En pleno ochenta aniversario del pasaje más oscuro y atroz de la historia reciente de nuestro país, el inextinguible tópico —dejando de lado el tema de las subvenciones— empleado una y mil veces para tratar de dilapidar la industria cinematográfica nacional, y que hace referencia a una falsa sobresaturación de películas ambientadas en la Guerra Civil Española, parece haber perdido toda su supuesta fuerza ante el vacío de cintas remarcables ambientadas en susodicho marco histórico.
Lejos quedan joyas de nuestro cine como La lengua de las mariposas (Jose Luis Cuerda, 1999), las dos aproximaciones al conflicto en clave de género del genio mexicano Guillermo del Toro El espinazo del Diablo y El laberinto del fauno y, el que probablemente sea el episodio más vergonzante del subgénero «guerracivilista» para nuestros cineastas, en el que un director británico como Ken Loach, rubricase la que probablemente sea la mejor obra sobre la contienda bajo el título de Tierra y libertad (Land and Freedom, 1995).
El último candidato a engrosar esta lista de nombres ilustres relacionados estrechamente con la Guerra Civil es el bilbaíno Koldo Serra, que retorna al largometraje diez años después del estreno de Bosque de sombras (2006) con un presupuesto de casi seis millones de euros bajo el brazo —desorbitado teniendo en cuenta la media de las producciones estatales— y un fantástico reparto internacional para retratar con una pericia formal envidiable, pero con una falta de valentía ya habitual en este tipo de filmes, la Gernika del 37 y los bombardeos que la destruyeron un fatídico 26 de abril del mismo año.
Sin duda, experimentar con nuestros ojos y oídos el despliegue audiovisual que proponen Gernika y su arrollador diseño de producción es una auténtica delicia. La sensación de estar ante una auténtica superproducción en la que cada detalle en su mimado vestuario y su dirección artística están al servicio del mayor acierto de la película: su ambientación. Un magnífico envoltorio apoyado por su cariz políglota—rodada en alemán, castellano, euskera, inglés y francés y que convierte su visionado en versión original en algo imperativo— y que nos sumerge de lleno en el pueblo de la mano de un grupo de reporteros de guerra y los editores de una oficina de prensa republicana.
El principal problema de Gernika se manifiesta cuando el melodrama de rigor hace acto de presencia y transforma la cinta durante varios de sus pasajes en una suerte de versión de altísimo presupuesto de Amar en tiempos revueltos, no diluyendo completamente, pero si debilitando considerablemente su vis bélica —la verdaderamente atractiva— y restando carisma e importancia a papeles como los que interpretan con una solvencia atronadora Jack Davenport, Burn Gorman y, especialmente, un James D’Arcy cuya gabardina no parece ser la única inspiración que le empareja con el Humphrey Bogart de Casablanca (Michael Curtiz, 1942).
Es una verdadera lástima que tantísimo talento concentrado haya dado como resultado un producto que no ha sabido —o no ha podido— alcanzar su punto óptimo de cocción. Tanto la dirección con un clasicismo añejo y sumamente efectivo de Koldo Serra, como unas interpretaciones notables, sin dejar de lado unos últimos veinte minutos atronadores, emocionantes y que erizarán sin duda el vello del público más sensible a la temática, reman en la dirección de un nuevo hito en el cine bélico e histórico español, pero se pierden en las aguas del romance manido de saldo, y en una falta de compromiso por parte de Serra para señalar con el dedo y dar un discurso político sólido sumamente necesario sin caer en el maniqueísmo y el «en la guerra no hay buenos ni malos».
No he visto Gernika de Koldo. De este género he visto «El laberinto del fauno» que me parece muy buena la aproximación que hace Del Toro a la conducta de los actores durante este episodio de la historia española. Me contaba un viejo profesor de historia que los militares españoles de esa época revisaban hasta los retretes llenos de mierda en busca de mensajes de la resistencia. Terrible.