Michael Almereyda… a examen

Hay varios motivos por los que Michael Almereyda y no otra persona es esta vez el director de la semana y ninguno tiene que ver con nuestros conocimientos sobre su manera de comprender el cine o sus complejidades como ser humano. Pero es que Nadja nos conquistó antes siquiera de conocer su existencia.

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Datos externos:

David Lynch presenta a dos de los actores más comprometidos con «la causa Hal Hartley» como son Elina Löwensohn y Martin Donovan (es posible que ella sea diosa, pero a mí el que me llama con canto de sirena es Donovan con abrigo ancho y largo), en una película indie-vamp noventera en blanco y negro.

Conociendo esto ¿quién se negaría a ver la película?

No he meditado en exceso el antojo que me produjo Nadja para querer conocer sus entrañas, pero ha sido inevitable conectar con su metraje como si fuera un capricho de verano que debía contentar. Es fácil desgranar lo que me complace puesto que, a simple vista, destacan los síntomas de algo mejor.

Datos internos:

Nadja comienza un relato a lo Pandora, un texto que prolonga la sombra de Entrevista con el vampiro y las variadas Crónicas vampíricas de Anne Rice, esta con tintes femeninos, y aunque posterior a la película, no puedo evitar ver a la protagonista de la novela parada y serena relatando su larga —y a veces cansina— vida . Al poco de su inicio conseguimos escuchar «Roads» de Portishead mientras Elina (la enigmática vampiresa con capucha y un cigarrillo que fumar con ojos entrecerrados) camina, disfruta y llora pasando una larga fila de carteles cinematográficos bajo la nieve, algo digno de elogio. Podría enumerar la películas (que conozco) donde aprovechan el tirón sonoro de su disco «Dummy», pero ahora ya son dos las que explotan su existencia: La sindrome di Stendhal de Dario Argento que metía planazo con el CD como protagonista porque sí, porque era posible y ahora Nadja, que no recurre una sino dos veces a la voz de Beth Gibbons, ya que también suena «Strangers» en una escena donde consigue que mi cerebro conexione su recién estrenada Experimenter: La historia de Stanley Milgram con el aprovechamiento del fondo estático para conceptualizar un avance impostado, como un homenaje a sí mismo 20 años después. No es el único grupo que repite (My Bloody Valentine) pero es el que se lleva las escenas más íntimas y desbordantes de Elina.

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En una relación sexual que enlaza vampiresa con presa se aprovecha algo tan simbólico como la menstruación, consiguiendo enamorar a Nadja los efluvios que emanan por propia naturaleza, convirtiendo esa sangre en objeto de deseo, como un incentivo erótico con el que explotar el juego de seducción entre ambas en una escena hipnótica y cercana, como cada asalto sanguíneo de la protagonista —luego utilizan la palabra «enfermedad» junto a «menstruación» y desaparece la magia, también hay que decirlo—.

Los actores, aunque en un principio parezcan rescatados para interpretar alguna película ya conocida desbordan su pétrea presencia, y aunque Martin Donovan sí repite todos los tics de Trust (silencioso, rabioso, dispuesto a conquistar sin sonreír, a recibir golpes sin graves consecuencias = deadpan total) sin que sea algo pernicioso, todos tienen un encanto extralimitado (Peter Fonda de Hippie-Helsing obsesionado con los reflejos) y se dejan llevar. Hasta Lynch tiene su momento de gloria peinado con escrupuloso milimetrado.

Si quitamos todos esos detalles que me maravillan volvemos a la esencia, la que trata la icónica figura de Dracula y su descendencia con respeto, con la romántica idea del mordisco alimentario, el marcado acento del este, sus lentos movimientos que rompen la barrera de la intimidad aproximando peligrosamente el plano cuando los efluvios van a cambiar de cuerpo, pero que a su vez Almereyda respeta aportando un toque de anonimato al pixelar esa proximidad, emborronando el momento para conseguir que el onirismo tenga su presencia. Van Helsing, los seres hipnotizados y la belleza en todos los rostros comprometidos con la eternidad siguen siendo datos que Stoker toleraría, y las reminiscencias al cine clásico, al mudo si apuramos argumentos (debo citar a Dreyer, algo me impulsa a hacerlo, tanto como a La hija de Dracula), nos desvela cierto carisma que encaja sin extrañezas en este relato urbano que se pese a manejar una mezcla casi imposible de géneros y estilos deja un sabor endulzado en los labios de la imponente Nadja.

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Datos extra:

Repasando a posteriori la filmografía de Michael Almereyda ya no me parece tan disparatada. Sin abandonar los parámetros más sencillos del cine independiente ha vuelto a visitar algunas de las grandes obras de la literatura y las ha adaptado a su propio estilo, ya sean monstruos con un estilo embriagador como La momia y los vampiros de Nadja donde siquiera se nombran las fuentes inspiradoras al convertirse ya en parte de la historia consciente de cualquiera, o restaurando los límites de Ethan Hawke bajo textos de Shakespeare como hace en Hamlet y Cymbeline. Una larga trayectoria desconocida pero que tal vez sea necesario que rescatar si entre A (Nadja) y B (Experimenter) hay más talento por exprimir.

Ahora que todos aquellos que adoran The Addiction de Abel Ferrara me digan que Nadja no es una pleitesía vampiresca que dinamita la intención de re-conectar a los espectros plasmáticos de antaño con los noventa.

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