A la hora de encarar el análisis de una obra como Correspondences (Correspondências), vaya por delante que estamos ante un experimento fílmico mucho más próximo al videoarte que al cine. Y conste que semejante afirmación no la propicia el hecho de que el filme carezca de una narrativa convencional o el alto contenido simbólico de sus imágenes. Básicamente, proviene de una esclarecedora peculiaridad suya: que todo cuanto muestra está puesto al servicio de una finalidad superior, de una tesis. En este caso concreto, de las palabras de dos escritores: Jorge de Sena y Sophia de Mello Breyner Andresen.
En este sentido, y desde su mismo título, es imposible no evocar la exposición “Todas las cartas: Correspondencias fílmicas” del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, en la que grandes dúos de cineastas se intercambiaban ideas filmadas: Erice y Kiarostami; Lacuesta y Kawase; Guerin y Mekas, etc. Y es que la realizadora y guionista de la película, Rita Azevedo Gomes, también crea una cinta que oscila entre el documental y la ficción, deslavazada y omnímoda, cuyo extenso metraje se vertebra en torno a la correspondencia —aquí no visual, sino escrita— que mantuvieron a lo largo de unas dos décadas (1953-1978) los escritores citados, separados por el exilio “físico” de uno (De Sena) y el exilio “interior” —en famosa denominación de Miguel Selabert— de la otra (De Mello Breyner). Conviene señalar, por cierto, que aquello que dio un giro dramático a sus vidas fue el régimen de Salazar, hasta el punto de que De Sena moriría en California, sin poder regresar nunca a su patria, mientras que De Mello Breyner solo lograría a una avanzada edad el reconocimiento del que la dictadura le había privado.
Junto a la lectura de sus correos, se establecen largas digresiones, en las que se recitan versos de ambos autores; o bien sus obras teatrales o prosísticas son escenificadas por rostros habituales del cine portugués o por amigos y conocidos de la directora, con lo que intelectuales y creadores de diferentes partes del mundo —se hablará en francés, inglés, español, griego, italiano…— prestan su imagen y su voz para ilustrar los universos de los dos literatos portugueses. De hecho, dichos momentos funcionan a guisa de glosas, tanto visuales como literarias, sobre los temas que van apareciendo, espontáneamente, en la cotidianidad íntima y confesional de las cartas: muerte, trabajo, política, soledad, impotencia, dolor, enfermedad, rabia…
Asimismo, hay un empleo profuso de imágenes de archivo de distinta procedencia, además del tratamiento y la manipulación de algunas otras para que, o bien tengan ese aspecto de documento recobrado, o bien distorsionen los límites del encuadre con una finalidad expresiva. La pieza se llena así de vistosos recursos estilísticos, como el uso de diferentes formatos fílmicos; las tomas desde espejos y reflejos; la aparición de imágenes dentro de imágenes, y un largo etcétera.
Según lo expuesto, Azevedo va tejiendo un tupido entramado de sugerencias sensoriales que configuran un discurso repleto de repeticiones o evocaciones, en el que el empleo continuo de las voces en off —sobre todo, las de ambos protagonistas, mostrados solo en fotografías o entrevistas antiguas— erige paulatinamente toda una alambicada reflexión sobre la creación artística en general, y sobre el cine en particular. No en vano, se recita el poema “Nocturno de gracia” porque incide en la luz como la fuente de la vida, igual que el cine es, básicamente, un juego de luces y sombras.
Por otro lado, algunas de las imágenes recurrentes a lo largo del discurso tienen que ver con la naturaleza, puesto que árboles, jardines, etc., contienen un poderoso caudal alegórico dentro de la cultura occidental. Especialmente significativo al respecto son los planos asociados al mar, dado que es un océano lo que separa a ambos corresponsales, pero, también, porque carga consigo la simbología del cambio, de la nostalgia (v. gr. Ulises vagando en su barco), de la muerte (v. gr. Los ríos desembocan en el mar), de la herencia, etc. Además, la propia estructura del relato recuerda irremediablemente a los círculos concéntricos que deja la caída de un objeto pesado en una superficie líquida. Y, encima, la portuguesa es una cultura muy abocada hacia el Atlántico; un pueblo que, como el griego, ha dado innumerables comerciantes y marineros. En realidad, tanto Azevedo como los poetas retratados trazan una línea directa desde Creta hasta el mundo contemporáneo; de ahí que el poema de De Sena sobre el Minotauro se deje para la parte final del relato; de ahí, también, que pertenezcan al tramo final de la pieza las reflexiones de De Mello sobre Ítaca; o que sea precisamente el agua revuelta de una cueva marítima el plano que cierra el filme.
A la postre, por tanto, Correspondences (Correspondências), más que una película al uso, es un ensayo visual cargado de lirismo y melancolía que, partiendo siempre de un profundo respeto hacia las palabras de De Sena y Sophia de Mello, tiene como propósito último revelar el sentido del cine, del arte y, más allá, de la propia existencia, mediante la creación de un palimpsesto fílmico. Porque al interrogarse sobre el papel de la poesía en nuestro mundo materialista, hipócrita y alienado, Azevedo se interroga, en última instancia, sobre la naturaleza de la humanidad. Tengamos en cuenta que, en uno de los más bellos pasajes de la cinta, la actriz que pone voz a las cartas de De Mello dirá que: «Quizá la vida es la lucha de las imágenes que no mueren». No se me ocurre mejor forma de definir la esencia de la memoria, del amor, de la identidad… y, sí, también del séptimo arte.