artesanal, explotación clara del género tratado, ímpetu creativo para luchar contra los medios… Corría el año 1980 cuando en el mainstream hollywoodiense acontecía todo un fenómeno, como fue el inicio, pocos años antes, de una de las sagas más icónicas del cine americano de entretenimiento; la saga Star Wars auspiciada por George Lucas proponía una oda a la concepción del héroe en todo un universo cosmopolita de ficción, con claras influencias de la literatura pulp, en el que se manifestaba todo un universo fílmico repleto de batalles espaciales, iconográficos personajes y un sentido por el entretenimiento que ha encandilado a ya varias generaciones. Corman puso en marcha su Battle Beyond the Stars probablemente con el presupuesto de una de las escenas de la saga de George Lucas, dentro de esa corriente tan promulgada en la Serie B como es el exploit, o la manera de aprovecharse del éxito ajeno con producciones mucho más modestas en medios pero habitualmente más ricas en espíritu. El incombustible productor fue más allá; para su trama pretendió inspirarse en Los siete samuráis de Akira Kurosawa, historia ya clásica en el séptimo arte mucho más popularizada por su versión yankie de Los siete magníficos de John Sturges. En ambas, siete mercenarios son contratados para constituir la defensa de un pueblo indefenso ante las querencias instigadoras de un malvado opresor.
Como es de esperar, y por si el distribuidor español no lo había dejado claro (quien tradujo el original Batallas más allá de las estrellas a Los siete magníficos del espacio), la obra de Corman, que dejaría la dirección bajo el mando del animador Jimmy T. Murakami (aunque se rumorea una co-dirección del productor no acreditada), parte de la misma premisa: un modesto planeta de la galaxia sufre los severos ataques de una fuerza amenazadora liderada por el villano Sador, por lo que un joven toma la decisión de contratar a un grupo de mercenarios que proteja al indefenso pueblo. La película propondrá una space opera que no esconderá en ningún momento sus referentes: desde el intento de réplica de la emotividad e impacto tanto en las escenas de acción como a la hora de construir el carisma de sus personajes respecto a la icónica saga galáctica, como por los guiños explícitos a la ficción de los siete mercenarios: sin ir más lejos, el actor Robert Vaughn, quien ya salía en aquella, parece repetir el mismo rol, con uno de los personajes más recordados de esta opereta espacial orquestada por Corman, quien además no oculta la referencia a Akira Kurosawa en el planeta señalado. Dentro de la falta de estridencias, y quizá ante el falta de vigor de su protagonista, también destacarán los papeles de un George Peppard pre-Hannibal Smith que aquí se pondrá en la piel de un cowboy anclado aún en los finales del Siglo XX, o una espectacular Sybil Danning como una valquiria que llena la pantalla de erotismo, pareciendo resaltar el siempre hechizante toque femenino de las heroínas de la contracultura pulp. Aunque mucho más caricaturesco, pero de agradecida presencia, es el villano interpretado por John Saxon, exagerado y desmesurado, pero muy afín a las pretensiones de la película.
Si la película es recordada hoy con cariño, algo extensible a otras piezas amparadas por los personales estamentos artísticos de Roger Corman, es por absoluta sinceridad en esas pretensiones, constituyendo en este caso un delirio pop ingenuo, y con una clara falta de prejuicios. Esto, arma de doble filo, que permite disfrutarla a día de hoy como una ciencia ficción carente de escrúpulos en su peso para el género, es donde pesará más ese especial sentido de la distracción y el encanto hacia el espectáculo visual, muy carente de medios, pero representación al fin y al cabo. Aunque esto pueda hacer que hoy en día el film sea visto con cierta ironía y jolgorio dentro de las nuevas generaciones, si queda algo claro es que Los siete magníficos del espacio cumplía con creces las querencias del espectador de entonces. Para finalizar, a modo anecdótico, añadir que como en toda producción de Roger Corman acontece la presencia de futuros cineastas de renombre, como son los de John Sayles al guión, James Cameron en la dirección de arte y la fotografía de algunos de los efectos, además del compositor James Horner intentando amoldar a su score la épica del trabajo de John Williams para la saga galáctica de George Lucas.