Volver sobre lo ya visto es una práctica común. Visitar imágenes, sonidos, historias del pasado para traerlos al presente es un ejercicio que permite desarrollar una manera de hacer paralela a la moda. A la moda entendida como esa forma de crear propia de un tiempo concreto para posteriormente morir con él, como aquella actividad perteneciente a un momento concreto y que por definición deviene, cambia, está destinada a mutar para no dejar de ser moda. La costumbre de adaptar elementos del pasado, por lo tanto, permite crear una serie de puntos inamovibles, fijos, no sujetos al cambio. Un procedimiento de volver hacia atrás para rescatar y hacer nuevo lo viejo con el fin de que no quede enterrado con el ocaso de una época. Todo tiempo pasado fue mejor, o eso se dice.
Timur Bekmambetov, director de una ya llena de polvo Abraham Lincoln: Cazador de vampiros (EEUU, 2012), ha decidido que la historia de Ben-Hur, de exitoso origen literario y mantenida en vida gracias al cinematógrafo, es una de tales historias dignas de ser recuperadas y erigidas en uno de esos puntos estáticos e inviolables no sujetos a las leyes de desgaste. No es el primero, por supuesto. Ya en 1907 los Estudios Kalem situaron una pequeña parte de la historia original en el ámbito del Cine, concretamente la carrera de cuadrigas entre los dos hermanos protagonistas, dirigida por Sidney Olcott. El camino de revisión de la obra lo continuó Fred Nibblo en 1925, desarrollando la historia más que la adaptación previa en dos horas y media de duración. Posteriormente, llegó la tan aclamada y galardonada versión de William Wyler en 1959. Hasta hoy, día en que con una valentía digna de admiración Bekmambetov y el bolsillo de la Metro vuelven a realzar, o a hacer un intento de que no desaparezca, esta historia épica que nos cuenta el viaje de un príncipe judío convertido en esclavo tras la traición de un amigo huérfano rescatado y criado por su familia.
Si hablo de valentía digna en tal voluntad de repetición y en dicha insistencia por mantener el carácter mítico de la obra, lo hago por el hecho de que es una producción arriesgada con grandes posibilidades de fracaso. En primer lugar, traer a las grandes salas una narración religiosa en un momento y en una sociedad en las que el fenómeno religioso se está disolviendo a favor de una nueva religión difusa como es la tecnología está limitando su público de manera considerada. En segundo lugar, el empleo de esta religión difusa que es la tecnología omnipotente para amoldar la historia a nuestro tiempo y lugar y esquivar así el primer problema mencionado, da lugar a una contradicción entre su técnica pomposa y una temática considerada hoy como casposa en la película que la quiebra por completo. Si bien la primera problemática se puede solucionar, la segunda, al tratarse de un problema interno al propio film, es casi imposible salvar. Ejemplo de ello es la presencia de moralina pacifista y el choque que la misma tiene con un uso y abuso de los efectos especiales en abundantes escenas de violencia; o el sonido continuado de espadas y caballos a lo largo del film para cerrar la película con una canción pop.
Pero que la producción tenga fallas no resta mérito a Bekmambetov por su revisión de Ben-Hur. Si la decisión de llevar el proyecto a cabo ha sido pensado fríamente y se han medido todas las posibilidades milimétricamente, algo que se supone seguro cuando es una empresa la que te presta el dinero, Bekmambetov está actuando de manera heroica dentro de la Historia del Cine ante su desastre premeditado. En otras palabras, el director de Kazajistán se está sacrificando voluntariamente para reafirmar como incorruptible y atemporal la historia de Ben-Hur (tanto en términos de la propia narración como de la sucesión de adaptaciones). Está intentando sacar esta épica historia del margen al que estaba abocada tras el paso del tiempo a pesar de ganarse su propia marginalidad. Es probable que Bekmambetov no vuelva a ser llamado por ningún gran estudio para realizar otro blockbuster, pero el nombre de Ben-Hur seguirá sonando como mito atemporal que siempre está ahí, alejada del devenir que por definición es la moda.
Nota I: a veces los remakes corren el riesgo de ser convertidos en moda cuando se abusa de ellos y, por lo tanto, condenar al fracaso esta forma de recuperar historias e imágenes pasadas. En ese caso, es recomendable dejar de excederse con ellos.
Nota II: los remakes sirven para hacer nuevo lo viejo. Pero hay veces que lo viejo, viejo es.