Al principio, al empezar a ver Theo y Hugo, Paris 5:59, pensaba que estaba viendo una película de romanos. Poco después me di cuenta de que no, porque todos llevaban zapatillas, y entonces resultó que estaba viendo una de griegos.
Recuerdo una escena de The Bubble (Ha- Buah) donde el director Eytan Fox pasaba de mostrar a una pareja heterosexual practicando sexo, a una homosexual con una postura similar, usando para eso, en un primer momento, el rostro del que se mantenía en la cama boca arriba en los dos casos, para cambiar así a un plano que mostrara los dos cuerpos masculinos en la imagen dándolo todo. Un montaje con el que desaparecía la (posible) reticencia que el espectador menos interesado por las figuras masculinas pudiera sentir. En Theo y Hugo, Paris 5:59, de los co-realizadores Olivier Ducastel y Jacques Martineau, la escena de apertura muestra el vientre desnudo de un hombre maduro, y se eleva hasta su rostro; segundos después vemos el beso en la boca que da a uno de sus compañeros, seguido del abandono de la silla donde se encontraba sentado; entonces vemos su trasero, que se da de bruces con varios más que retozan unos con otros y se acarician en otra estancia más privada del lugar. Poco a poco, Ducastel y Martineau van introduciendo al espectador en una orgía visual de tonos rojos carmesí donde apasionados efebos de gran belleza se dan calor y amor mutuamente. Así, el espectador termina por observar una presentación de 15 minutos con sexo explícito que, en cierto modo, recuerdan a lo visto en La vida de Adele. No porque en esta hubiese alguna orgía, sino porque uno, como espectador, se abstrae, del mismo aburrimiento, y se acuerda de la polémica y las quejas que esas escenas generaron en parte del público, el que criticaba que fueron realizadas más bien para satisfacer al hombre heterosexual un tanto pervertido (que se tocaría sin reparos), en lugar de para mostrar y dar visibilidad a esa relación llena de momentos de amor apasionado y comprensible para cualquiera con humanidad, más allá del propio aprecio que se pudiera tener al respecto del gran manejo de la cámara y de la planificación, por supuesto. El caso es que tanto en un caso como en el otro, mi mente se abstrajo en cierto punto por puro agotamiento, pero da la impresión de que la sexualidad es gratuita también según a quién vaya dirigida o según a quién le moleste que otros entornos —tal vez— puedan degustarlos de igual modo o de un modo menos intelectual que ellos.
Pero seamos claros, Theo y Hugo, Paris 5:59 es una película con un inicio tan potente y provocativo, tanto visualmente como conceptualmente, que pronto se queda sin ninguna clase de energía, sin pasión. Es como si tras la primera polución, ardiente e impetuosa, la cinta fuese incapaz de darle al espectador un nuevo empujón para seguir la trama con interés. Supongo que es porque está hecha por hombres y sobre hombres, y ya se sabe que cuando un hombre eyacula, normalmente quiere estar solo y taparse con la manta hasta la cabeza. De hecho, la película parece decirle al espectador algo así como: dame una hora de descanso, para recuperarme, y estaré mucho más fresco para la próxima embestida. Lo cierto es que, cuando pasa esa hora, el espectador asegura por activa y por pasiva que le duele la cabeza y que le gustaría irse a dormir ya. No en vano, lo que se pretende contar en 90 minutos se ha contado habitualmente en 30 segundos, lo que equivale a un rapidito, y en muchos casos con los mismos resultados. Pero tampoco me hagan mucho caso, hay quien dice que es más importante la calidad que la cantidad, pero si le preguntan a un hombre (homosexual o no), puede que responda que prefiere la cantidad siempre antes que la calidad… Oh, l’amour.
P.D. Un saludo a mi primo, que se parece bastante al actor Geoffrey Couët, y a su novio, que no se parece en nada a François Nambot.