Verano y romance son dos términos que permanecen unidos. Las vacaciones estivales y el propio calorcito de la época veraniega invitan al coqueteo entre jóvenes, como bien refleja la propia realidad que el cine y otras disciplinas artísticas han mostrado a través de sus medios. El verano de Sangaile es una nueva película que trata de narrar una experiencia amorosa, en este caso homosexual, con la peculiaridad de que su protagonista no vive precisamente en un mundo de luz y de color.
Porque Sangaile es una muchacha marcada por una actitud cercana a la desidia, incluso con tendencias autodestructivas como muestran sus episodios de mutilación con un compás. Al llegar el verano a Vilna, capital lituana, la joven se acerca a presenciar un espectáculo de vuelos aéreos en el que conocerá a Auste. El cruce de miradas ya pone de manifiesto que la propia cinta va a construir su relato en torno a la curiosa relación que se inicia entre ambas muchachas.
La directora lituana Alanté Kavaïté elabora su segundo largometraje (ya rodó la francesa Écoute le temps hace nada menos que nueve años) partiendo de la mencionada personalidad de Sangaile, una chica introvertida y con la que en principio parece complicado empatizar, aunque el propio film se encargará de elaborar su carácter de una forma sincera y creíble. Una de las causas que posibilitan esta virtud es que El verano de Sangaile supone casi un punto de partida en el descubrimiento del amor por parte de la protagonista quien, necesitada de un afecto y un respeto que su propia familia parece no otorgarle, ve en Auste a una persona que realmente entiende sus problemas y sus motivaciones, por lo que no dudará en transmitirle todo lo que ronda por su cerebro y su corazón y que hasta ese momento apenas se había atrevido a contar.
Lo más destacado de esta relación es que Kavaïté no se esfuerza por llevar de la mano al espectador en el recorrido de la hora y media que dura la película. El verano de Sangaile se nutre de muchos silencios, de un montaje que no une escenas con una clara concatenación A-B-C, porque la vida no es así y la directora lituana cree por tanto que el cine no debe pervertir esa realidad. La fotografía tiene aquí una importancia vital, así como los encuadres elegidos por el/la cineasta, ya que ambas técnicas permiten transmitir los tonos lumínicos del verano en consonancia con la progresiva unión que se establece entre las jóvenes.
El mayor problema que tiene que afrontar El verano de Sangaile es precisamente ese gran espacio que deja al espectador para que sea este quien se sumerja en lo que propone la obra y no al revés. Bien es cierto que se trata de una película que funciona con algunas metáforas y simbolismos y que, por tanto, es lógico que requiera de un plus por parte del receptor para interpretarla en todo su sentido, pero el problema es que ni estas interpretaciones son realmente decisivas en el contexto de la cinta ni la propia Kavaïté logra convertirlas en un pilar tan importante como seguramente su obra cinematográfica pedía.
El film se aleja del espíritu reivindicativo LGTB y eso se puede interpretar como una buena noticia porque nos indica los avances de la sociedad lituana en este aspecto y porque tampoco pretende cargar de dramatismo a su trabajo (hecho confirmado por la propia Kavaïté), pero quizá también se pueda valorar negativamente ya que por esta misma circunstancia se echa en falta algo más de alma en la película. El verano de Sangaile termina sabiendo a poco después de las magníficas obras sobre temática lésbica que estamos viendo últimamente (incluida alguna obra maestra como Carol), pero, en conjunto, tampoco se puede decir que no funcione.