La pesca es una de esas artes que servidor nunca sabe cómo enfocar. Por un lado tenemos la pesca-pasatiempo, que para cierta gente supone una tortura somnolienta y a otros en cambio les apasiona. Por otro lado, la pesca como excusa para pasar un rato con la familia siempre es bienvenida en el núcleo más íntimo, aunque no tanto si entran en juego suegros/as o cuñados pesados. Y por último, la pesca-oficio, que es la más dura de las tres y la que menos dudas despierta: ser pescador parece estar lejos de ser un desempeño fácil, especialmente en entornos donde el clima del mar modifique con rapidez su comportamiento.
Sin embargo y pese a lo que inicialmente pueda aparentar, Fishing Bodies (Pescatori di corpi) no es en verdaderamente un documental centrado en los pescadores. Michele Pennetta parte de la vida de un grupo de hombres de mar pertenecientes a la embarcación Angela Alba, que surca los mares del estrecho de Messina, y les persigue con la cámara por tierra y agua para filmar su rutina diaria, pero el objetivo de la cinta va más allá; lo descubrimos cuando una tercera figura entra en escena.
Este tercer protagonista está representado por los refugiados. Seres humanos que huyen de guerras y pobreza para tratar de llegar a un mundo occidental que, cuando no les desprecia o les trata con una mala condescendencia, intenta hacer política con su causa. Lo que nos dice la realidad es que casi nadie, a excepción de un puñado de voluntarios, se preocupa lo más mínimo por la situación de esas personas. El Welcome Refugees y demás parafernalia no deja de ser una muestra de buenas intenciones sin apenas impacto en el devenir de una gente que a menudo, y cada vez en mayor proporción, pierde la vida en el mismo mar.
Pese a la aparición de este debate en Fishing Bodies, es fácil tener la impresión de que el documental no nos está contando nada en profundidad sobre el asunto… y, efectivamente, no lo hace. Al menos no en un sentido evidente, porque lo que en realidad sucede es que Pennetta rehúye del esquema narrativo convencional y prefiere colocarnos coloca la obra tal cual ha salido desde su mente. ¿Para qué aburrir al espectador con datos y testimonios que no le importan? Un ejemplo de esta circunstancia es cuando el cineasta trata de establecer una comparación entre la reacción de los pesqueros al escuchar dos noticias: por un lado, los resultados de fútbol y, por otro lado, el naufragio de una embarcación que dejó 700 refugiados muertos. En el primer caso, todos participan de la conversación, se implican emocionalmente y no se cortan en dar su opinión. En el segundo, nadie mueve un músculo ni interrumpe su rutina.
Aunque el ejemplo citado no deje de tener su dosis demagógica, no podemos negar la vergonzosa realidad: a los que residimos en naciones acomodadas no nos importa nada esa gente. Ya se lo dijo un personaje de Hotel Rwanda al protagonista Paul en respuesta a la petición de este de que grabaran los hechos con la intención de que los ciudadanos de los países ricos se movilizaran. «¿Para qué? Verán lo que está pasando y luego seguirán con la cena», respondió aquel. No importa que hablemos del genocidio ruandés, de los refugiados sirios o de la enésima matanza perpetrada por Boko Haram. Estamos vacunados contra todo lo que no suceda dentro de nuestras fronteras o en las de alguna nación amiga. Pennetta lo sabe y en Fishing Bodies nos lo comenta de la forma que más puede doler: con una fina sutileza.