La tentación vive en las películas contadas por episodios, esas que nos descubren un sinfín de narraciones que dan rienda suelta a sus creadores bajo un mismo tema. En esta ocasión nos centramos en aquellas que un mismo director realiza bajo el siempre agradecido en estos términos género de terror. Ellos son el mexicano Ramón Obón con Cien gritos de terror que realizó en 1964 y el británico Freddie Francis con Doctor Terror y ese viaje en tren que realizó en 1965. Disfruten y teman.
Cien gritos de terror (Ramón Obón)
Las películas de episodios, presentes casi desde los albores del cine, han tenido siempre una querencia natural hacia el género de terror, probablemente desde que la seminal Al morir la noche viera la luz en 1945. Sin embargo, no será hasta entrada la década de los 60 cuando este tipo de cintas empiecen a proliferar realmente, sabedores sus responsables del gancho comercial que supone diversificar modelos de terror recurriendo a la suma de dos o más historias independientes. La cinematografía mejicana (que siempre ha tenido una relación feliz con este género) será una de las que más explote este formato, ya sea a través de algunos de sus personajes populares más significativos (las películas del Santo y Blue Demon), ya sea a través de otros iconos más universales (las obras de vampiros de Federico Curiel, por ejemplo). La cinta que nos ocupa no se adscribe a ninguno de los dos casos. Debut en la dirección (y única película que, a la postre, dirigiría) del prolífico y malogrado (murió a los 47 años) guionista costarricense Ramón Obón (una figura clave dentro del género en Méjico: suyos son los guiones de Misterios de Ultratumba y El mundo de los vampiros, así como los de varios de los westerns de terror de Chano Urueta), Cien gritos de terror bascula entre el thriller psicológico y el horror de corte gótico, orientando los dos relatos que la componen hacia un mismo fin: la interrogación sobre la naturaleza (real o ilusoria) de nuestros miedos, que Obón explora recurriendo a elementos típicos de la intriga pasional (en el caso de la primera narración) y a otros más cercanos al universo claustrofóbico de ciertas obras de Poe (en el caso de la segunda).
Pánico, título del primer segmento, se centra más en desnudar (con un evidente ánimo moralizador) la podredumbre moral de sus escasos personajes, instalados en una casona presuntamente gobernada por el fantasma atormentado de su antigua moradora. El elemento sobrenatural aparece ya velado por la duda (una constante en toda la película), si bien la historia, algo previsible, impide que el efecto de terror e incertidumbre buscado por su director golpee plenamente al espectador. Pese a ello, su malicia y algunos inspirados detalles de puesta en escena hacen de ella una pieza bastante eficaz. Mucho más interesante, en todo caso, resulta el segundo segmento, titulado (deliciosamente) Miedo supremo. De entrada, porque su premisa resulta más sugestiva: un hombre se queda atrapado en una cripta… con la única compañía de una joven a la que habían enterrado en vida. Pero lo más atractivo del relato radica en su carácter abstracto y en su sustrato casi filosófico. No hay más incidentes, solo dos sujetos esperando a salir de allí. Y su miedo: miedo al encierro que vira en miedo a la locura y a la muerte misma. Con estos escasos mimbres, Obón construye una miniatura estimulante que enfrenta directamente ciencia y superstición, los dos pilares auténticos que sostienen la película. El miedo, en este caso a una muerte que acecha y nos arrastra hacia su seno (la propia protagonista ya fue separada de su lecho de forma abrupta), da pie a la demencia, sugiriendo que quizá todos los demonios, fantasmas y monstruos del mundo nacen de nuestra propia debilidad. Obón enriquece esta idea con algunas imágenes potentes y un uso curioso del montaje en un momento clave, de estética entre pop y vanguardista.
Cien gritos de terror, en definitiva, propone un interesante acercamiento a un terror psicológico sustentado en motivos muy recurrentes dentro del género (el espectro doliente, las voces de ultratumba, los objetos que se mueven solos). Si se le perdona la ingenuidad general e ineficacia de algunos momentos aislados, se podrá disfrutar de una película que, partiendo del lugar común, arriba a territorios reflexivos poco frecuentados por este tipo de cine.
Escrito por Nacho Villalba
Doctor Terror (Freddie Francis)
El cine de terror ha mostrado siempre su fascinación por integrar en una sola obra varios relatos cortos, motivado ello por la influencia novelesca de maestros como Edgar Allan Poe o H. P. Lovecraft. En este sentido, el cine británico exhibió su portentosa cosecha de la mano de dos productoras como la Hammer y su sucedáneo la Amicus. Compañías que encumbraron en el Olimpo de los Dioses a dos actores de la talla de Peter Cushing y Christopher Lee.
Doctor Terror fue la primera película de terror producida por la Amicus Productions al amparo del rotundo éxito alcanzado por su competidora Hammer. Para asegurar el éxito de la empresa, la compañía British no dudó en usurpar a tres de los mejores talentos de su rival otorgando el mando al siempre eficaz Freddie Francis y sobre todo contratando tanto a Cushing como a Lee.
La película se destapa como una especie de cómic amorfo de resultados extraños e intrigantes. Así la cinta narra la llegada a un vagón de tren que se dispone partir rumbo a una ciudad de las afueras de Londres de cinco desconocidos a los que se unirá en el último momento un enigmático personaje que se hace llamar Dr. Schreck (guiño a Murnau y ese Max Schreck protagonista de Nosferatu). En el transcurso del viaje el Dr. Schreck se descubrirá como un practicante del ejercicio del tarot con un alucinante sexto sentido para predecir el futuro que espera a sus partenaires. Guiados por la curiosidad, y a pesar de las reticencias del personaje interpretado por Lee, los ocupantes del vagón conocerán el destino que les espera cuando arriben a su enigmático rumbo.
Este punto de partida será aprovechado por Freddie Francis para construir una hermética cinta de episodios, engalanada por un quinteto historias de talante macabro donde lo sobrenatural, -y la imposibilidad de zafarnos de nuestro cruel destino-, media sobre la realidad más cercana con ese tono esotérico tan del gusto de la escuela de cine de terror británico. Una estructura que entronca con esas películas ideadas por Roger Corman bajo el paraguas de la pluma de Poe o que posteriormente George Romero y Stephen King cocinaron con su Creepshow.
Quizás uno de los puntos débiles de la cinta sea su irregularidad. Puesto que si bien el ambiente atmosférico con el que Francis abre el film induce a pensar que el mismo se va a mantener a lo largo de todo su desarrollo, éste se mostrará como un pequeño arroyo que aparece y desaparece. De hecho la película adquiere la forma de una montaña rusa que arranca de forma portentosa con la magnífica historia del arquitecto y la tumba de Cosmo Valdemar, para aminonar la marcha con las dos siguientes historias; la de la familia atrapada en su hogar por una misteriosa y voraz enredadera y la del blasfemo trompetista de Jazz que osa mofarse de la tradición Vudú.
Pero tras estas dos historias menos conseguidas, la cinta volverá a ascender gracias al magnífico capítulo protagonizado por el pedante y odioso personaje interpretado por Christopher Lee y la vampírica historia protagonizada por Donald Sutherland que rubrica un todo tan desigual como seductor.
Los amantes de los efectos especiales y la sangre quizás puedan sentirse decepcionados con Doctor Terror. Puesto que este es un film que apuesta por la insinuación, el misterio de tintes góticos y literarios y por tanto por los pequeños detalles como medio de transmisión de inquietud. Así, el aspecto con el que se atavía al Dr. Schreck no deja de ser una alegoría subliminal y muy inteligente de lo que realmente representa el personaje.
De hecho, el film destaca por su sencillez, apostando siempre por la agilidad y no detenerse en sesudas disertaciones entre los diferentes protagonistas. La falta de pretensiones del film – sentida en algunos efectos especiales como el de la mano del segmento de Lee que se observa excesivamente artesanal desde un punto de vista visual- y el buen humor con el que Francis adorna algunos pasajes del mismo son otros de los aspectos que engrosan el resultado final de una cinta que se observa como una pieza de museo de ese cine de terror desenfadado cuyo encanto reside en ese amor vertido por sus creadores para construir una partitura tan divertida como amoral.
Escrito por Rubén Redondo