El pasar del tiempo transforma el día a día, como el río que erosiona y arrastra, siempre en continuo movimiento. La directora francesa Mia Hansen-Løve presenta su última película El porvenir donde consigue capar el continuo «tic-tac» de la protagonista en tan solo 100 minutos. Nathalie es una profesora de filosofía felizmente casada y con dos hijos, dedicada a su trabajo dejo atrás su compromiso social y los ideales comunistas de su juventud. Cuando somos jóvenes la rutina no es algo que esté presente en nuestra vida (al menos no debería) pero a medida que crecemos la rutina se va apoderando de nosotros. Esta situación crea una estabilidad, cierta armonía basada en la repetición, lo que nos permite desenvolvernos con tranquilidad en un terreno que ya conocemos. Cuando estás inmerso en la rutina no eres consciente del paso del tiempo, todos los días pueden parecer igual. El reloj siempre da una vuelta, día tras día. Pero nada permanece siempre igual, aunque imperceptible el tiempo siempre va transformando nuestro alrededor y también nuestro interior. Nunca sabes que deparará el futuro y en que mar desembocarás con el paso del tiempo. Al final Mia Hansen-Løve retrata el movimiento a través de la piel de la protagonista.
Nathalie se encuentra inmersa en su rutina, al margen de los problemas sociales, incluso le molesta que sus alumnos se manifiesten alterando así la «normalidad». Pero sin darse cuenta su mundo comienza a cambiar, su madre cada vez se hace más dependiente de ella, su marido la deja por una amante más joven, sus hijos se van del hogar… Ella se agarra a su esquema de vida pero poco a poco este se desmorona, encontrándose perdida en medio del océano. La relación con su alumno preferido un joven anarquista que vive en comuna en medio de la montaña le lleva a decidir pasar un tiempo con él, en un intento de encontrarse. Pero siente que sigue aferrada al pasado, a su juventud. «Yo no quiero hacer la revolución» quiere seguir con su forma de vida, al margen de la sociedad y los problemas del mundo. En este momento comprende que el pasado no le sirve, el presente ya no existe y que necesita afrontar el futuro, una nueva etapa de su vida que aún tiene por descubrir.
El tiempo no se detiene, el montaje cinematográfico parece seguir un ritmo constante como el tic-tac de las agujas del reloj. En varios momentos se siente la necesidad de detenerse en algún plano, como si todo pasara muy rápido, pero Mia Hansen-Løve decide no prolongar el tiempo. A veces nos quedamos con la sensación de no haber disfrutado lo suficiente el momento, pero la vida nunca se detiene en un instante. La obra se desarrolla bien, conduciendo poco a poco a Nathalia hacía su nueva situación, pero parece que tiene problemas en cerrar, se prolonga demasiado como si no encontrara el momento oportuno. Aunque te atrapa desde los primeros minutos, el final comienza a rechinar, al sentir por momentos la sensación de que ha dejado de avanzar. Como si no encontrara el momento de cerrar. Quizás es la misma sensación que tenía la protagonista al no saber cómo continuar su vida, después de quedarse sola.