Resulta ciertamente sorprendente que Pajarito Gómez sea una obra muy desconocida y oculta a nivel internacional. Supongo que es un hecho común que toda geografía ostente una película maldita, cómplice de su tiempo, capaz de retratar a través de una mirada distorsionada y tragicómica la cruda realidad devoradora de la aquiescencia de la sociedad de la época. Y esto es precisamente lo que consigue Rodolfo Kuhn con esta obra visionaria, tenebrosa si se me permite emplear el término, considerada una de las piezas clave de la nueva ola del cine argentino de los sesenta.
Kuhn fue parte integrante de esa generación de cineastas argentinos que revolucionaron el séptimo arte latinoamericano mano a mano con nombres tan distinguidos como Leonardo Favio, Fernando Ayala, Leopoldo Torre Nilsson o Manuel Antin por poner cuatro claros ejemplos. De hecho, a Kuhn se le concede el honor de ser uno de los iniciadores de esa fantástica corriente reformista que tuvo lugar en la Argentina de los sesenta merced a la producción en 1961 de la espléndida Los jóvenes viejos, obra con reminiscencias al cine de Michelangelo Antonioni que mostraba a una juventud argentina ociosa, displicente, apática y sumida en una tediosa y vacía existencia. Su magnífica y consecuente carrera implicó que en 1976 Kuhn tuviera que exiliarse debido a la represión política que tuvo lugar en la oscura etapa de la dictadura militar del país sudamericano. Tras trabajar un par de años en Alemania, el cineasta argentino aterrizó en Madrid donde estableció su residencia adquiriendo la nacionalidad española, falleciendo tristemente de un paro cardíaco en México en el año 1987 mientras se encontraba realizando una coproducción entre España, Argentina y el país azteca.
Pajarito Gómez se eleva como una obra positivista construida con un material que exhala un componente crítico y de denuncia alrededor del lavado de cerebro y la subsiguiente pérdida de consciencia perpetrada por los grandes medios de comunicación de masas generadores de líderes de barro, forjados en las atmósferas de la pura evasión, con la intención de crear una juventud homogénea, cortada por el mismo patrón, incapaz de pensar por sí misma y de reflexionar acerca de los problemas y perversidades que azotan la sociedad y la política que domina los cauces económicos y de la moral.
Filmada como una especie de falso documental con la intención de describir la vida, desde su más tierna infancia hasta el presente, del cantante de moda conquistador no solo de las radio fórmula sino igualmente del espíritu de esa juventud alienada que creció en los años sesenta, —algunos críticos asocian en el cantante protagonista una especie de recreación deformada de las vivencias de Palito Ortega o incluso podríamos trasladar la trama a nuestra España vinculando la misma con ese Raphael que se convirtió en el ídolo de la adolescencia de nuestro país en esa década—, la cinta acabará derrotando hacia un relato corrosivo y transgresor, repleto de un humor tan negro como divertido, que radiografía los funestos mecanismos de control y lobotomía ejercidos por la publicidad y los grandes medios de comunicación integrados por codiciosos ejecutivos empeñados en maximizar sus beneficios a cualquier precio, incluso a costa de contaminar el ambiente con basura putrefacta sin ningún tipo de rubor —real como la vida misma en esta España de «Telecirco» y Sálvame— con la intención de apoderarse de un público absorto en un producto de fácil consumo que les permita evadirse de los problemas reales a través de la exaltación de la alegría y la felicidad cutre como espectáculo y forma de entretenimiento, a pesar de que el ambiente político y económico sea un obstáculo para alcanzar ese frenesí impostado.
En este sentido la cinta arranca mostrando el nacimiento de Pajarito Gómez, —interpretado con garra, ternura e inteligencia por Héctor Pellegrini—, un niño perteneciente a esas clases humildes que crecieron en un barrio de chabolas gracias al cuidado de su amorosa madre quien ejerció también la labor de un padre golondrina —magnífico el chiste introducido por Kuhn ligado a la profesión del progenitor del tótem— que abandonó el hogar familiar en busca de ambientes menos míseros. Ya en sus inicios la cinta muestra sus verdaderas intenciones; la de retratar la farsa que rodea la existencia del protagonista creada por los sociólogos y psicólogos de su compañía discográfica, aquellos que deciden rebobinar la verdad con el fin de esconder el abandono familiar del padre de Pajarito fingiendo así su inexistente muerte para conmover a su público objetivo con un intachable y amañado reportaje de un hombre moldeado por los salvaguardas de la pureza.
Poco a poco la cinta irá desgranando, con un estilo que mezcla el documental con la tragicomedia, los métodos desplegados por la compañía discográfica responsable de la carrera del nuevo ídolo pop intérprete del éxito Estaremos juntitos en el año 2000. Una táctica que incluye montajes amorosos con la estrella femenina de moda, estudios de mercado que tratan de absorber las necesidades e inquietudes de una juventud que interesa se mantenga dócil y manipulable para hacerla fácilmente conquistable con burdas fórmulas de explotación de modas o concursos que venden a Pajarito como una simple mercancía resultando el premio del mismo la estancia durante un día con el susodicho adorado por parte de unas hipnotizadas y descerebradas concursantes. Rodolfo Kuhn no tendrá ningún tipo de piedad con su protagonista, pintándole como una marioneta vendida al mejor postor con el fin de mantener su estatus de estrella de masas; un personaje sin sentimientos que además de defenestrar a su madre a la que mantiene en un segundo plano utilizándola como un muñeco de trapo únicamente para hacer creer a sus fans que es un hijo modelo, igualmente obedecerá los caminos guiados por unos directivos empeñados en adulterar la verdad inyectando unas hirientes mentiras y calumnias para enardecer a un público totalmente abandonado a sus instintos primarios y al culto a lo soez y lo superficial.
Pajarito Gómez se eleva pues como una crítica feroz y muy afiliada contra esas falsas divinidades creadas con funestas intenciones de manejo y control por parte de esos entes que se benefician del instinto salvaje que aún pervive en el ser humano. Unas masas fascinadas por la frivolidad, la exaltación de lo cursi y la felicidad simulada, de un mundo ideal e idealizado que sabemos jamás podremos alcanzar ni tocar. Un cosmos donde la imagen es más importante que la sustancia y en el que las modas devoran cualquier conato de intelectualidad; que enfrenta la pasión contra la razón; la rebeldía del cotilleo y la Superpop contra la del Che Guevara. De modo que la cinta se alza como un revelador documento gráfico que muestra lo fácil que resulta adulterar la realidad en un sentido codicioso e interesado, con el simple mecanismo de crear una efigie de imitación corrompida por los crueles propósitos de quien pretende gozar en su beneficio del fraude moldeado.
Además de un guión preciso y milimétrico que no tiene pelos en la lengua, la película destaca igualmente por un montaje muy experimental y aguerrido que denota el enfoque rupturista que ostenta el film. Así, destaca el empleo de una vanguardia escénica de primer nivel que incluye rebobinados, contrapicados, enfermizos zooms y la explotación de una arquitectura cinematográfica que apuesta por esbozar la narración mediante escenas cortantes empalmadas para instaurar un enfoque achacoso y mórbido en el envoltorio visual del film. Cabe destacar también la presencia de un joven Federico Luppi en un papel tan breve como aterrador en la imagen de ese sociólogo maquinador de líderes de terciopelo con los que controlar el juicio de esa adolescencia a la que hay que evitar infundir cualquier conato de intelectualidad.
Y para resumir la película con una escena, no puedo sacarme de la cabeza la secuencia final que sirve de espléndido cierre del film. Una clausura lógica e iluminada que transcribe las consecuencias de la idiotización de un auditorio en el que no cabe la diferencia ni el derecho a réplica. Una coreografía bailada por una muchedumbre monótona, alienada, homogénea, despersonalizada, hechizada por las modas pasajeras, desprovista de cerebro y por tanto naufragada en los dogmas del pensamiento único. Una masa controlada por la dictadura del éxito, de lo aparente y del vacío absoluto. Un final construido a través de la dialéctica del absurdo surrealista que deja un poso aterrador y escalofriante en el espectador. Porque pasados 50 años desde la producción de Pajarito Gómez su moraleja sigue aún vigente, si cabe aún más que en el momento de su realización, convirtiendo de este modo a la cinta en un perversa sátira de terror que explica con profundidad, mala leche y un fino humor negro los frágiles resortes que caracterizan la condición humana.
Todo modo de amor al cine.