Para entrar en el juego propuesto por El molino y la cruz es necesario hacer unos breves apuntes sobre Pieter Bruegel (conocido más adelante como “Bruegel el Viejo”), el autor del cuadro en el que se inspira El molino y la cruz, que fue uno de los pintores flamencos más conocidos de la historia, junto con El Bosco, Rubens y Van Eyck. El artista fue el patriarca de una familia de pintores que consiguieron una obra plástica, inspirada claramente en las maravillosas pinturas recargadas de El Bosco. En la mayoría de sus trabajos escondía lo evidente colocando fragmentos en diversos puntos de su obra que consiguen descentrar al observador. La procesión al Calvario (uno de sus trabajos más reconocidos en el que se inspira el film que nos ocupa), es una pieza donde la Pasión de Cristo se sitúa en Flandes bajo la violenta ocupación y represión de la inquisición Española sobre la reforma protestante en los Países Bajos que tuvo lugar en 1564 (el mismo año en que Bruegel creó su obra).
Intentar hacer entender un cuadro desde una película puede aparentar ser una idea pretenciosa e incluso pedante, además de resultar bastante complicada llevar a cabo. De hecho, los intentos que se habían realizado hasta la fecha no habían sido nada esperanzadores hasta el presente film. Lech Majewski, compositor de ópera, poeta, pintor, fotógrafo y director de cine de origen polaco, siempre se había declarado un admirador de la obra del pintor flamenco, pero su fascinación aumentó notoriamente al leer un ensayo sobre La procesión al Calvario realizado por el crítico de arte e historiador Michael Francis Gibson, y finalmente decidió adaptarlo a la gran pantalla con el consentimiento y colaboración de éste.
En El molino y la cruz hay alrededor de 500 personas, formadas por invasores españoles, aldeanos y personajes bíblicos como Cristo y la Virgen María (que desconciertan por su anacronismo y por no llamar la más mínima atención de los personajes del lugar), colocados en medio de una situación que se percibe inmersa en el caos absoluto. Bajo un cielo que cubre los verdes valles, las casas de madera, y las calles de piedra, Majewski mezcla paisajes reales, decorados y la propia pintura, recreando la vida de una docena de los personajes que aparecen en el cuadro. Seremos testigos del baño de unos niños en un arroyo, un grupo de mujeres de luto, y en medio de todo este bullicio visual barroco, Jesús cediendo ante el peso de la cruz en su camino a ser crucificado en el Calvario. La narración está repleta de pequeñas escenas colocadas de un modo casi aleatorio: grupos de gente bailando, otros que caminan con zancos, una niña acompañada de una cría de ternero, un hombre echado sobre el pasto con aspecto de bufón, la siniestra celebración del enterramiento de una mujer, y un gigantesco molino de madera (el elemento más espectacular de la película) con sus aspas giratorias, donde viven el propio molinero y su mujer.
El molino y la cruz contiene escenas de una violencia cruel, donde la humillación y la muerte perpetradas por la inquisición española están presentes en todo momento), incidiendo en la dudosa moralidad religiosa de la época, que buscaba atemorizar a sus fieles devotos sobre su muerte para conseguir su sometimiento a la fe cristiana. El brazo ejecutor de dichas acciones vendrá a través de los jinetes españoles ataviados de un rojo chillón, que irán atacando violentamente al personal al son de los siniestros graznidos de los cuervos mientras se alimentan de los ojos de los cadáveres de las víctimas.
La película es una proeza visual que transgrede las imágenes y los diferentes puntos de vista de la narración, entremezclando con gran éxito el cine, la fotografía, el arte de la pintura, el teatro y la literatura. El director da vida a esta «remezcla» artística de un modo visualmente fascinante y arrebatador (el fondo, de forma voluntaria, siempre es el del cuadro de Bruegel), consiguiendo una estética pocas veces vista en una pantalla de cine. La belleza de la composición formada entre el escenario, el vestuario, los personajes, la iluminación, la coloración y la programación digital consigue transformar la obra del pintor flamenco en un lienzo cinematográfico que induce a la audiencia a vivir dentro del propio cuadro en movimiento durante hora y media. El director centra todo su interés en la mirada del genial pintor sobre su universo, parapetado en la imagen del cuadro, y congela varios momentos mientras se centra en alguno de los personajes. La cinta sorprende gratamente por el punto de vista narrativo usado, aunque se presente confusa y arbitraria por momentos, con una narrativa y estructura poco convencional, y un estilo cercano al cine experimental (salvo en los escasos momentos dialogantes por parte del personaje del pintor, donde se adentra en un plano más instructivo y pedagógico, y nos intenta aportar las claves del sentido de su cuadro).
Pese a que los auténticos protagonistas de la narración sean la poderosa fotografía, y el molino gigante de madera, en el plano interpretativo destaca la presencia de 3 populares y veteranos actores del panorama internacional, curiosamente los únicos que se extienden esporádicamente con palabras en un film que carece de ellas durante gran parte del metraje. Un reparto encabezado por Rutger Hauer en el papel del propio Pieter Bruegel. Michael York como el coleccionista de arte y mecenas Nicholas Jonghelinck y Charlotte Rampling como la virgen María.
Para disfrutar plenamente de El molino y la cruz es necesario estar muy relajado, con gran predisposición para la contemplación, y cierta introspección filosófica, metafísica y espiritual, ya que contiene múltiples alegorías y símbolos que a un servidor se le escapan con un solo visionado. La película fluye a un ritmo deliberadamente lento (que haría las delicias del Béla Tarr más calmado). No obstante, no consigue conectar completamente más allá de la apoteosis visual de la que presume en todo momento, adoleciendo de ciertos problemas para lograr la empatía total con el espectador si éste no está muy versado en la obra de Bruegel y en las condiciones de la vida cotidiana y religiosa de la época y el lugar.
Hay que reconocerle al autor el esfuerzo y el tesón por lograr llevar a cabo una obra tan ambiciosa (cuya realización duró cerca de 4 años), conseguida principalmente gracias a las más avanzadas técnicas digitales por ordenador y al incuestionable talento visual de su director.